Luis Rubistein vivió a los ponchazos y a los 11 años ya entonaba tangos, milongas y canciones criollas en el Parque Goal, de Avenida de Mayo y Sáenz Peña, donde lo conocían como el Petit Gardel, por su voz y su manera de entonar. Cantando disimulaba su tartamudez congénita, que le daba un aire más simpático aún. Decía que sus diálogos aon Agustín Magaldi parecían propios de un sainete por la misma causa.
Tuvo muchos problemas de jovencito en casa, porque los padres le reprochaban que llegaba de madrugada a su casa, pero al día siguiente volvía repetir la escapada noctámbula para escaparse a cantar. De todos modos su conducta, en cuanto al trabajo, fue manifiesta, nunca faltó a sus obligaciones porque sabía las necesidades de la prolífica familia.
Sus padres Motl y María Kaplán -zapatero remendón y maestra de hebreo-, huyeron de Ekaterinoslav (Ucrania), ante la ola de antisemitismo, arribando a Buenos Aires en 1906 con tres hijas. En su nuevo refugio llegarían a tener hasta siete hijos más. Luis sería el segundo de esta prole argentina, en la que se inocularía el berretín tanguero, a tal punto que tres de los Rubistein porteños plasmarían recordadas páginas.
Entre Oscar, Elías (Randal) y Luis crearían esos temas que nutrirían con éxito a orquestas y cantantes. Al fallecer el viejo Motl, Luis pasaría a ejercer una especie de paternidad sosbre sus hermanos. Conocería a Anselmo Aieta en un café de la Corrientres angosta y el gran bandoneonista-compositor, se lo llevó a vivir a su casa. Luis ni siquiera había terminado la escuela primaria.
Quiso ser cantor, probó con D'Arienzo a sus 17 años (de esa manera tapaba su tartamudez coingénita), pero le tiraba mucho más la aventura constante. Empezó a componer tempranamente mientras controlaba los pasos de sus hermanos. En 1926, crea con D'Arienzo el tango Rodolfo Valentino, dedicado al gran actor que acababa de fallecer. Lo firma como Nietsibur (Su apellido al revés).
Dos años más tarde ganó dinero en el hipódromo apostando por un caballo que conducía el jockey conocido como "El Tigre" Callejas. Le cambiará la letra a su tango y lo titula "Callejas solo", dedicado al jockey. Lo graba Juan D'Arienzo con su cantor de entonces, Carlos Dante, a un ritmo mucho más lento que el que tendría más tarde.
Y en 1938, vuelve a cambiar los versos del tango, titulándolo: "Nada más" que sería todo un suceso con la orquesta de D'Arienzo. La letra es un ruego apasionado, como él los vivía, del personaje, a una muchacha que lo abandona. Seguramente es un caso que vivió de cerca y lo transmite al papel, pensando en el pedido suplicante del hombre, que le dice a ella:
Que no me dejes frente a frente con la vida.
Me moriré si me dejás
Porque sin vos no he de saber vivir.
Y no te pido más que eso
Que no me dejes sucumbir...
Te lo suplico por Dios
No me quités el calor
De tu cariño y tus besos,
Que si me falta la luz
De tu mirar que es mi sol
Será mi vida una cruz.
¡Cuánta nieve habrá en mi vida!
Sin el fuego de tus ojos
Y mi alma ya perdida
Sangrando por la herida
Se dejará morir...
Y en la cruz de mis anhelos
Llenaré de brumas mi alma,
Morirá el azul del cielo
Sobre mi desvelo
Viéndote partir...
No quiero nada, nada más
Que la mentira de tu amor como limosna.
¿Qué voy a hacer si vos te vas
con el vacío de mi decepción?
No, no te vayas... te lo ruego...
No destrocés mi corazón...
Si no lo hacés por amor
Hacelo por compasión
Pero, por Dios, no me dejes,
Jamás te molestaré
Seré una sombra a tus pies
Tirada en algún rincón...
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