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viernes, 13 de septiembre de 2024

Fugitiva

    Como repetía Pichuco "las letras de los tangos tienen viejas memorias", remedando a Julián Centeya. Y nada más cierto que ello, pues al recorrer versos de tango cantados, nos encontramos una y otra vez con esa resurrección del pasado, a través de relatos amorosos, rupturas que golpearon fuerte, vivencias del barrio, de los amigos, de la novia aquella.  

   En el caso de Fugitiva, por ejemplo, compuesto en en 1952, el calor del paisaje nostálgico vivido entre ambos integrantes de la pareja, lleva al poeta a la consideración melancólica, o sea, la añoranza de lo que pudo ser y no fue. La energía que brota de esa historia con los versos esperanzados, ingrávidos, marcan la letanía y el callejón sin salida, cuando comienzan a divergir. La letanía poética es esperanza.                                                                              


Nada más que tu paso por el sueño
el beso de morir entre la niebla,
y la fuga de amor entre tus manos
perfumadas de olvido y madrigal.
Voz de mágica nostalgia y lejanía
en mi ternura, tan tímida y secreta,  
te espero como ayer en el milagro
de este ser o no ser y lo fatal.   

   Realmente, la pluma poética de Lamadrid se eleva en la expresión y en la sentimentalidad del tango.  El duelo entre la vida empírica y la real conducen al desesperanzado a estas notas melancólicas. La efusión del amor con sus esplendores  y grisuras intensas. En un alarde de fantasía poética, el autor de los versos, depurando las formas, logra  retratar con verismo la distancia insalvable de la pareja. Y la resiliencia del perturbado amante, sumido en los recuerdos...

¿Para qué?...
Fugitiva de otoño,
te amaré...
Danzarina en la tarde,
con tu velo violeta
en el tema de adiós.
¿Para qué?...
si en la luz inmutable y astral,
en que sueñan la espuma
y la furia del viento,
se arrodilla mi amor.
 
Turbio sueño total, noche y deseo,
se fue tu drama azul por las cenizas,
anunciadas de páginas fugaces
en el roto mensaje de tu fe.
Las arenas te nombraron en su vuelo
de aleluyas trágicas y solas,
y sé que ya fugó por esa nada
tu misterio, tu voz y tu laurel.

   Astor Piazzolla le puso música a estos versos distintos. El tango fue grabado por Edmundo Rivero, acompañado por la orquesta de Carlos Figari. Piazzolla que hizo el arreglo, acompañó con su orquesta a María de la Fuente en la versión grabada, con su quinteto. Ella, incluso lo grabó con Héctor María Artola en 1952. Osvaldo Fresedo con Héctor Pacheco también lo llevaron al disco. Escuchamos la versión de María de la Fuente con Piazzolla en 1952.

                                         

 


                                                                             

jueves, 5 de septiembre de 2024

El tango y la pasión

                          

