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jueves, 24 de agosto de 2023

Rodolfo Galé

    Lo vi cantar cuando yo era un pibe, allá en Mendoza. Pasaba las vacaciones del Colegio en casa de mis tíos, en Godoy Cruz y mis dos primos -que eran mayores- me llevaban a las milongas de aquella provincia. Recuerdo que estuvimos con la orquesta de Pugliese y me perdí la de D'Arienzo porque justo esa noche festejamos el cumpleaños de mi tía.  

   Había dos orquestas locales que tenían también mucho arrastre. Una era de la de los hermanos Mancifesta que tocaban al estilo D'Arienzo, y la otra del fueye  Aníbal Appiolaza, que se acercaba más a otras  conocidas de Buenos Aires, y en la cual destacaba su cantor, que era precisamente, Rodolfo Galé, muy aplaudido por el público cuyano. A las dos formaciones las vi en el Club Andes Talleres, donde uno de mis primos jugaba al fútbol. 

                                           


   Y como hoy toca hablar de este cantor, conviene recordar que tenía lazos familiares en Buenos Aires: sus padres fallecieron prematuramente, fue criado por sus hermanas y con apenas 15 años ya había ganado un Concurso de voces nuevas en su provincia natal. En una de sus visitas  a la capital porteña, en el barrio de La Paternal, Jorge Caldara había armado una Orquesta Juvenil Buenos Aires, y lo engancharon a Galé. 

   Integraban dicho conjunto compañeros de estudios musicales del que sería excelente bandoneonista, y la voz de Juan Dionisio Tavares (su nombre real), se escucharía tempranamente con ellos en la ciudad Capital, aunque fue algo que no tuvo trascendencia, por tratarse simplemente de una aventura sin mayores objetivos. El futuro del joven cantor, que anduvo por Córdoba y cantó en diversas orquestas, estaría de nuevo en Buenos Aires, adonde arribó como solista en 1949, a sus 21 años.

  Era la época de los "Números vivos" en los cines porteños, y ahí fue desfilando, por los barrios, acompañado de guitarras. Su apostura, la voz recia pero bien colocada y su interpretación de los versos, con elaborada sencillez, le fueron abriendo puertas rápidamente, incrementando esa sensibilidad que no se inhibe en el escenario de los grandes. Florindo Sassone, aconsejado por un violinista de su conjunto, lo incorpora para cubrir la baja de Roberto Chanel y Raúl Lavalle en 1951.

   Es el único cantor de la orquesta y  debuta en el disco el 30 de mayo de 1951, con el tango de Hormaza, Castagniaro y su atavismo: Testamento de arrabal. En lo que resta del año registrará siete temas más con Sassone, destacando su gola en temas como Trago Amargo, Por el camino o Para qué vivir así. Rápidamente se ha ido ahormando al estilo orquestal y su nombre ya resalta en las marquesinas. 

   José Basso lo llama para su conjunto, ante la baja de Jorge Durán, otro cuyano de voz grave, y dejará con la orquesta del pianista de Pergamino, apenas cuatro temas, porque lo espera el salto más importante de su carrera: el llamado de Carlos Di Sarli, que ha perdido a toda su orquesta y los cantores y está armando un equipo nuevo.. En este escalón decisivo, eludiendo la cursilería,  dejará apenas dos registros: los tangos Noche de locura y Mala yerba.

                                    

Carlos Di Sarli y Rodolfo Galé

  Imprimirá su huella en la orquesta de Roberto Caló, que en ese momento tenía mucho trabajo. Comparte yunta de voces con Héctor De Rosas y allí en los años 1957 y 1958 grabará siete temas, cuatro de ellos en dupla con De Rosas: Limosna de amor, Si vos no me querés, Luna tucumana y el vals Mi Colegiala. Los otros tres, sólo, son: Nunca serás mía, Y con eso dónde voy y Mañana seré feliz (grabados en 1958).

   Pero, contrariando al título de su último tema registrado con Roberto Caló, en su futuro distópico, la muerte lo acechaba tempranamente. Había estado colaborando con Francisco Canaro, hizo giras por el Gran Buenos Aires con guitarras, tenía planeado un tour por varios países de Sudamérica, cuando un síncope lo abatió el 25 de octubre de 1972, dos meses antes de cumplir sus 44 años. 

   Hoy lo recordamos con el tango de Carlos Bahr y Manuel Sucher: Noche de locura, grabado por Carlos Di Sarli, su orquesta y Rodolfo Galé, el 23 de febrero de 1956.

                                 


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