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viernes, 4 de diciembre de 2015

El cachafaz

Dejó, tras sus pasos de bailarín de tango, un halo de leyenda que ningún otro pudo alcanzar. Cuando uno piensa en aquel tango iniciático del tango juguetón y canyengue, su figura emerge como símbolo del bailarín de tango que ganó batallas duras y riesgosas gracias a su arte en el manejo de los tiempos, de sus piernas dibujantes y del dueto que supo armar con compañeras de lujo, como Elsa O'Connor (luego devenida en gran actriz dramática), Isabel San Martín y Carmencita Calderón.

A esta última tuve la suerte de conocerla porque murió con 100 años cumplidos, en 2005. Se llamaba Carmen Micaela Riso de Cancellieri y para que su padre no se enterara que bailaba tango, adoptó el apllido de su abuela materna; Calderón. Curiosamente, su madre era la maestra secreta.
-Cuando bailás, no mirés al suelo, levantá siempre la cabeza -le decía-, y le corregía la postura.

                                   
El Cachafaz y Carmencita Calderón


Con el Cacha, que le llevaba 16 años de diferencia,  y no la tuteaba, bailó en la película Tango, de 1933, y estuvo 10 años acompañándolo en sus filigranas, sin ensayar jamás una coreografía, sino improvisando sobre la música,  hasta la muerte súbita del mítico Cachafaz. Trabajando en El Rancho Grande, de Mar del Plata, durante un descanso, caería fulminado de un infarto. Para ella:
"No hubo ni habrá otro bailarín como él. Porque nadie inventó tanto ni fue tan elegante". 

Se llamaba Ovidio José Bianquet y nació el 14 de febrero de 1885. Era hijo de francés y cordobesa.  Tendría una Academia de baile famosa, instalada en los altos del Teatro Olimpo, en la calle Pueyrredón 1463. Al cerrar ésta, pasó a otra en Sarmiento y Cerrito. Luego a un local de Córdoba y Junín y más tarde junto al Teatro Ópera. Ganaría mucho dinero dando clases a gente de la alta sociedad en Buenos Aires, en París o en Nueva York, donde bailaría en el Teatro Metropolitan. Pero, debido a su tren de vida, como lo ganó lo gastó. Después de su triunfo en París, lo contrataron de Estados Unidos y se hospedaba nada menos que en el Hotel Astorga.

                                 


Francisco García Jiménez cuenta uno de sus grandes duelos en una nota titulada:

                                  Los charoles diablescos de "El Cachafaz"

   -El Cachafaz se presentó esa noche en Palermo sin compañera, lo que produjo una natural expectación. Y si no pudo decirse que el hombre apareció "solito su alma", fue porque, como de costumbre iba a su zaga un hombre fiel y de acción, conocido por El Paisanito.
   Santillán que estaba en una mesa rodeado de amigos, los vió entrar como a sapos de otro pozo.
   Pasó un rato. Los rítmicos tangos del trío se sucedían. De repente el Pardo se levantó y salió a bailar con su compañera. Quieto y mudo hasta esa oportunidad, El Cachafaz echó entonces una mirada a su alrededor y vió una mujer solitaria junto al entarimado de la orquesta. Le hizo una guiñada y una seña. La mujer asintió con la cabeza y se vino hacia él. Prendidos para el tango, salieron a seguir el ritmo rodante de las parejas. Hubo entre éstas como una voz de orden, inaudible,  que las hizo eliminarse sucesivamente de la pista, hasta dejar solas a las dos de la topada.

                                             En la cancha se ven los gallos

   Ardió Troya en las tablas del piso de Hansen.
   A una "corrida" impecable, afilagranada, del Pardo, contestaba El Cachafaz con dos o tres figuras de asombrosa improvisación, imaginadas y resueltas "sobre el pucho" y transmitidas como por arte de magia a la asimilación espontánea de la desconocida compañera,  Superado una y otra vez, el Pardo Santillán perdió terreno. ¡Realmente, más que un bailarín, el Cachafaz era un silvestre genio de la danza! De sus "cortes" tanguistas se ha prolongado su fama legendaria, parecida a la que ha trascendido del "visteo" peleador de un Juan Moreira.
   La cosa se pudo peor para Santillán cuando en el silencio inquietante uno del corrillo no repriminó su maravilloso elogio del forastero:
   -¡Saquenl'el molde... que baila con su sombra!
   Hubo intención de gresca, de parte de los adeptos a Santillán. Los frenó la actitud sorprendente del Paisanito, que saltó al ruedo extrayendo de sus ropas el "fiyingo", un cuchillo de larga hoja estrecha y muy filosa que aquellos guapos calzaban bajo su axila izquierda, en la abertura del chaleco.
   La acción del Paisanito no era el vano intento de corajear contra tantos. Él la remató con otra no menos espectacular y afortunada. Tiró de punta del "fiyingo" al piso, clavándolo tenso, y le gritó a su amigo:
   -¡Dales el dulce!
   El Cachafaz lo dió
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   Este suceso levantó al tope la nombradía del bailarín del Abasto y empañó la del de Palermo. Porque en esa ocasión la voz "que corrió del norte al sur" -¡y viceversa! dió cuatro razones aplastantes.
   -El Cachafaz le ganó con tango, con faca, sin compañera y sin barra.

Más allá de la pintura policromada de García Jiménez, el Cacha tenía su "oficina" en la primera mesa del Café de Corrientes y Talcahuano, a la que solían concurrir figuras como Carlos Gardel, Enrique Muiño, Elías Alippi y otros. Bailó con las orquestas de Pedro Maffia, con Francisco Canaro en el Teatro, e incluso con Ángel D'Agostino.

El pianista Manuel Aróztegui compuso un tango llamada El Cachafaz, por el cual el Cacha se sentiría muy orgulloso, hasta que le explicó su autor, que estaba dedicado al actor Florencio Parravicini, que también solía cargar con dicho apodo. Lo estrenó el trío que dirigía Aróztegui, con el bandoneonista Manuel Firpo y el violinista Paulino Facciola, en el Café El capuchino, un famoso reducto tanguero que funcionó en Boedo e Independencia, donde actuarían entre los años 1913 y 1916.

                                              


 Una madrugada, Bianquet se cruzó con Osvaldo Pugliese, que venía de trabajar con su orquesta, y Pugliese le preguntó, después del afectuoso saludo.

-¿Cómo hace usted para dibujar esas cosas tan lindas en el piso.?
Y que sé yo...-respondió El cacha- ...las invento caminando....!

En esa respuesta tan  escueta y tan real, estaba delineando los verdaderos secretos de la danza del tango: La improvisación y la caminata rítmica.                        

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