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jueves, 13 de septiembre de 2018

Victoria Ocampo

Fue una de las intelectuales más importantes de Argentina. Fundadora de la inolvidable revista Sur y de la Editorial del mismo nombre, autora de notables trabajos y promotora de obras literarias de muchos colegas. Incluso su residencia en el barrio de Beccar sirvió de punto de reunión de numerosos y famosos escritores. Fue refugio y sede de la intelectualidad de su época. De origen aristocrático, fue criada por institutrices y de pequeña dominaba la lengua francesa.

Viajó por numerosos países y tuvo contacto con personajes imptantes en diversos lugares. Fundó la Revista SUR en 1931 y allí recalarían plumas como las de Jorge Luis Borges, Octavio Paz, José Ortega y Gasset, Waldo Frank, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato, Gabriela Mistral y muchos otros. Recibió varios Doctor Honoris Causas de  universidades internacionales  y fue miembro de la Academia Argentina de Letras y del Imperio Británico.

                                       


La Villa Ocampo, que fuera la morada del veraneo familiar y luego su residencial formal y punto de reunión con intelectuales prominentes de varios países, como Rabindranath Tagore, Graham Greene, Albert Camus, Aldous Huxley, Le Corbusier, Octavio Paz, Indira Gandhi, Antoine de Saint-Exupéry, Pablo Neruda e Igor Stravinsky, entre tantos otros, pertenece actualmente a la UNESCO -legada por ella- y en 1997 ha sido declarada Monumento Histórico Nacional..

Es muy importante, dada su gran personalidad, ver reflejada su opinión sobre el tango en las clases altas de Buenos Aires, porque vivió en persona las noches del Palais de Glace y vio bailar  a personajes como Ricardo Güiraldes y Vicente Madero, que fueron de los primeros en llevar la danza del  tango a Paris, en sus salones aristocráticos. Y así lo reflejaba esta notable escritora.

MI VISIÓN DEL TANGO

¿Y el tango? El tango tan patrióticamente exaltado, hoy que no podemos abrir la canilla de la radio o la televisión sin que salga un chorro de este bailable.
Lo que me llegó del tango, al comienzo, pasó a través de un tamiz, como muchas otras cosas. Su melodía siempre quejumbrosa y su ritmo pausado, como arrastrado, no me atraían. Menos aún el énfasis llorón y la sentimentalidad barata de las letras.Sólo me gustó, y mucho, cuando empecé a bailarlo.

Como baile, descubrí su carácter inimitablemente argentino. en el buen y en el mal sentido. Pero tardé en conocerlo bajo ese aspecto. El tango no se bailaba en los salones porteños ni entre los adolescentes de la clase hoy vilipendiada.  Lo vi bailar por primera vez (¡oh profanación!) en la casa de mi abuelo (el del mate), Lavalle 777 (hoy cine Ambassador). El caserón con patios y magnolias en el fondo era invadido, periódicamente, por 32 nietos turbulentos, de varias edades. Esto permitía, felizmente, dividirlos en tandas (los de quince para arriba, los de quince para abajo) y una vez por semana se presentaba uno de los dos grupos a almorzar o a cenar con los abuelos.

                                 
Ricardo Güiraldes, autor de Don Segundo Sombra y gran bailarín


El nieto mayor se ennovió. Era gran bailarín de tango, fuera del hogar paterno, y un día, tomando las máximas precauciones de no ser "pescado", nos deslumbró al bailar un tango con su novia. Nos encerramos en una salita de Lavalle (centro de la platea del Ambassador actualmente) poco frecuentada por los mayores. La pareja (él y ella eran ejemplares excepcionales de belleza juvenil) bailó cara contra cara en medio de un silencio casi religioso. Ésta fue mi primera visión del tango y no comprendí por qué nos prohibían un baile tan solemne.

Años pasaron y llegó la época en que todos los jueves, lloviera o tronara, entraba en casa, seguido por sus acompañantes, el Pibe de la Paternal (Osvaldo Fresedo). Se bailaba tango la tarde entera. Los campeones de estas memorables jornadas eran Ricardo Güiraldes (sin más celebridad que la que nosotros, sus amigos, sospechábamos que alcanzaría a tener) y Vicente Madero. Este último era un genio en la materia y no creo que nadie haya podido superarlo.

                                   
La orquesta de Osvaldo Fresedo que deleitó a la clase alta de Buenos Aires

Cuando caminaba el tango, todo su cuerpo, al parecer inmóvil, seguía elásticamente el ritmo, lo vivía, lo comunicaba a  que compañera, que contagiada, obedecía ese perfecto y acompasado andar. Poco importaba entonces que las palabras de aquellos tangos fueran dramáticamente sentimentaloides. Estaban redimidas por bailarines tan perfectos como Vicente y Ricardo.
   Percanta que me amuraste...
   Romántico bulincito...
   etc., etc., etc.

Éramos jóvenes y aquello de fané y descangallada no se aplicaba a nuestros rostros sin arrugas ni a nuestros cuerpos ágiles e incansables. De París, Ricardo Güiraldes me escribía:
-Verdad es que me han recibido bien en lo de Mme. Bulteau (señora que tenía un salón literario de gran fama) y que me presentaron personas agradables, pero aquellos Miércoles no valían los anteriores Jueves...¡Juventud, belleza! Éramos trampolines del ideal (véase mi Salomé del Cencerro de cristal u otras divagaciones)

Eso fue para mí el tango. Y no importa que algunos pretendan que eso no es el verdadero tango. Era el mío.

Victoria Ocampo


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