   En las clases de tango me encuentro con multíplices personalidades. Me gusta
topármelas en agraz, enseñarles que en los recintos de baile no serán solamente un
complemento prêt-à-porter, sino unas deidades sensuales que despertarán la intensidad
y ansiedad de sus fugaces compañeros de ruta. Intento inyectarles el tango en vena,
fecundar la pasión y exorcizar las tensiones. 
   Para el prólogo eludiremos los estereotipos que traen en su imaginación, descartaremos lo irrelevante y nos zambulliremos en el misterio que nos acecha en la pista cotidiana. El paisaje indescifrable de nuestros pasos debe estar en el goce de la calma, buscando la sustancia, ardiendo las suelas contra el
piso, ondulando como un viento en los giros y molinetes, entre la afanosa hilera de fieles que se dejan penetrar por la cristalina resonancia musical. 
   Mis afanes por trabajar con alumnos primarios envueltos en su propia vulnerabilidad, no se fundamentan en un discurso teórico, sino en las palpitaciones inscriptas en la memoria genética. El tango es una emoción intensa. Deben saber amansar a ese guerrero que todos llevamos dentro y
para ello es necesaria la sobriedad expresiva, que no está reñida con la elocuencia gestual y corporal. 
   El canon desdeña la artificiosidad gratuita, la provocation, y manejamos de inicio figuras de escasa complejidad, creando un misterio, armando retazos que en forma imaginaria de collage nos irán acercando a la obra de arte final.
   Destilando siempre unas energías oscuras, un sentimiento intenso que nos oprime el
corazón y, en senderos que se bifurcan, nos lleva a un estado de excitación, en el que el
yo aparece hibridado con lo colectivo, conduciéndonos a inmortales noches de pasión y
entrega espiritual sin límites.
   En Níger las mujeres bori se dejan cabalgar por los espíritus después de ensayar
minuciosamente los pasos de la danza de posesión.
   Un sentimiento afilado como un punzón demostrará la reflectante belleza de lo
inestable, de lo imprevisto, porque esa es la atmósfera del tango bailable. Jamás deberán
caer en lo banal, amanerarse; por el contrario deben restallar en su determinismo, con
una sensorialidad perceptiva y exornos de gran belleza.
   Buscarán las notas con sus pies, en la hondura del hombre que las conduce entre una
encendida orquesta de pájaros rituales.
   Deben ser como esos frutos envasados y macerados en alcohol y almíbar: Codiciadas,
llamativas, seductoras, deseadas, sugerentes, derramantes, dulces, impregnantes,
vaporosas, jugosas, fuertes, adictivas, con un post gusto inolvidable.
   Despertando el deseo insaciable de volver a saborearlas inmediatamente.
   Y cuando descubran la fiebre interna que produce el tango, la himnodia interior, su alma
se desmayará irremisiblemente en los brazos del hombre.

“Sólo la música puede crear una complicidad indestructible entre dos seres”.
Emile Cioran (filósofo rumano)

(De mi libro ArTango, con pinturas de Isabel Carafi.)

lunes, 2 de septiembre de 2024

Pichuco y sus comienzos

    El bandoneón                                                                                                                                                   El primero que tuve se lo compramos a un ruso. El trato fue de 12 cuotas de 10 pesos. Pagamos las cuatro primeras y el ruso no vino más. Ese bandoneón todavía lo tengo. Yo lo llamo cadenero porque cincha conmigo esta dura barrera de la ida y de la muerte desde hace cuarenta años.

   El primer maestro                                                                                                                                         El jorobadito Goyo, que trabaja en el Correo, me llevó a casa de Amendolaro. Él fue mi primer maestro pero me duró poco. Era más sacador de piezas que músico. Recuerdo su buen oído y su fatiga por enseñarme, de manera que había que clavarse o había que irse. Yo me fui. Eso ocurrió en 1925.  

                                  



   El debut amistoso                                                                                                                                        Fue una trampa de amigos. Me llevaron al cine Petit Colón, que estaba en Córdoba, entre Agüero y Anchorena, prometiéndome que tocaría un par de tangos escondido entre las bambalinas. Me lo creí y fui.  Mi intervención debió haberle gustado al dueño del cine porque conversó con mi madre y le propuso que formar el trío que ejecutaba música mientras pasaban películas mudas. Mi madre aceptó la propuesta con la condición de que estuviera de vuelta en casa antes de la medianoche, porque a la mañana tenía que ir al colegio. Era un sacrificio muy grande para mi edad. En el colegio siempre tenía sueño. Yo estaba en tercer año y había que elegir. Y elegí: largué el colegio nacional.  

