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domingo, 14 de abril de 2019

Los bailongos machistas

Es cierto que en esa década del treinta, aquí o allá, en una radio o en un salón, en un set de filmación o en una grabadora, iba a tener oportunidad de conocer a la mayoría de los famosos. pero aun así, la verdad... la verdad, yo los iba a conocer a ellos, pero ellos a mí todavía no tanto.

   Desde el punto de vista de la canción, la década se caracterizó por el apogeo y el final físico de Carlos Gardel pero, musicalmente, así como los veinte marcaron la era renovadora de Roberto Firpo, los treinta iban a ser copados por los aportes de Julio De Caro, famoso ya por sus obras y su sexteto, desde mucho antes. Con él iba a cruzarse también mi camino pero bastante más tarde. No podía todavía soñar con pararme delante de los fueyes de los dos Pedros: Maffia y Laurenz.

                         


   Empezó a funcionar el cambio el dúo con mi hermana Lidia Eva (nombre artístico Eva Rivero). hacíamos algunas actuaciones racdiales y, cuando en casa lo permitieron, también estuvieron anunciados los "Hermanos Rivero" en alguna cartelera de lugar "decente". Los sitios que descartaba el dúo los podía atender en cambio el guitarrista o el cantor Edmundo Rivero.

   En uno de esos bailes formativos (perdón: con entrada paga), me tocó presenciar una escena memorable, de las que hacen parar la música y hasta el vuelo de las moscas. Sucedió en un barrio bravo, de esos que todavía tenían guapos de paso cortito y rítmico, tipos que andaban siempre pegaditos a las paredes. Uno de aquellos temidos malevos sacó a bailar, como correspondía, a una de las muchachas más lindas del aile y, no bien habían hecho la primera corrida los interrumpió otro hombre:
-Con permiso -dijo-. Y le dio a la mujer un cachetazo que resonó en el silencio que el mismo agresor había inaugurado.

   La mujer se hizo a un lado llorando, y entonces el guapo, sin perder la frialdad preguntó:
   -¿Por qué le pegó a la dama?
   -Porque se negó a "salirme" a mí y enseguidita nomás "le salió a usté".
   -Si fue así, tiene razón, hizo bien, fájela nomás.

   El guapo miró a la mujer como buscando confirmación o desmentida y debe haber opinado que el llanto no cambiaba la cosa. así que la dejó plantada, hizo una seña de "aquí no ha pasado nada" y volvimos a hacer el tango "da capo". Los dos hombres se fueron juntos, pero no a pelear sino a compartir en el bar una caña quemada. "La ley de la milonga" podría ser el título ¿no?

                         


   Y sin embargo, en años de andar "amenizando" bailongos de todas las categorías, casi nunca me tocó presenciar más que discusiones y riñas menores. Si supe de alguna cosa grave nunca fue a la vista, como si los rivales estuviesen de acuerdo en no dar el feo espectáculo de amasijarse.

  Lo otro habrá sido en lugares que no vi o en tiempos que no viví, pero me parece que esos duelos fanfarrores, históricos, con padrinos o testigos, eran moda de otro ambiente o fantasía venida de las cintas de los "cow boys". El criollo es más sobrio para estas cosas.

EDMUNDO RIVERO / De su libro "Una luz de almacén")

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