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martes, 30 de septiembre de 2025

Sexo, drogas & tango: Amelita Baltar recuerda a Astor Piazzolla (1)

Texto: Julio De Bonis con la colaboración de Martín Robbio 

 Corre el año 72 en Buenos Aires y en el escenario del teatro Regina, la relatividad del tiempo, que vuelve efímero lo agradable, da velocidad crucero a un show. En el escenario, Amelita Baltar, con sus piernas de seda y su voz intrusa en un mundo de machos, estrena “El Gordo Triste”, una de las mejores poesías de Horacio Ferrer y una de las tantas genialidades musicales de Piazzolla, que rinde tributo al maestro Aníbal Troilo. El homenajeado escucha atento desde la tercera fila junto a su mujer Zita, una presión extra para la joven cantante. Al sonar los últimos acordes, el sinónimo gordo del bandoneón impulsa sus pies y, levantando los codos para lograr estabilidad, lleva su mano en forma de montoncito a la boca para empezar a lanzar besos. “Gracias gato, gracias nena”, les repite a Astor y a Amelita.

La anécdota es narrada en el invierno del 2016 por la mujer que hacía suspirar a todos: Amelita Baltar, una de las últimas sobrevivientes del arrabal criollo musical. En el estudio que tiene en su departamento de Recoleta, el barrio del que nunca se mudó, Amelita recibe al cronista, y a su amigo Martín Robbio, quien la ha acompañado en el piano durante varios de sus shows recientes. A la fórmula de la confianza se agregan varios vinos para que decante mejor la conversación. En la sesión fotográfica previa se desnudan realidades: Amelita, a sus 76 años, juega con su pelo como una veinteañera y sonríe a la cámara con la confianza de quien supo ser dueña de los flashes. Las arrugas delatan la edad, la actitud no se negocia. El cronista compró dos Malbec.

-Siempre escucho en las entrevistas que hablás del Malbec, supuse que es tu cepa preferida.

-No, es porque tiene charme, en realidad, me da lo mismo cualquier otra, pero suena mejor decir malbec.                                                                                                                                                                                        

Amelita, Astor, Zita y Pichuco

Primer vino

La conversación dirigida, tras servir los primeros vasos, arranca en los años sesenta. Amelita entonces era una joven que vivía con su adorada madre y su padre alcohólico en Recoleta. “Vivía bien en una casa que no estaba bien por la adicción de mi padre, que en ese momento no era vista así… para la gente, él era un borrachín. Igual nos divertíamos mucho, con mamá y él nos quedábamos escuchando la radio hasta tarde y nos matábamos a carcajadas. Papá tenía mucho de lo que tengo yo, esa cosa jodona”, dice invirtiendo la lógica hereditaria.

En la plenitud de sus veintiún años, la lista de pretendientes no escaseaba y Amelita entendió que elegir a uno podía significar un anhelo: salir de su hogar. Se puso de novia con Alfredo Garrido, se casó en 1963 y tuvo su primer hijo: Mariano. Los senderos de la época auguraban una vida de familia numerosa y de primer y último amor. No eran sus planes.     

 La conversación dirigida, tras servir los primeros vasos, arranca en los años sesenta. Amelita entonces era una joven que vivía con su adorada madre y su padre alcohólico en Recoleta. “Vivía bien en una casa que no estaba bien por la adicción de mi padre, que en ese momento no era vista así… para la gente, él era un borrachín. Igual nos divertíamos mucho, con mamá y él nos quedábamos escuchando la radio hasta tarde y nos matábamos a carcajadas. Papá tenía mucho de lo que tengo yo, esa cosa jodona”, dice invirtiendo la lógica hereditaria.

En la plenitud de sus veintiún años, la lista de pretendientes no escaseaba y Amelita entendió que elegir a uno podía significar un anhelo: salir de su hogar. Se puso de novia con Alfredo Garrido, se casó en 1963 y tuvo su primer hijo: Mariano. Los senderos de la época auguraban una vida de familia numerosa y de primer y último amor. No eran sus planes.

-¿Se sorprendieron en tu familia por la separación, que no era algo tan común en ese entonces?

