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lunes, 26 de agosto de 2019

Aquellas milongas

Empecé a bailar muy pibe. En los finales de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta, no había maestros de tango como hoy día. Ni por asomo. Se aprendía en las prácticas, entre los muchachos del barrio. Así comencé yo y comenzábamos la mayoría de los milongueros, término que no era bien visto por la pacata sociedad de entonces, que los juntaba en una bolsa con los burreros, atorrantes y demás adjetivos calificativos de gandules y vagos.

Yo jugaba al fútbol en un par de equipos del barrio y uno de mis compañeros, mayor que yo, una noche que me lo encontré arriba de un colectivo, camino de casa, me lanzó esta invitación:
-Hoy tenemos una práctica de tango en el Charleston, ¿No querés venir a aprender con los muchachos?

El Sp. Charleston quedaba a 70 metros de casa y ahí aprendí a jugar al billar y al ping pong. Además veíamos a la compañía de teatro aficionado que algunos sábados a la noche montaban una obra de teatro y luego la milonga que despertaba gran admiración en mi cuore adolescente viendo cómo se formaban las parejas, se fraguaban noviazgos... La música ya estaba instalada en mi alma porque mi hermano ponía tangos a toda hora en la radio o en los discos que compraba.

                     
                
Los novatos hacíamos la parte de mujer, como nos enseñaban y a esa edad se asimilan rápidamente los movimientos, máxime considerando lo que significaba el tango para nosotros. Ensayábamos un par de veces a la semana y en un par de meses después de acompañar a unos y otros y dejándome llevar por ellos, me dijeron que podía hacer la parte del hombre. Y rápidamente cambié de cometido,  resultándome muy grata la comprobación de que podía bailar tango en poco tiempo. Las chicas, en cambio, aprendían con sus hermanas mayores, la madre, la tía, alguna vecina, pero no participaban en los encuentros  de los muchachos.

Estas mentadas Prácticas, fueron el semillero de tantísimos milongueros de entonces. Así se aprendía con mucha mayor facilidad y comprensión, sobre todo, al hacerlo con los amigos de la barra que te ayudaban para que progresaras rápidamente. En todos los barrios porteños estaban de moda estas prácticas gratuitas y exultantes. Las academias que publicaban sus anuncios en la prensa, como Gaeta o Dopazo, no aportaron los mismos resultados. Incluso cuando veíamos a alguien que hacía figuras estrafalarias, con posturas inadecuadas, o bailando fuera de la música, no faltaba el comentario:
-Éste aprendió en Dopazo o en Gaeta...

Ya he comentado que en nuestro barrio  de Parque Patricios estaba una de las grandes milongas de entonces: la que se organizaba en la sede social del Club Atlético Huracán, en la Avenida Caseros. Los sábados, cuando venía una orquesta, hasta las 3 de la madrugada, y los domingos con grabaciones.Tenía un salón muy grande, con piso de madera de gran calidad y otro más pequeño, pero muy amplio, ambos conectados. Los mejores milongueros de ambos sexos bailábamos en el salón grande y los menos dotados en el de al lado. La selección era natural, la realizaban los propios protagonistas. Por este escenario desfilaron las grandes orquestas típicas del cincuenta, siendo la de Pugliese la que más veces estuvo, con su infaltable barrra de seguidores y sus cánticos.

La orquesta de Osvaldo Pugliese que actuó muchas veaces en Huracán

Cuando fue pasando el tiempo y ya invadido por la fiebre del baile, comencé a frecuentar otras milongas y mientras varios de los muchachos de la barra se ponían de novios, yo volaba... Y así fui conociendo las mejores veladas de aquellos años. Podría nombras tantas, pero al voleo, cito las de clubes como Barracas Central, Terremoto de Barracas, Bohemios,  Brístol, Sp. Buenos Aires, Premier, Villa Sahores, Social Rivadavia, Pista de Lima, Sunderland, Pinocho, Sin Rumbo, Estrella de Maldonado, el Oeste, Palacio Rivadavia, Estrella de Oriente, Glorias Argentinas, Villa Malcom, Palacio de las Flores... También conocí el salón La Argentina, Unione e Benevolenza, el Centro Asturiano, el Centro Lucense de Olivos, ... Y luego salté a las confiterías como la Montecarlo (donde me afinqué), La Nóbel, Dominó, etc.

