Fue llamado con toda justicia “El compositor de los
músicos”. Y fue decisivo en los cambios que el tango experimentó, con sus
maravillosas composiciones.
Lo curioso es que Agustín Bardi nunca fue un músico
destacado. Y su presencia en el piano con Arolas y Eduardo Ponzio en un trío, o
con la orquesta de Canaro o en otro trío con Vicente y Domingo Greco, fueron
pasajes fugaces de su vida tanguera.
Nacido en la localidad bonaerense de Las Flores, como
Roberto Firpo, y el mismo año que éste, también coincide con el día de mi nacimiento
aunque en distinto año, claro.
Temperamentalmente, gran parte de su obra tiene ese acento
del tango primitivo que proviene de la frontera urbana del sur. La fecundidad
de su trabajo creativo recoge el sabor criollo de aquel tango de arrabal y lo señala
desde el vamos en títulos como: El abrojo, Se han sentado las carretas, El
pial, Chuzas, El rodeo, El baqueano, El cuatrero, Tierrita, Cabecita
negra, El buey solo, Pico blanco, Adiós
pueblo, Florcita, Gallo ciego.
Pero en su trascendental legado figuran otros temas de corte
romanza como No me escribas, o melódicos como La última
cita.
A los 6 años lo mandaron sus padres a estudiar a la capital,
radicándose en el barrio de Barracas, en casa de sus tíos. Allí escucha
rasguear la guitarra a un amigo de la familia y por medio de otro vecino
aprende a manejarla. También estudia algo de piano. Con eso le basta para
plantarse en los tabladillos del barrio de la Boca con sus grandes amigos como Arolas o Vicente
Greco, a quien dedica su primer tango: Vicentito.
Era tan criollo en la pinta como en el pentagrama. Bajito,
de bigote sempiterno, anteojos quevedescos, mirada pícara y el andar pausado
como su verba. Resulta increíble comprobar que con la producción genial que creó, vivió
humildemente y trabajó como empleado en el Ferrocarril Sur desde los 13 años. Luego del servicio militar, en la compañía de encomiendas y mudanzas: La cargadora,
hasta su jubilación.
De aquella época data su tango Tinta verde, cuyo título
refiere al líquido coloreado con el cual rotulaba los paquetes.
El chino Bardi, como lo motejó su amigo Arolas, murió con 46
años y Osvaldo Pugliese lo homenajeó dedicándole el tango: Adiós Bardi. Horacio Salgán hizzo lo propio con: Don Agustín Bardi.
Lo traigo a este rincón tanguero con tres temas suyos: Gallo
ciego por Horacio Salgán (1950), La racha por Carlos Di Sarli (1947) y El
baqueano por Juan D’Arienzo (1937)-
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