Los bailes de carnaval permitían comprobar la popularidad de las distintas orquestas, contratadas muchas de ellas con más de un año de anticipación. En 1944 Carlos Di Sarli con Roberto Rufino, Aníbal Troilo con Fiorentino y Marino, y Tanturi con Enrique Campos recibieron veinte mil pesos cada uno por animar lo que se promocionaba con 8 Grandes Bailes en los clubes Independiente, Racing y Huracán, respectivamente.
Ángel D'Agostino, con Ángel Vargas, recibió 18 mil por compartir los bailes en Independiente (ahí Vargas estrenó el tango Esta noche en Buenos Aires, de D'Agostino, Eduardo Del Piano y Avlis, que se convertiría en otro gran éxito del dúo); Miguel Caló, con Iriarte y Podestá; y Rodolfo Biagi, con Carlos Acuña y Francisco Amor, cobraron 16.500 pesos por sus presentaciones en Lanús. Y Alfredo De Angelis con Floreal Ruiz y Julio Martel, 9200 en el Sportivo Pereira.
Las soireés y veladas danzantes con grabaciones convocaban a multitudes en los clubes de barrio, y los grandes teatros del centro: Maipo, Broadway, Avenida, Politeama y Smart, levantaban las butacas para convertir sus salas en pistas de baile.
El apogeo del tango no se opacaba al terminar el carnaval. Las orquestas volvían a su actuación en vivo en las radios, a sus presentaciones en los cafés, en los salones o en los cabarets. y, especialmente en los clubes de barrio, prácticamente los siete días de la semana, una fuente de trabajo que se acrecentaba en forma proporcional al crecimiento de la ciudad hacia las afueras, hacia los suburbios que desbordaban más allá de la General Paz.
Los bailes en los clubes de barrio eran, además, el lugar ideal para evaluar la reacción de los bailarines ante el estreno de un nuevo tema, hecho que ocurría con una frecuencia hoy inigualable pero entonces necesaria ante la demanda de un público que se renovaba y aumentaba en forma creciente. Si el nuevo tango gustaba, el director lo incluía en sus presentaciones radiales y si también alcanzaba aceptación entre los oyentes, recién lo llevaba al disco.
En el Buenos Aires del cuarenta, los niños disfrutaban del potrero (el 16 por ciento del territorio porteño era baldío) y el escaso tránsito les posibilitaba que también jugaran al fútbol en las calles. Las avenidas admitían la doble mano. Había agentes controlando desde garitas y esquinas y no habían desaparecido carros y chatas luciendo filetes e inscripciones nacidas del ingenio popular : "No me besés que me oxido", "Si tus besos me despiertan / besame que estoy dormido"; "Yo soy como el picaflor: llego, pico y me voy".
La ambición mayor de una mujer, y en algunos casos la única, era alcanzar a ser esposa y madre, luego de recorrer las inevitables etapas de aceptar una simpatía, ser festejada y darle vía libre al pretenciente antes de que el pedido de mano ante su familia le permitiera ser novio oficial.
La vida cotidiana del varón de los cuarenta también tenía su rutina: laburo, esquina y radio los días de semana; bailables, milonga en el club del barrio o salida al centro los sábados; y los domingos: ravioles, fútbol o hipódromo, bailables, a las 7 en el café y sexta edición con el fóbal y las carreras.
Un acelerado proceso de iindustrialización provocado por la necesidad de reemplazar las importaciones que ya no podían llegar de una Europa en guerra, originó una migración masiva de los habitantes del interior del país hacia Buenos Aires. de los 7 a 8 mil provincianos que por año llegaban en la década del treinta pasaron a sre más de cien mil por año en los cuarenta. El trabajo a pleno incentivó tranformaciones sociales.
Jorge Gottling (Continuará)
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