                                       
 O sea, como milonguero tuve un largo recorrido, hasta que fueron llegando el rock y otros géneros musicales y entonces al tango lo disfruté de otra manera, en  La Armonía,  Caño 14,y ese tipo de locales céntricos donde escuchaba a orquestas y cantores. Por eso debido a mi lungo recorrido en la materia me gustaría desinflar otros de los tantos mitos que pueblan la historia del tango.

He escuchado durante todos estos últimos años aquello de "la elegancia de los bailarines de Villa Urquiza", barrio, donde por casualidad nací y mis padres se mudaron rápidamente a otra zona. No tengo nada en especial contra ese recurrente diagnóstico que pretende establecer una aparente superioridad estética sobre los bailarines de otros barrios porteños, pero sí creo que se trata de un globo, inflado artificialmente, a fuerza de repetirlo. Algunos lo dicen por haberlo leído o escuchado. En Villa Urquiza los había de distintos perfiles, como en casi todas las milongas. No eran estéticamente superiores a los demás. Es un cuento o una ignorancia respecto de cómo se bailaba en las otras milongas esparcidas por toda la ciudad. Que eran muchas y muy buenas la mayoría.

                             

Es cierto, sí, que había ciertos modus que se adoptaban en cada zona por la prevalencia de algunos de sus miembros destacados. Y se contagiaban las costumbres. Pero elegantes los hubo en todas las zonas, y en Huracán era un atributo obligado por la cantidad de milongueras de muy buen nivel, que te exigían esa condición, para aceptar tu cabeceo. También es real que muchos acumulábamos figuras sin parar, copiando a destajo a otros bailarines, pero con el tiempo fuimos borrándolas de nuestro repertorio y nos quedamos con las justas. Elegancia, buen porte, musicalidad, empilche, eran las armas indispensables y fundamentales para "ganar" en la milonga. Y puedo dar fe, de que, en Huracán, por ejemplo había muchos bailarines elegantes. En la barra teníamos ejemplos contagiantes como el gordo Agapito, el petiso Amador y otros. Los muchachos que venían de Valentín Alsina y algunos de Pompeya y Soldati eran, en muchos casos, más firuleteros y compadres, pero en general se bailaba muy bien y ya sabemos que para bailar Pugliese, por ejemplo, lo que prima es la elegancia al andar.

Y pongo como ejemplo a Huracán, porque para mí, fue una de las mejores milongas que existieron en aquella época maravillosa. En el Sportivo Buenos Aires, Social Rivadavia, Premier, Oeste, por citar otros templos milongueros, el nivel era óptimo.

                                     

Y para cerrar estea reflexión que intenta ser esclarecedora y no contiene ninguna inquina especial, por el contrario, vale la pena repasar algunos orígenes de bailarines famosos o muy conocidos: Juan Carlos Copes era de Villa Pueyrredón. María Nieves de Saavedra. Petróleo, de Villa Devoto. Virulazo y Elvira, de Mataderos. Finito Rivera y su esposa, de Monte Castro. Puppy Castello, de Boulogne. Gavito, de Sarandí, como Elina Roldán, Osvaldo y Coca. Pepito Avellaneda, de la localidad vecina, Miguel Bucino, de Barracas. Orlando Paiva, de Rosario. El flaco Tin, de Pompeya. Gloria y Eduardo, de Parque Patricios. El gran maestro Antonio Todaro, de Mataderos. El flaco Dany y su hermano Jorge, de La Paternal. Julia y Lalo Bello de San Telmo. Miguel Ángel Zotto y su hermano Osvaldo, de Villa Ballester. La pareja de Miguel Ángel: Daiana Gúspero, es de Villa Domínico. Son ejemplos al paso, tampoco he hecho una búsqueda minuciosa, simplemente, estoy mostrando y desmintiendo otro de los tantos mitos del tango.

Y yo pregunto: ¿Habrá muchos bailarines de tango que luzcan la elegancia de Osvaldo Zotto?

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