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jueves, 7 de septiembre de 2023

Piazzolla entrevistado por Guillermo Saavedra (5)

    Ante todo, el tango sin el bandoneón, a mi juicio no funciona.  No justifico el tango con un saxofón como solista. El bandoneón es el instrumento del tango por excelencia. A veces, en los conciertos, cuento su curiosa historia: el  bandoneón nació en una iglesia; de las iglesias europeas fue a los burdeles de Buenos Aires; de allí fue a los cafés; y hoy en día ha entrado en la sala de los conciertos. Es decir, dio toda la vuelta.

    En lo personal, para mí, como para otro músico ser otro instrumento, no es la mitad de mí mismo, el bandoneón es el noventa y nueve por ciento de mí mismo. Un instrumento, para un músico, es más importante que una mujer, que un hijo. Uno ama entrañablemente a su instrumento. Yo amo al bandoneón. Y, cuando lo toco, cuando canto alguna melodía, lo quiero más a través de los dedos. 

                             


   El bandoneón hay que tocarlo con un poco de bronca, de violencia. Hay que golpearlo, pegarle, exigirle todo. No concibo a alguien que toque el bandoneón como si fuera un chico que está haciendo pis; hay que tocarlo con todo lo que uno tiene adentro. Yo escucho tocar, por ejemplo, a Alejandro Barletta y no se me mueve un pelo; en cambio, lo escucho tocar a Leopoldo Federico, a Roberto Di Filippo, o a Néstor Marconi y es otro el bandoneón.

   Es que no  e puede tocar como si fuera un clavicordio; hay que emplear otro tipo de fuerza, es algo más físico. Como dice el Gordo (Leopoldo Federico), hay que tocarlo con todo el peso del cuerpo; él con sus 120 kilos lo "destroza". No hay que tocarlo, como dicen algunos fanáticos técnicos, abriendo y cerrando. Cerrando jamás se podrá frasear el bandoneón. no se puede hacer nada.

   Yo diría que ni el diez por ciento de las notas que toco, las toco cerrando. Empleo el "cerrando" simplemente por una necesidad de respirar con la jaula, pero cuando tengo que cantar una melodía la tengo que cantar abriendo. De esa manera se goza mucho lo que se toca. Cerrando no se goza un comino; cerrando el bandoneón es cero, nada.

                                   

Guillermo Saavedra


   Astor Piazzolla -sesenta y siete años al momento de esta nota, cuatro by pass recientes para que su corazón siga pulsando esa caja de sonidos milagrosos, sentado en un sillón en una tarde tormentosa, piensa que ha hecho lo que ha debido. Que su música ha tardado el tiempo necesario para llegar al alma de los otros. Cree en Dios, ama el mar, la pesca del tiburón, la tierra húmeda y las manzanas verdes. Afirma que, de vivir otra vez, sería otra vez bandoneonista. Que le gustaría, quizá, que eso ocurriera. Pero esa fáustica pretensión se explica por un afán perfeccionista:

   Me encantaría vivir cien años más, pero no para vegetar o arrepentirme de algo que hice mal o que no hice; sino para seguir componiendo, para escribir música cada vez mejor. Evolucionar es sintetizar. Mozart, por ejemplo, cada vez escribía mejor porque era más limpio, más puro. Cuanto más limpia es la obra, mejor se la escucha. Sintetizar es lo más difícil que hay en arte.

(Publicado en el diario "El País", Montevideo, octubre de 1988)


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