Carlos Gardel y Julio De Caro serían grandes amigos |
Por entonces casi nadie se tragaba los bulos que inventaba Erasmo Silva Cabrera, el letrista y periodista uruguayo que escribía en el Diario El País, de Montevideo y donde fabulaba historias increíbles, en las que Gardel sería hijo de un militar uruguayo, suplantado por otro chico, luego sería masón y otra serie de historietas, propias de un radioteatro de Adalberto Campos, Héctor Bates o Abel Santa Cruz.
Carlos Gardel, como lo demuestra toda la documentación oficial, nació en Toulouse, Francia, el 11 de Diciembre de 1890, y fue inscripto como Charles Romuald Gardes, hijo natural de Berthe Gardes, soltera de 24 años, en el Hospital Saint Joseph de la Grave, de la Rue Reclusane nº 78.
El mismo en cuyas paredes estoy apoyado, hace unos 30 años con mi hija, Marina.
Vivió con su madre hasta los dos años de edad, en un piso de la calle Canon D'Arcole nº 4, de la misma villa, que fue también capital de la Resistence durante la Segunda Guerra Mundial.
Y acá estoy parado delante de dicha casa tocando el llamador.
Como es sabido, madre e hijo viajarían en el vapor Dom Pedro, que arribaría a Buenos Aires, procedente de Le Havre y Burdeos, el 10 de marzo de 1893. El pequeño, que adaptaría, como su madre, su nombre al castellano, tenía entonces 2 años y 3 meses. Vivirían inicialmente en una habitación de la casa céntrica ubicada en la calle Uruguay 160, donde también habitaron Tita Merello, Luis Sandrini, y las actrices Elsa O'Connor y Pierina Dealessi.
La historia posterior es muy conocida en medio mundo. De la pobreza a la gloria, un camino en el que su privilegiada garganta y sus dotes interpretativas le llevaron a la fama universal. Gardel patentó además el tango cantado y la forma de hacerlo. También por eso, para nosotros, estará por siempre en la cima y en nuestro cuore.
Al cumplirse el 75º aniversario de su tremenda desaparición física en Medellín, le dediqué este poema:
GARDEL
“Si podemos
decirle al fin de cada disco:
-Te pasaste Carlitos….”
Héctor Negro
Antaña devoción tangoesquinera
que el suburbio trasvasa
a parroquiana adoración hornacinera.
Es la musa sangrante
que fatigó el trovador itinerante.
¡Un llanto de ciudad, esa argamasa
entregada a su brújula albaceante!
Al yirar de la gente
que ataracea los huecos de su ausencia,
en la querencia,
el eco de su voz llega doliente;
fértil presencia,
que la metrópoli encelará como tesoro,
la oración fundamental de nuestro canto,
la sonrisa de goma tragacanto,
la voz invicta, el carretel sonoro.
Por la herida vitrola,
desangra el mensaje una ventana
y ante los versos que exuda la consola,
la misa gardeleana,
revive en el milagro
feraz de aquella gola.
¡Al aire zorzalea
una bandada volátil que gorjea,
reconociendo el mensaje tangosanto
y chairándole al timbre llamador un contracanto;
en la lunita rayada
picanea
el temblor de una viola y nos arrea
levitando, esa voz inmortal, desde el espanto!
Mi amigo Ángel Yonadi lo verseó con música:
Y como Hoy es el Día del Tango, nada mejor que verlo a Carlos Gardel cantando: Silencio, de Gardel, Le Pera y Pettorossi, como lo hiciera en 1932 en la película Melodía de Arrabal, rodada en los Estudios de la Paramount, en Joinville, Francia, junto a Imperio Argentina. Cuenta Enrique Cadícamo que un tarde fue a la casa del Morocho en la calle Jean Jaurés, del Abasto, y allí sobre el piano estaba la letra de Criollita de mis ensueños, que Gardel le había pedido que retocase para que se adaptara mejor a la música. Lo hizo en media hora y le dejó los remiendos sobre el piano. Al despedirse, en el patio -"Ahí queda éso"- , Gardel en recompensa le hizo escuchar en primicia el tango de Pettorossi, Silencio, que estaba ensayando con su guitarrista. "Tanta fue mi emoción al escucharlo, que sentí cómo se me erizaba la piel", confesaría Cadícamo.
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