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lunes, 13 de junio de 2016

Sofía Bozán

Sonrisa de la noche, estrella rutilante del Teatro Maipo durante 20 años sin interrupciones, su interpretación del tango marcó un ámbito ideal para sus vivencias: el teatro de revistas, en las cuales se mostró única, incomparable. Lidiando contra la tristeza del tango de su época, adornándolo con unos monólogos que intercalaba entre frase y frase, dándole un griro arrabalero e inimitable, la Bozán refleja toda una época en la cual no tuvo rival en cuando a dominio del escenario y del público que la aplaudía noche a noche en el teatro de la calle Esmeralda. Los porteños acudían en masa a gozar sus arranques temperamentales y esa peculiar sabiduría que la llevaba a separar con rara habilidad lo grotesco de lo gracioso y lo guarango de la atorrantería.


Era femenina, sensual y canyengue, tenía ese don especial que la llevaba a detener a la orquesta para intermediar un parlamento de su invención y sabía de la aceptación de sus incondicionales para aceptarle cualquier travesura que incluía inteligentemente, a veces, una ración oportuna de melancolía que también sabía cultivar. Los músicos arrancaban desde el foso con el tema y ella acompañaba con la primera estrofa, para detenerse cuando su genio se lo indicaba y entonces largaba un espiche cargado de ironías y envolvía a la enfervorizada platea en un clima festivo que transcurría en su exclusiva jurisdicción, desdeñando los formalismos teatrales. Su jocunda sonrisa avanzaba el torrente de gracia que en cataratas desparramaba sobre sus fieles y los ingeniosos brochazos políticos, sociales o económicos, los intercalaba sin orden ni concierto entre la letra del tema escogido, mientras los músicos acompañaban con suave melodía, intentando adivinar por donde saldría la Negra, que fue maestra en sus mano a mano con los alborozados espectadores.

Nacida en 1904 en el barrio del Once, su infancia fue pobre de solemnidad, hasta tal punto que no supo lo que era una muñeca. Estudió lo justito y sus padres la orientaron hacia la costura, recibiéndose de maestra de corte y confección..  Con su gracia sin par diría alguna vez refiriéndose a esos duros comienzos con la máquina de coser.
"Los únicos cortes que me resultaron productivos fueron los que hice como intérprete de la milonga". Se llamaba Sofía Isabel Bergero y su prima Olinda Bozán la empujó hacia las tablas, debutando con 14 años en el coro de la compañía Vittone-Pomar. Con la de Muiño-Alippi hizo en el Buenos Aires su primera interpretación vocal: el tango Canillita. Había nacido una estrella -adoptó el apellido de su prima-, que en las sucesivas oscilaciones de su inspiración, le daba vida a un tango fraseado, totalmente disinto.

Del Buenos Aires saltaría en el 27 al Teatro Sarmiento donde estrenaría infinidad de tangos que inyectaría en el embrión de la ciudad feérica: Aquel tapado de armiño, Haragán, Se acabaron los otarios, Qué lindo es estar metido o Un tropezón, por ejemplo. En 1930 lanzó en dicho teatro el inmortal Yira yira, y con la compañía de Manuel Romero saltó el océano y se presentaría en el Teatro de la Zarzuela de Madrid y posteriormente en el Palace de París. Aprovechando la estancia en la capital francesa, filmaría en Joinville junto a Gardel, Gloria Guzmán y Pedro Quartucci: Luces de Buenos Aires. En dicho filme, acompañada por la orquesta de Julio De Caro, interpreta La provinciana y Canto por no llorar. Gardel, que la quería mucho y le reía a carcajadas sus desopilantes salidas, sabía decirle: "Tenés los dientes más lindos que haya visto nunca en una mina".

Al regreso al pago la esperaba su escenario definitivo: el Maipo. Sobre ese entarimado  su figura se ha quedado prendida como se  pega el rocío, en esos amaneceres húmedos del otoño, en los adoquines amansados del suburbio. Formó casi patrimonio del Teatro y en 1935 dio a conocer el feroz Cambalache de Discépolo. Se estrenaba una nueva revista y su autor había vendido el tema en exclusiva al productor Ángel Mentasti para la película de Sofficci: "El alma del bandoneón". Dispuesto a impedir que se lo cantase en la velada, Mentasti ingresó en el Teatro con su abogado. Luis César Amadori -dueño del Maipo-, seguro del éxito del tango, decidió distraerlo mientras se hacía la función y lo llevó a la Confitería Richmond, que estaba frente al Maipo. Entre trago y trago, la larga perorata de Amadori recién concluyó cuando vio que se abrían las puertas del Teatro y la gente salía, finalizada la función..
                               
En Luces de Buenos Aires. Gardel, Gloria Guzmán y Sofía Bozán (der.) con compañeros.

La Negra había consagrado otro tema que haría historia y daría la vuelta al mundo. En 1950 se casó con el doctor Federico Hess y se retiró definitivamente de la escena. Aunque el éxito no la acompañó ni en el cine (intervino en 9 películas), ni en la radio y grabó muy poco, cuando murió, en 1958, el pueblo la lloró profundamente, porque las noches que se vivían en aquella cabeza de puente levantada entre  la emoción y la realidad, de Corrientes y Esmeralda, habían perdido a su musa predilecta.
                                                 


En ese leve perfume de cosa añeja, diluído ente bambalinas, su duende imaginario transparenta el alma pícara, burlona, traviesa y bohemia, ese almacén de palabras del porteño de entonces, que hoy ha sido anestesiado por la piqueta de la globalización.

(Extractado de mi libro : ABC del Tango - Ediciones Corregidor)


En la película: Elvira Fernández - vendedora de tienda, Sofía Bozán le canta a Tito Lusiardo mientras éste baila con su compañera, la milonga de Manuel Romero y Rodolfo Sciammarella: Cuando un viejo se enamora. Juan Carlos Thorry finge seguirla con el piano, pero es realmente Oscar Sabino y su agrupación, quien lleva el acompañamiento.










                                                        

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