Estamos en el otoño madrileño, de repente aparece el sol, por ahí viene la hidráulica llovizna, hay vientos racheados, lo clásico en esta estación. Y me contagia la melancolía de los árboles que van perdiendo sus follaje. Las coordenadas del alma entran en una zona de ingravidez y es -como decía Cadícamo- cuando tallan los recuerdos.
La noche se amansa y me viene a la memoria aquella fascinación de mis primeros pasos en el café del barrrio, que era como una segunda casa, pero llena de muchachos y gente mayor con sus dichos, sus chistes y sus vociferantes envidos en la mesa del naipe juguetón y esquivo.
Pude penetrar temprano en ese templo, cobijado bajo el ala de mi hermano mayor y las anécdotas se fijaban en mis retinas y mis oídos con detallismo topográfico, como lápidas sentenciosas, en esas mesas que nunca preguntan, según hermosa definición discepoleana. Y que aún conservo.
Y de entre la arena del olvido, vuelve recurrentes a mis pupilas aquellos guitarreros, algún fueye y el inevitable cantor de barrio que caían cerca de la medianoche, saludaban, pedían permiso y deshojaban algunos valses, tangos o milongas, luego de lo cual tomaban una copa, pasaban el platito o una gorra, saludaban respetuosamente y se iban hacia el café de la otra cuadra porque Buenos Aires era una sucesión de Cafés, Almacén-bar, y fondas o cantinas.
Con aquel fervor juvenilista escuchaba sobre todo a los guitarreros que brotaban como malvones y los tengo en mi mente, revelándose en forma de una radiografía de época. De la época linda, de una cierta poesía de barra de bar, que me exaltaba, como aquel misterio de adiós que siembra el tren en los versos de Manzi y que también rebufaba en las noches invernales por la cercanía a las vías de trocha angosta.
Me asombraba la precisión del cincelado musical de esas violas. Por eso y por el día otoñal, hoy retorno a vivencias tan lejanas y me sumerjo en el dúo de guitarras de los Indios Tacunau. Dos hermanos de Trenque Lauquen (Al oeste de la Provincia de Buenos Aires, y a 445 km. de la Capital, limitando con La Pampa), Néstor Eduardo Tacunau y Nelson Abel Tacunau.
Nelson tiene a su cargo la primera voz y guitarra, en tanto Nelson (o Cacho) realiza la segunda voz y la guitarra rítmica. Ambos cantan acompañados de sus guitarras, ejecutadas con púa logrando así un estilo metálico y enérgigo. Surgieron allá por 1966 y en 1969 ganaron el Premio Revelación de Cosquín en 1969.
Y de indios no tienen nada más que el nombre artístico. Los escuchamos en un tango de los Pedros: Laurenz y Maffia: Amurado y en un valsecito de Julio César Sanders: Luna de arrabal.
Y así retorno a aquellas lejanas noches de mi adolescencia, con ese vínculo emocional tan fuerte.
Amurado
Luna de arrabal
Como guitarristas, me parece extraordinaria la versión que grabaron de la "Marcha de San Lorenzo". La recomiendo.
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