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miércoles, 6 de enero de 2016

Fiore

Hay días en que uno está más sensible o presta más sus oídos y el alma a la música, o qué se yo... La cuestión es que anoche, yo iba en el coche rumbeando para la milonga y en el reproductor del auto, sonaba la orquesta de Troilo con Fiore. Un cedé delicioso que me obligó a meter mi cuore en lo que estaba escuchando y terminó por emocionarme todo: La orquesta, Goñi, y la interpretación de Fiorentino. Me tocó a fondo. Lo he escuchado mil, dos mil, chiquicientas veces, pero qué se yo, me tocó...

Debo confesar que en la milonga, cuando llega el turno de Troilo, sólo paso temas de esa primera orquesta porque es recontra milonguera. Le pone un ritmo y una hornalla especial que calienta los remos, el cuore y la pista. De Pichuco no desprecio nada y aprecio todo, pero para milonguear dame esa orquesta con las 71 grabaciones en que intervino el mago del piano: Orlando Goñi.

                                                       
Francisco Fiorentino


¡Qué swing más maravilloso tiene! Ya sé que no es ningún descubrimiento, pero ese piano me lleva en volandas y empuja que da calambre, a la vez que me da alas y me sube la temperatura emocional. No soy el único a quien le pasa éso, pero a mí particularmente me chifla. Y el dedo del destino quiso que en aquella primera orquesta del Gordo se juntasen los tres: el director, el pianista y el cantor.

Qué duende tenía el tango, con el estado del alma de la multitud, en aquella Buenos Baires que señalaba con su dedo mágico a directores y cantores para unirse en grabaciones únicas, milongueras, inolvidables e invencibles: D'Agostino-Vargas, Tanturi-Castillo, Di Sarli-Rufino, Pugliese-Chanel, D'Arienzo-Echagüe, Caló-Berón, Fresedo-Ray, y ésta que me conmovió anoche y siempre, la de Pichuco con Fiore. Cada dupla con su sello propio.

Lo cierto es que Fiorentino y Troilo se conocían de hacía tiempo. El cantor le llevaba nueve años al joven y debutante director cuando éste se puso al frente de su primera orquesta, y en realidad llegó Fiore de rebote al conjunto, porque la idea fija de Pichuco era tener al gallego Rodríguez Lesende, que en ese momento tenía un buen contrato en la boite Lucerna y la radio, y no aceptó el convite. Goñi fue el que más fuerza hizo para llamar a Fiorentino, ante la negativa del elegido  por el Gordo.

                                   
La orquesta de Aníbal Troilo, con Fiore en el Marabú


Alguna vez conté que estuve en Miami con Manuel Sojit Corner, hermano del famoso relator Luis Elías Sojit, y ellos se habían disperso cuando llegó la dictadura que borró a todos los peronistas del mapa. Manolo andaba sin trabajo. Yo había llegado con Oscar Bonavena allí, después de su combate por el título mundial con Joe Frazier y caímos en un hotel cuyo cueño había sido propietario del local de la famosa sastrería Braudo, situado en la estratégica esquina de Corrientes y Cerrito.

En esa época no había faxes, ni internet y Manolo me acompañaba al aeropuerto para enviar fotos al periódico en que yo trabajaba y otros favores por los cuales lo ayudaba porque no andaba bien. Y entonces le hacía revivir aquellos momentos en que se forma la legendaria orquesta. Porque fue él quien llegó al Bar Suárez, donde paraban Troilo, Goñi y otros que venían de tocar con la orquesta de Ciriaco Ortiz -después de la pizza en Las cuartetas-  y largó las palabras mágicas.

                                               
Orlando Goñi manda la música y Pichuco le va marcando lo matices a Fiore


-Muchachos, Salas, el empresario del Marabú, está buscando una orquesta para tocar dos meses allí.

Fue cuando Pichuco se tira a la pileta para formar su primer conjunto empujado por Goñi, que cree que "éste es el momento para armar tu orquesta propia". Incluso hasta pondría dinero para comprar partituras y arrimaría a algunos músicos que también estaban con Ciriaco, como Toto Rodríguez  y Pedro Sapochnik. A ellos se agregarían Reynaldo Nichele, José Stilman, Roberto Yanitelli y Tito Fassio. Al no poder contar con Rodríguez Lesende, Fiorentino pasa a ocupar el rol del cantor.

Y acá viene el gran milagro. Porque Fiore, criado en San Telmo, hermano de Vicente, que era violinista y quien le regaló el primer bandoneón, iba para músico, y así empezó. Incluso estudió con  Minotto con miras a ser un fueye de prima. Como sucedía en muchos barrios porteños de entonces, los muchachos eran futbolistas, boxeadores, cantores, guitarreros, en las zonas más modestas. A Fiore le gustaba cantar y se daría el gusto con Canaro, Maffia, Zerrillo, la Típica Victor, D'Arienzo, D'Agostino,  o Firpo, pero sólo en calidad de estribillista, como era la moda entonces. Y lo cierto es que no se  le advertían uñas para guitarrero por entonces.

                                             

Pero la historia dirá que Troilo produjo ese milagro, ese cambio magistral y de un día para el otro, apareció el cantor de fábula. Como tocado por una varita mágica, Fiore pasó a ser el cantor perfecto, ideal para esa formación. Pichuco le pedía que "el cantor debe ser un instrumento más en la orquesta". "Sonará a ritmo y cuando deba realizar un solo, lo acompañaremos". Y a sus 32 años, nació un nuevo cantor que hechizaría a los tangueros y milongueros que seguían a la orquesta y compraban a rolete sus discos.

Es maravilloso como entra, deja sus trinos y hasta consigue alargar la frase siempre musicalmente. No tuvo ni la escuela de Marino ni la carpeta de Floreal, pero fue el gran cantor de esa orquesta, aún cuando, a veces, sus murmullos en los versos, no fueran muy percepetibles pero sí muy musicales. Allí comenzó a tejerse la fábula de la orquesta de los cantores que acompañaría a Pichuco hasta el final, porque fué un verdadero maestro en ese sentido. Contaba Pichuco que a veces a Fiore no le salían bien las cosas y mordisqueaba nerviosamente un pañuelo, en los ensayos. Pero a la hora de la verdad, la varita mágica de Pichuco lo acompañaba y dejaría unas grabaciones que lo engrandecerán en el futuro.

                                           
La orquesta de Pichuco con Fiore, de traje blanco y el joven Piazzolla


Porque cuando se fue de la orquesta de Pichuco, después de casi siete años, con todos los laureles puestos, nunca volvería a ser el mismo Fiore de aquellos tiempos lujosos. Se iría apagando en las actuaciones pero no en el recuerdo de sus hinchas y de los milongueros, incluso actuales.

Por eso, yo que estuve en el velatorio de sus restos en SADAIC, quiero recordarlo en esa belle epôque del Marabú, Germinal, Radio El Mundo y las milongas. Y lo hago con dos temas: Cautivo, de Egidio Pittaluga y Luis Rubistein, llevado al disco el 9 de octubre de 1941. Y Tinta roja, de Sebastián Piana y Cátulo Castillo, grabado el 23 de octubre del mismo año.


009- Cautivo - Aníbal Troilo- Fiorentino

010- Tinta roja- Aníbal Troilo-Fiorentino

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