-No, porque ya sabían que me había casado para irme de mi casa, no estaba enamorada.

-¿Y él estaba enamorado?

-Él moría por mí, le hice mucho daño, tuvo que ir a un psiquiatra, y me siguió llamando después. Tanto jodió que salí de nuevo y sentí como si alguien me estuviera pagando por sexo, me quedó un gusto de amargo en la boca por aceptar.    

 -Tu historial indica que eras de despertar pasiones fuertes. 

-Fui muy amada, amada, amada… ¡Y nunca me metieron los cuernos! ¡Nadie! ¡Morían por mí! Astor moría, Alfredo ni hablar, Ronnie (el padre de su segundo hijo) también y muchos otros…
Volvió al hogar materno para vivir el deceso paterno: a los 51 años, su padre, pasaría sus últimos días tirado en su cama. Su muerte, anunciada y silenciosa, fue en parte un alivio para la atractiva madre soltera, que lejos de respetar tradiciones de duelos de antaño, estaba abocada a su carrera de cantante de folclore. “Iba del norte al sur con mi guitarra, cantando la misma canción de mierda, porque era la única que me pedían”. El tema era Si la viera pasar, su letra combinada con las minifaldas de Amelita aceleraban pulsos sanguíneos. “Era una canción muy pajera, siempre tocaba al aire libre y dos veces me tuvieron que sacar antes porque los morochos se me venían encima”. Sobraban candidatos y se sumó Astor Piazzolla, que le llevaba 20 años y cuya primera imagen no resultó muy seductora.
-Era un señor con barriguita, con entradas. ¡Vestía para el orto! Usaba pantalones cuadrillé con saco cuadrillé y camisa rayada: terrible. 

-¿Y cómo el señor de la barriguita termina siendo tu pareja?

-¡De pedo! Cuando salía con él, estaba con un pendejo que decirte actor de cine es poco, divino. Pasaron cinco meses, tuvo que remar el Titanic. Me invitaba a ver películas, a cócteles en la embajada de Estados Unidos, me invitaba un whisky a la casa. 

-¿El whisky fue la clave para vencer la resistencia? 

-Y… Fueron varios y dije buenoooo, vamooooo.

-¿Y cómo resultó?

-Fue… fue interesante…-recuerda con una mueca pícara- eso sí, hubo que enseñarle todo. No sé cómo ese hombre llegó a vivir a los cuarenta y siete años sin saber hacer nada de nada. Te besaba así (lleva el puño cerrado a su boca para mostrar) y había tenido dos hijos, pero nada. Antes de consumar la relación con Piazzolla, Amelita ya se había convertido en su partenaire en el escenario. Si bien los éxitos llegaron pronto, hasta entonces Piazzolla no era para nada popular. “Tocaba en un boliche del centro e iban entre treinta y cuarenta personas, un petit comité”. Tampoco contaba con atractivos mata-galanes: “si hubiera tenido plata hubiese sido más interesante, la guita le pone color a la vida”.

-¿No tenía un mango?

-Nooo, había vendido el auto… después se compró un fitito, que se quedaba cada vez que íbamos a San Antonio de Areco… ¡Tuve una paciencia!
Esa paciencia suena exagerada, ya que rápidamente llegaron los éxitos y la posibilidad de vivir en Roma, teniendo que dejar a su pequeño hijo Mariano en Buenos Aires. “Fue una decisión difícil, pero el padre me pidió que se fuera a vivir con él y no me podía negar. Él estaba en pareja con una siniestra bruja, yo no sé por qué siempre se van de mí a lo peor.”

-Me imagino que para lanzarte al viaje debías estar muy enamorada.
-Cortala con lo del enamoramiento, el enamoramiento te puede durar tres meses, esa calentura, esa cosa. En cambio cuando vos querés se puede mantener la cosa, si se tiene buena higiene de conversación. Al principio me embalé mucho con Astor, después estaba todo bien, aunque me hizo alguna cagada y seguimos en una relación, él re enamorado de mí y yo normal.

