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viernes, 17 de febrero de 2017

Mariana Fresno

Las milongueras tienen ese no sé que, ¿viste?, que diría Ferrer y es grato  encontrarnos con algunas de las que han logrado que el tango forme parte de las noches de bailarines de otros países. Ella vive en Nueva Yok, tiene una Milonga, se muestra en exhibiciones y lleva años dándole alas a sus sueños, desde que comenzó viajando a Japón por dos meses con apenas veintidós años y un compañero de veinte.

Porteña del barrio de Saavedra, el tango le trasnmitía cosas, cuando lo escuchaba por radio, aunque sus padres le decían que esa música era "cosa de viejos". Pero aquellas letras se le fueron metiendo y hoy que es una reconocida profesora y bailarina, sigue pensando que los tangos con letra tienen algo que la impulsa en la pista


 -Soy tradicional -dice-. Me gusta el tango que aprendí hace 20 años. Las poesías que contienen  me llegan, me iluminan, creo que van con la historia de cada uno. Recuerdo perfectamente el primer tango con letra que me impactó. Fue Rondando tu esquina, por Osvaldo Pugliese y Roberto Chanel. Me pegó fuerte y me quedó. Y aún hoy, después de tantos años, le sigo encontrando un atractivo especial, un ingrediente muy emotivo. Además, mi abuela me enseñó a cantar: El Día que me quieras...

Estudiaba danzas y música, el tango estaba lejos, muy lejos en el fervor popular, pero como trouvaille decidió tomar clases con Juan Carlos Copes nada menos. Estuvo un tiempo con él, aunque le faltó el poder vitalizador y aglutinador de la milonga y no  logró entrar en el espíritu bailable del género. Tenía 16 años y el tango no arrastraba entonces a la gente joven, era en el año 93. Los padres no le permitían salir de noche y dejó las prácticas porque no le llenaban. La llama se le encendió años más tarde en el antiguo Parakultural. Había maestros jóvenes, se juntaron unos cuantos alumnos de su edad y fue cuando entró a comprender la magia de la milonga.

                                     



   -Recién empezaban los Naveira y otras parejas. Me gustaba Miguel Ángel Zotto que hacía unas cosas muy buenas en teatro, con su hermano Osvaldo comencé a bailar entusiasmada y la milonga me pegó duro. Tuve mucha suerte, justo agarramos el boom, y no había casi profesores. No se daban clases. Los que más sabían nos enseñaban vocacionalmente. Pero lo escuchaba a Teté y le gustaba hablar de tango. Aquellas charlas me marcaron. Yo quería saber cosas de tango y los mayores te las transmitían.  Me acuerdo que desayunaba con Geraldine Rojas, que era menor y alguno de los mayores y nos quedábamos embobadas.

-Antes teníamos otros tipo de contactos, conocíamos los domicilios, nos juntábamos, nos dábamos manija entre nosotros. Salía de casa a tomar una clase con Mingo Pugliese y me pasaba la noche entera en diversas milongas. Volvía a casa a las 7 de la mañana, emocionada y me iba a trabajar. Mi papá me iba a buscar a la milonga, yo le rogaba: "Dejame otra tandita". Entonces él se iba al coche a esperarme y yo seguía embobada, milongueando. Cuando por fin me iba al coche, estaba dormido, ¡pobre!

                                       


Una historia que hemos atravesado tantos milongueros. Ella está agradecida a la gente grande que en las milongas la sacaban a bailar y le enseñaban los secretos de esta danza. Sunderland, Gricel, y tantos lugares que se iban formando con los nuevos tiempos del tango, le permitieron vivir la aventura del descubrimiento a una edad, en el tango, que pega fuerte. Y se le quedó para siempre en el alma. Se considera tradicional y seguidora de la danza que aprendió hace 20 años. Admiradora de Carmencita Calderón, su mirada hacia atrás le permite entender muchas cosas sobre el tango bailado.

   -El tango moderno no me emociona. El baile para mí tiene que ver con sentirte mujer o sentirte hombre. Yo sigo en mi idea. Comprender la relación entre el hombre y la mujer. La esencia, en el concepto tradicional, cómo se comunican. En el baile profundizo todo eso, y en las clases lo desarrollo con estas bases. No tengo pareja fija en Nueva York y prefiero bailar con argentinos.

                             

                                   
   -No tengo prejuicios en este tema pero me cuesta bailar en exhibiciones con norteamericanos que no conocen los códigos del baile, ignoran lo que dice la poesía que está interpretando el cantor... No sé, soy muy purista en éso. En el año 2004 vine con El Indio, Pedro Benavente, a Estados Unidos para trabajar en tango. Ya había estado con él en diversas ciudades de Europa, con bastante éxito. Pero en este último caso decidí dejarlo por problemas familiares. Me vine a Nueva York que no conocía, para tener una idea.. Formé pareja con un chico que  conocí y me fue bien. Y desde entonces acá estoy. Pero insisto, me gusta bailar con argentinos que lo sientan muy adentro. Cuando viene Copello bailo con él. Ahora llegará José Garófalo, que también fue maestro mío y este mes bailaré con él.

                                                   
Mariana en Canning

   -La milonga de Canning me motiva, aunque la hayan cambiado bastante. Cuando vuelvo a Buenos Airres, voy allí y me siento en casa. Algunos me recuerdan con mucha nostalgia y añoranza. Y pienso que me gustaría volver con ochenta años a esos lugares donde comencé a bailar tango. Me sigue emocionando escuchar historias de tango. Cuando fuimos a Japón, había un bandoneonista argentino que recordaba infinidad de cosas de su época que me daban vuelta. Es que el tango tiene tantas historias maravillosas...



La vemos bailando con El Pibe Sarandí, esta milonguita antigua: El cachafaz.


                                       
                                































































































































































































































































































































































































































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