Francisco García Jiménez fue uno de los baluartes de aquella generación de creadores de páginas tangueras, inteligentes y refinados. Junto con Cadícamo, Blomberg, Le Pera, sucedieron a la avanzada de José González Castillo, hombre de letras, padre de Cátulo, que desde el barrio de Boedo fue decisivo en la evolución de la literatura del tango.
Francisco García Jiménez |
Autor de infinidad de tangos y valsecitos inclaudicables al paso de los años, García Jiménez, fue un hombre culto. dramaturgo, periodista, historiador, escritor de varios libros y con una brújula orientada a la exaltación de los valores del género musical porteño. Muy bien tallados en la acentuación y el fraseo, sus páginas constituyen una cosmofonía, ahormada en común con músicos como Anselmo Aieta -su gran compinche de creaciones- Bardi, Tuegols, Piana, Padula, Lambertucci, Villoldo, Humberto Canaro, los Servidio, Oscar Arona, Edgardo Donato, Guichandut, Paquita Bernardo y tantos otros músicos que firmaron con él obras que vuelven con la semblanza del microcosmos porteño.
¿Dónde están sus ojos? ¿Dónde su sonrisa?
¿Dónde está el camino que la trajo a mí?
¿Y el aroma leve y el sol y la brisa?
Sombras en las
sombras tristes del jardín.
Tiempo de
alegría... ¿Dónde has terminado?
Tiempo de agonía...
es lo que quedó.
Hoy acaso sea necio
y trasnochado
Y estos versos
tristes lloren por su amor.
Los versos de García Jiménez tienen un punto de contacto con Nada, el tango de Horacio Sanguinetti, con ese retorno al pasado, las postales del recuerdo, el vaivén íntimo y los distintos centros de gravedad emocional. La música de Osvaldo Lino Ruggiero, ese gran bandoneonista que luego nos dejaría unos magníficos temas instrumentales en la orquesta de Pugliese, le da al tema el tono justo al tema. Y no digamos de la interpretación de Roberto Chanel, que es toda una exaltación de la melancolía.
Tiempo eterno de vaivenes, tiempo eterno...
¿Para qué tus
primaveras? ¿Para qué?
Siempre el paso del
fantasma del invierno
Todo tiempo será
siempre de congojas
Sin sus ojos, sin
su risa, sin su amor...
Toda música, rumor
de secas hojas
Toda voz, el eco
turbio de su adiós...
Y en el final, esa obra del tiempo, como el borrador en el pizarrón del colegio, pasando su definitiva y póstuma mano sobre las vivencias. Que son reflejos de un sentimiento sin fecha, aunque fantasmean en el mundo interior del protagonista. Las imágenes fugaces aparecen retenidas con cierta nitidez en la evocación de un ayer desdibujado, imágenes perfiladas de un tiempo construído con sentimientos y pasiones.
Lejos su sonrisa... lejos ya sus ojos..,
Sombras en las
sombras del atardecer,
Se cubrió el camino
de yuyos y abrojos
Ella y mi esperanza
nunca han de volver.
Todo es un recuerdo
pálido y lejano
Todo como el eco
turbio de un adiós,Pobres ilusiones... Pobres sueños vanos...
Tiempo, fue tu
mano, quien la muerte dio.
Goteando y martilleando nota a nota, como si en su prosecución melódica estuviera todo el secreto y la razón misma del tango. Así es el registro de Osvaldo Pugliese, su orquesta y el cantor Roberto Chanel, del 31 de julio de 1946. Osvaldo Ruggiero tenía entonces 24 años y ya va dando muestras de su talento de compositor que explotaría en temas inolvidables y bien milongueros.
¿Lo recordamos? ¿Ponemos la marcha atrás en el tiempo? ¿Le damos cuerda a la nostalgia?
que tangazo y que finura la de gimenez en sus diversas poesias a la grandiosa interpretacion del turco chanel le sumo la buena version de maderna con verri tambien notable saludos jose maria juan de boedo
ResponderEliminarA mí, la versión de Pugliese con Chanel me pone... Es un canto a la nostalgia del tiempo pasado...
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