...la milonga.
Mi hermana, la Ñata, se adaptaba a todos los estilos. Porque en ese tiempo no se bailaba como ahora que es como una horma y todos bailan igual. En aquellos tiempos se milongueaba que para qué te cuento. Cada sábado y domingo eran diferentes pasos. Un buen milonguero no podía bailar siempre igual. Ellos practicaban entre hombres en clubes de barrio, en la semana, y después se largaban en los bailes.
Se juntaban, se inventaban pasos. Muy raro que uno se copiara de otro. Si a vos te gustaba un paso que hacía otro, lo mirabas, lo sacabas mentalmente pero no lo hacías igual: tratabas de hacerle algo distinto. Porque copiarse era horrible.
Ir a milonguear era una ilusión que no creo que hoy los jóvenes tengan. Era… cómo te puedo decir… el tango era la falopa de la juventud. La milonga empezaba a las diez de la noche y ahí estábamos. ¡Y entrábamos como avalancha, eh!. Los sábados hasta las tres de la mañana. Y los domingos de ocho a una. No nos perdíamos una, ni con lluvia, trueno o relámpagos…
Es que era algo inexplicable lo que se sentía adentro. Por eso te digo que nuestra droga era el tango. Bailabas con rengos, con sucios, con piojosos… Los muchachos lo mismo. La cosa era ir a bailar. Todos los muchachos que bailaban conmigo, con mi hermana, con la barra nuestra, era raro que se tiraran un lance. Ellos tenían sus rebusques, esperaban a las últimas piezas y ahí sí sabían a quién sacar a bailar, pero no mezclaban.
Yo no tenía una orquesta favorita. Pero como había bailarines de distintos estilos, cuando tocaban Pugliese buscaba a un bailarín que bailaba bien Pugliese. Tocaba D'Arienzo y había uno que te tiraba muchos pasos. Tanturi, Caló, Di Sarli, Troilo. ¿Quién no bailaba con esas orquestas? Vos ibas, no sabías bailar y al mes aprendías y ya bailabas porque el ritmo se te metía por los poros.
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