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viernes, 13 de septiembre de 2013

Fresedo-Ray

Cuando hablamos con toda propiedad, de lo que fueron esos binomios de orquesta-cantor que hicieron roncha en la Buenos Aires tanguera de fines del treinta hasta llegar a los cincuenta, dejando tantas páginas inmortales para la recordación permanente, la lista es muy nutrida. Bastaría con los ejemplos de Troilo-Fiore, D'Arienzo-Echagüe, Tanturi-Castillo-Campos, De Ángelis-Dante-Martel, D'Agostino-Vargas, Di-Sarli-Rufino-Podestá, Pugliese-Morán, Caló-Berón-Iriarte o Francini-Pontier-Sosa, por citar los más recurridos, no podemos dejarnos en el tintero a la diada Fresedo-Ray.

Son de esos artistas que parecen nacidos el uno para el otro. Osvaldo Fresedo fue uno de los evolucionistas del tango, que eligió ese tono melódico, preferentemente cuerdista, cuyas acentuaciones y matices tan suyos determinaron un estilo que siempre lo distinguió como director de una orquesta fina, según la diferenciaron los milongueros de las otras más rítmicas y más acentuadas para el baile.

                                              
Evidentemente, sus vocalistas no podían exceder ese marco orquestal y debían cuadrar sus voces con las características fresedianas. No cabían las expansiones vocales ni fraseos que se escapasen del tono del conjunto. Y Ray, con su voz de tenor de muy buena dicción y exquisita forma de elaborar la frase musical, sin ese deje arrabalero que lucieron otros colegas, encontró en la horma interpretativa del director de La Paternal, los perfiles favorables, el sitio ideal para su lucimiento.

Se podría decir que fue uno de los primeros cantores de orquesta que excedieron los límites impuestos a los llamados estribillistas, porque apenas cantaban la segunda parte de los temas. Hay que tener en cuenta que Ray reemplazó a Ernesto Famá en la orquesta de Fresedo y comenzó a grabar con esta orquesta en 1931, cuando apenas contaba 19 años. Estamos hablando de la época  de los grandes: Gardel-Magaldi-Corsini, y su estilo, aunque al principio se lo empariente con Corsini, es más neutro y no tiene las expansiones vocales que caracterizaron a estos tres próceres del tango.

Ray, solista en radio Stentor
Se llamaba Roberto Raimondo y el mismo Fresedo achicó su apellido. Muchacho del barrio porteño de San Cristóbal, de familia con algunas raíces musicales, también le gustaba el baile y el tango lo atrapó con aquellas voces señeras. Seguía la huella de los denominados chansonniers, que también abundaron, aunque no se pareció a ninguno de ellos ni imitó a nadie.

Se adaptó inmediatamente al pulso de la orquesta y el buen gusto imperante en el repertorio y fue sembrando páginas que nutrieron su exitosa currícula. Esos temas pasados por el tamiz y la contención de la mirada poética, le permitieron desarrollar un papel importantísimo en aquellos éxitos creados por los hermanos Osvaldo Y Emilio Fresedo, con las cosas mínimas que le pasan al hombre: Sollozos, Aromas, Vida mía.

                                                             


Se fue y volvió. Quiso tener su orquesta en sociedad con el pianista José María Rizzuti, pero el marco que tuvo en el estilo Fresedo, supo que era lo ideal para él. Y volvería un par de veces para seguir dejando la estela de su voz con el perfume del recuerdo.

                       


Me encanta escucharlo cantando Aromas: Como aromas deja el pasado / de otro tiempo que fue mejor,/ y ese sueño de niño dorado / vio lo cierto cuando despertó.

Lo podemos rememorar en estos dos temas con la orquesta de Fresedo: No aflojes corazón, de J. Martínez y F.A. Lio, grabado el 17 de noviembre de 1935. Y Dulce amargura, de J. Torres, H. Alperi y V. San Clemente, del 23 de noviembre de 1938.

Roberto Ray-O. Fresedo - No aflojes corazón 

Dulce amargura - Fresedo-Ray 

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