Y es inteligente, porque esta persona después de enseñar a bailar esta danza en distintos lugares del mundo, llega a la capital de Argentina y descubre otra cosa, distinta de la que él había vivido hasta ese momento.
Comprueba que el tango no son los pasos, las figuras, los adornos, sino el sentimiento. Lo que se siente al bailarlo. La emoción íntima e intensa que provoca en los milongueros, cada vez que se abrazan con una persona del otro sexo y comienzan esa ronda infinita que cada vez trae nuevas sensaciones, aunque se trate del mismo tango y los mismos protagonistas.
Muchas veces pienso en ello cada vez que bailo en distintos lugares de Europa. La mayoría de hombres y mujeres que integran el circuito tanguero, ignoran casi todo sobre el tango. Piensan que, con conocer los pasos ya alcanza. Y es posible que les alcance para lo que buscan: la alternancia con otras personas, el rato lúdico, la charla, el abrazarse con alguien que le es atractivo, o que baila muy bien; la comprobación de que pueden seguir la música con sus figuras, caminata y giros, divertirse, en suma.
Pero en Buenos Aires hay una historia emocional que mueve a todos esos cuerpos danzantes. Una liturgia. Unos códigos. La atracción por determinada orquesta. Los recuerdos. La gigantesca zambullida en la nostalgia. El deambular por su yo. Esa sensación etérea y volátil, como la fe y la juventud. La entrega. Los nerviosos preámbulos. Lo eterno en lo fugaz. La ilusión, la expectativa, la pre-velada. El diálogo. El abrazo.
No es una evasión. Es la entrega total. Los temas obstinados. La diferencia entre bailar D'Arienzo o Pugliese, por ejemplo, que en muchos lugares no consideran de importancia. Y allá saben a quien elegir para bailar determinada orquesta. Porque a algunos los llama más que a otros el ritmo de la melodía. Saben que son portadores de la memoria cultural.
A alguien que lleva tantos años en la pista le cuesta entender cierta indolencia en el aprendizaje, o los errores y desinterés en la elección de la música por parte de quien la selecciona. Que se baile cualquier cosa, aunque no sea bailable. Los musicalizadores que no le dan clímax, temperatura a la milonga. Ese dejá vu que nos carcome y nos desespera.
Por supuesto que hay notables excepciones en todas partes. Pero estoy hablando del todo. De entrar en una milonga y respirar esa pasión total que se respira en el circuito porteño. La cultura, la amistad, el amor.
Este hombre lo descubrió y cambió totalmente su perspectiva sobre el baile. Veámoslo.
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