Era el tipo de chansonnier que encajaba marvillosamente en el estilo fresediano, donde no cabían las extensiones vocales, los calderones y la adaptabilidad de la orquesta al cantor, sino precisamente lo contrario. El modo natural del canto, lo que aportaron Roberto Ray y Ricardo Ruiz al conjunto fue precisamente la melodía de su voz, la comprensión del texto poético y el tono acorde a la música.
Ruiz, tuvo la formación necesaria en Chispazos de tradición, semillero de tantas figuras y su ascenso fue paulatino, pasando por la fragua de Francisco Canaro en el Teatro, con 21 años, y llegando a Fresedo a los 23. Pero ocurrió en su segunda estancia en la orquesta del Pibe de La Paternal, cuando se afincó y deleitó con su afinación y el modo de cantar, derramando miel al compás de la orquesta.
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Ricardo Ruiz canta con Fresedo, parado a su lado. Hugo Baralis (p) en el contrabajo |
Me remito a esta etapa floreciente y milonguera que iluminaba el alba de los años cuarenta. Fresedo tenía entonces arrastre entre los bailarines y tocaba en un tiempo más rápido y menos lánguido que en los cincuenta y sesenta. La ejecutante de arpa es Etelvina Chinici, integrante de una familia de músicos que brilló en el jazz.
Tiene un deje de melancolía esta etapa fresediana y el estilo de canto que, años más tarde, con Héctor Pacheco se aboleraría y caería en un expresionismo fatuo y desteñido.
Escuchando a Fresedo-Ruiz, el sonido reverbera y se consigue esa summa estética, seda melódica.
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Lalo Scalise era el que pasaba al papel la música de Discépolo en sus tangos. Y Thorry (Torrontegui) evoca en estos versos sencillos a una novia juvenil de su pueblo natal (Coronel Pringles). El resultado es inmejorable. Una delicatessen.
Vacilación
Vida querida
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