Nunca interrumpí mis actuaciones en la televisión, acudí de tanto en tanto a la radio, hubo actuación en teatros y una incluso en el propio Colón, pero todos estos años han sido para mí, los del Viejo Almacén. No sólo lo vi nacer y crecer sino que hasta me tocó verlo caer y levantarse. Allí es donde cada noche he dado lo mejor de mí.
Entiéndase bien, no se trata de que uno pueda cantar con mayor o menor fuerza, calidad o sentimiento una canción en un lugar o en otro. No para mí, al menos, que aprendí a no cantar sino aquello que me emociona siempre, desde la primera vez. No me refiero a ese tipo de diferrencia sino a la falta de límites: ni de tiempo, ni de repertorio, ni de tema (por más censurado que esté).
Han sido muchas las noches en que mi actuación se ha extendido porque el público y yo lo necesitábamos, porque "sentíamos" esa especial comunicación que no puede explicarse. Y otras veces, no pocas, ya cerradas las puertas, me he quedado cantando por placer, como un aficionado, para un pequeño auditorio de amigos y de gente del propio Almacén:
Músicos, mozos y hasta empleados que postergan con gusto su propio horario de limpieza. Es un boliche raro el Almacén, como un hogar que en pocos años se ha ido llenando no sólo de fantasmas queridos sino de nuevos hijos, de hermanos mayores, de amigos sin apuro.
Y también de visitas lujosas: Juan Carlos y Sofía, los reyes de España, entusiastas del tango Cambalache, Joao Baptista de Figueiredo, que me pedía su predilecto Garufa, y dos presidentes venezolanos: Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera. Académicos de la lengua española como Joaquín Calvo Sotelo, tan interesado en las letras lunfardas como el escritor Camilo José Cela quen en su "Oficio de tinieblas" me nombra a mí y a La toalla mojada, además de incluir varios textos lunfardos.
Cela, como Vizcaíno Casas son relaciones nacidas en el Almacén y que no dejo de revalidar en cada viaje a Madrid.
Edmundo Rivero cantando en "El Viejo Almacén". Febrero de 1973 |
Por mi boliche pasaron músicos tan distintos como Witold Malcuzinsky, Harry James y Paco de Lucía. Ajedrecistas rusos, bailarines africanos y personajes del mundo del espectáculo como Aznavour y Raffaella Carrá, Sarita Montier y Celia Gámez; Mel Ferrer y Giancarlo Giannini; Olga Guillot y Chabuca Granda: Pascale Petit y Rosanna Schiaffino, La Polaca y hasta "Tarzán" Weissmüller.
La lista ocuparía varias páginas y aún no he mencionado siquiera a los compatriotas porque, famosos o no, son como de la casa. Desde Fangio a Leloir, incluyendo a casi todos los artistas, escritores, y hasta presidentes, muchos notables han honrado mi casa, pero a quien debo un recuerdo especial es a Ernesto Sábato.
Muchos deben recordar el drama vivido por el Almacén a partir del 79. Luego de años de mejoras, de endeudamiento para poder ampliarlo, cuando ya me había quedado solo en la patriada pero con El Viejo Almacén convertido en una institución, vino por allí una topadora encaprichada.
Y le pasó por arriba nomás al Almacén, en un día de bronca y de dolor. No me olvido de cuánta gente amiga se había reunido para acompañarme en el mal momento: tengo muy presentes las caras y nos nombres de cada uno. Recuerdo como procuraban llevarse mínimos recuerdos de la demolición: un pedazo de madera, una astillas a veces, un simple cascote.
Entre todos ellos había alguien que estaba más enojado que todos y no temía decirlo a los periodistas de diarios y de la televisión: era Ernesto Sábato.
Comn tremendo esfuerzo el Almacén volvió a levantarse. Todavía no me explico como pude hacerlo, pero pienso que Sábato fue uno de los que me dio más coraje.
Edmundo Rivero -"Una luz de almacén". (EMECÉ)