-Parece una tendencia en tus amores.
-Sí, me aburro. ¿Sabés lo que es acostarte todas las noches en la cama con alguien que te aburre? ¡Ay tengo fríos en los pies! Bueno, ¿Querés que te de la bolsa de agua caliente?

Las gargantas están secas, la solución está al alcance de la mano: un sacacorchos.

Segundo vino

En Medianoche en París- la película- Woody Allen sueña un París donde conviven grandes intelectuales, escritores y artistas, de Picasso a Hemingway. En Roma, Amelita y Astor tuvieron la versión de la ficción a la criolla. Vivían a la vuelta de Piazza Novana, a una cuadra de la lujosa calle de los anticuarios. Salían a comer con el escritor y dramaturgo, Mario Trejo, conocieron a Julio Cortázar y se escondieron en más de una oportunidad tras las persianas para evitar la visita del boxeador Ringo Bonavena, que si bien se llevaba muy bien con Astor, tenía ciertos modales difíciles de sobrellevar.

-Pasaba media hora tocando la puerta y no se iba, si le abríamos se quedaba a vivir y encima después arrancaba con sus guasadas, que eran insoportables. Un día fuimos a comer a Porta Prima, con mamá, Nonina y Astor… Y Ringo arrancó: “No sabés, cuando me fifo una mina acaba 4 o 5 veces”. Nosotras no sabíamos en dónde meternos.

La trama cotidiana desnuda a un Piazzolla jodón, característica que su ex pareja analiza con mirada freudiana: “Nosotros teníamos un elástico en el suelo, nunca tuvimos cama. Un día después de un show, él se acostó y se hizo el dormido, me fui a limpiar la cara, los ojos, los dedos, la nariz… Me voy acostar, meto las patas, siento algo y pego un grito. Él se reía como loco. ¡Que te re parió! ¿No estás dormido, no? Me había metido un cepillo del brushing y se cagaba de la risa. Le encantaba hacer bromas. Creció tanto en la genialidad que Dios le había dado que no tuvo tiempo en elaborar su adolescencia”.

-¿Cómo era la relación arriba del escenario?
-Era un músico más, me cagaba a pedos, después viste que uno de pronto canta y quiere hacer un silencio y avanza, o de pronto se adelanta un poquito… Con Astor no podías hacer eso, no podías esperar y meterte porque pasabas un compás y él ya estaba atrás con el bandoneón chichichichi, como diciendo no te muevas. ¡Dejame ser más libre!, le pedía, y no. Está bien que era tan maravilloso lo que escribía que no te importaba. Era todo maravilloso. ¡Qué cadencia maravillosa que hizo Antonio Agri!, me decían y se la había escrito Astor, porque tampoco lo dejaba libre. ¡Escribía él para el violín! Era tan enorme que la escribía porque, era cierto, tenía que ser esa.

El film romano no tuvo final feliz: el 27 de mayo del 75, Amelita agarró todas sus cosas y se subió al avión para llegar al cumpleaños de su hijo Mariano, que cumplía el día siguiente. “Le dije, Astor, el pasaje es de ida, me vine con todo para no volver nunca más.”

-¿Astor te siguió buscando?
-¡Siiiiií! Volví de Italia y me dejó descansar quince días, después empezó a hablar. Yo llegué acá y… ¡Qué divertido! ¡Volvía ir a Mau Mau, a Regin… Me llamaba a las tres, cuatro de la mañana, no bien se levantaba y pensaba que me encontraba durmiendo, y estaba recién acostada. ¿Viste esas cajas que tengo allá? Allí tengo una carta donde me dice que se quiere casar conmigo. Y bueno, si no te diste cuenta antes, tarde piaste. Un día, a principios de septiembre, fines de agosto vino a Buenos Aires y apareció en casa. Yo no estaba y el perro se volvió loco, se meó por toda la casa. Claro, llegó papá.

-¿Y nunca lo volviste a ver desde que saliste de Roma?
-Jamás. Un día en un restaurante, acá en Buenos Aires, entré y había una mesa larga, él estaba de espaldas. Me fui para el fondo y ahí le habrán dicho está Amelita, pero no nos vimos.

(Continuará)

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