A veces nos juntamos a tomar mate o café y a parlotear de las
milongas, de orquestas, musicalizadores y milongueros de ambos sexos, entre
otros apartados de la danza que nos reúne frecuentemente en diversos locales.
Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia imagen del
conglomerado de movimientos, conductas, normas, tópicos, códigos, que rigen el
acto social de bailar en pareja y las alternativas que se suceden en una velada
milonguera.
Empecé a bailar el tango desde adolescente, cuando Buenos Aires
era una inmensa pista donde fluían cantidades impresionantes de aficionados a
esta danza.
Los años cincuenta en Buenos Aires fueron un torbellino
tanguero, con una enorme cantidad de orquestas, con clubes donde se bailaba a
tope hasta la madrugada y recintos que congregaban a los mejores: Sp. Buenos
Aires, Huracán, Sin rumbo, Villa Malcolm, Premier, Oeste, Villa Sahores, Atlanta, Sunderland, Unidos de Pompeya,
Social Rivadavia, Estrella de Oriente y otros, donde despunté mi pasión.
También había muchos sitios donde el nivel era bastante más
bajo y desparejo, pero el fervor existía en toda la ciudad.
Con la experiencia que me dan tantos años en la milonga, sigo creyendo que lo fundamental para bailar bien, para disfrutar el tango, no
es la sucesión de figuras que podamos manejar, sino la postura, el control del
compás y fundamentalmente el entendimiento con la pareja de turno. La
asociación. Cuando ésto se alcanza vivimos el cénit del tango bailado.
En mi libro: La
llamada del tango –Una danza mágica- (Ediciones Espuela de Plata, Editorial
Renacimiento. Sevilla 2009, 478 páginas), hablando sobre la pareja, digo:
-El individualismo es enemigo del tango. Es cierto que
vivimos una etapa en el Planeta Tierra en que muchos códigos han sido
avasallados, pero en ese sentido, en las pistas donde bailamos esta danza
introspectiva, dentro de una comunidad que nos cobija y nos permite fortalecer
lazos afectivos, sentimentales, de afinidad o de amistad, es fundamental saber
compartir el respeto por el colectivo. No sólo de la pareja sino incluso del
resto de bailarines en nuestro deslizamiento, eliminando todo atisbo de
agresividad en los desplazamientos, cuidando a nuestro acompañante y al resto
de bailarines, moderando nuestro comportamiento.
La mujer que llega a bailar bien el tango, escapa de la
forma pasiva y sumisa de aceptar todo lo que el hombre le propone y seguirlo.
Ella también adopta una actitud activa y a su vez propone, sugiere, en el
diálogo de los cuerpos y al dictado de la música. Porque esta danza es
distinta de todas las otras que se manejan bajo un patrón determinado, con
pasos fijos y repetidos y una coreografía muy organizada. El tango, por el contrario, se improvisa constantemente y en ello influyen diversos factores, como la música, la circulación , el nivel de los bailarines circundantes y el aporte de la musa acompañante. Tanto por parte de ella, como de él, conviviendo en poderosa imaginería expansiva.
Esa energía generada entre los dos cuerpos abrazados al compás de un tango, es algo maravilloso. En la entrega de los integrantes de la dupla y de sus imágenes espejadas sin forcejeos, naturales, devendrá la calidad de la obra de arte final. La mujer sigue al hombre en su círculo energético y lo estimula tácitamente para que éste despliegue todo su arsenal. A su vez el bailarín devolverá las atenciones, como si se tratase de una pareja de enamorados, cumpliendo con su misión de exhibir la belleza sensual de la milonguera, permitiendo que ésta recree su figura y luzca la elegancia de sus pasos... (sigue)
A continuación, vemos el ejemplo de los argumentos que cito en el libro. Claro que se trata prácticamente de una hipérbole, porque lo que hacía esta pareja, es difícil de alcanzar, algo excelso que pasará a la historia. Pero vale la pena recrearse en este lujo que nos dejaron Javier y Geraldine.
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