    El debut oficial                                                                                                                                             Ocurrió en el café Ferraro, en Pueyrredón y Córdoba. Yo tenía 13 años y los bolsillos llenos de miedo. Se trataba de una orquesta de señoritas, que en ese entonces eran muy comunes en los cafés de barrio y en las confiterías del centro.  Eran cuartetos pero se les decía "Orquesta de señoritas". El piano siempre lo tocaba una gorda. El violín estaba en poder de una flaca. En toda orquesta de señoritas había un hombre. También eso parecía una cosa obligatoria. No sé porqué debía ser así, pero el hecho es que siempre fue así. Entonces, yo pasé a ser el hombre de aquella orquesta. Creo que estuve un par de semanas. De allí me arrancó Eduardo Ferri, cartel de primer orden en aquellos tiempos, cuya orquesta ejecutaba cuatro ritmos: tango, fox, folklore y algo con aspecto de cosa internacional, como ser el vals vienés, la canzoneta napolitana, el pasodoble español y la chançon del viejo París. Con Ferri también estuve poco tiempo porque formé mi primer conjunto. Un conjunto reducido con el que conseguí trabajo en un palco también hundido en la penumbra, el del cine Palace Medrano. En el piano de aquella orquestita estaba un amigo y un gran músico, Héctor Lagna Fietta, que desde hace año está radicado en Brasil y colecciona sucesos como hombre de jazz. En ese cine, entre película y película se producía el entreacto y era nuestro momento. Ahí tocábamos. 

   Pichuco II                                                                                                                                                      Duré bastante en el Palace Medrano. Sentía como si estuviera ubicado en el umbral mismo de la calle Corrientes. Tenía el Lacroze a mano, de modo que en cualquier momento cerraba la jaula -como Julián (Centeya) llamaba al bandoneón-, metía la mano en la manija y derecho hasta los metros finales donde estaban los cafés de tango. En ese sala cinematográfica, me definí frente a la vida. Ahí empecé a ser esto: Pichuco. Uno. Yo mismo. Me hice, y esto es lo importante. Me di a mí mismo, arrancando desde aquel palco en sombra cuando tenía trece años, vestía pantalón corto, calzaba medias negras, largas. Era el tiempo en que Julio De Caro imponía su figura fabulosa de músico que había sabido crear la otra cosa y que por ser otra era nueva y como tal, todo lo renovaba. Tallaba Juan Maglio, Pacho, cuyos discos Columbia salían en cantidades fabulosas, copando el país. Yo nací tanguísticamente cuando todo esto ocurría

   Pacho                                                                                                                                                             Juan Maglio venía de arrastre largo, con una fama que iba desde el Gariboto hasta las pulperías sureñas. De pronto se encontró con un problema en cuanto a la modalidad, estilo y formas que iba adquiriendo el tango. Pacho era el ayer habanerado, con todo el coraje que se necesita para deshojar un repertorio a la parrilla, vale decir, sin someter la partitura original al proceso de una instrumentación. Por ahí andaba De Caro con reminiscencias de Eduardo Arolas, con otro tango. Maglio -y era el año 1929- entendió que había que entregarse al nuevo ejercicio y decidió formar un sexteto moderno, con gente joven. Reunió: a Mérico Figola, que era un excelente bandoneón. Pensó en los violines y optó por Doroteo Guisado y Benjamín Holgado. Había un muchacho flaco que dominaba con extraordinaria destreza el contrabajo y lo fue a buscar. Se llamaba Ángel Corleto. Faltaba otro bandoneón y Pacho se acordó de un pibe gordito, de pantalones cortos, que había visto en el cine Medrano y me mandó a buscar. Me hablaron en un entreacto y acepté. Debutamos en el Germinal. Era sábado. 

   Vardaro-Pugliese                                                                                                                                          Elvino Vardaro y Osvaldo Pugliese habían formado un quinteto en 1929. En el 30 lo renovaron. Siguieron ellos dos, Corleto en el contrabajo, Miguel Jurado como bandoneón y entramos  Alfredito Gobbi y yo. Los dos nos fuimos en el 32. Yo me fui con Ciriaco Ortiz al cabaret Casanova y y Gobbi se abrió para ir con Pugliese al Moulin Rouge. Al mismo tiempo yo grababa para la Victor con Ciriaquito, Kalisay (Vicente Gorrese), Germino, Vardaro, Corleto y Francia.