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jueves, 4 de octubre de 2018

De la ribera al centro

   En la esquina de Suárez y Necochea las cantinas meridionales habían vuelto por sus fueros de apetitosos "maccheroni" con armoniosa "mandulinata" y por las puertas de los cafés-concierto habían iniciado su éxodo los instrumentos del tango, junto con aquellas pizpiretas camareras que acompañaban sus acordes golpeando con los nudillos las bandejas...

   El trío del café Royal se disgrega. Samuel Castriota se va por su lado, con sus dedos pianistas y guitarreros. Toma rumbo particular Vicente Loduca y su fuelle cadencioso. Pirincho Canaro se asocia a un cofrade de la pasión musical y vecino suyo en la calle Sarandí al sur: el bandoneonista Vicente Greco. El mismo Canaro ha relatado la circunstancia especial por la cual el bandoneón ganó este extraordinario ejecutante, precocidad musical que a los catorce años se lucía en flauta, guitarra y piano.

                                

   Unos muchachos que andaban dando serenatas, llegaron al conventillo de la calle Sarandí donde vivía Greco. Otro inquilino, un sargento de policía al que le perturbaron el sueño, se levantó indignado dando pitadas de auxilio. Los filarmónicos huyeron, y el del bandoneón le dejó el instrumento a Greco para que se lo guardara. Como tardó un tiempo en pasar a recogerlo, Vicente se aficionó en tocarlo y con su fino oído y milagrosa intuición, comenzó desde allí a ser uno de los más destacados virtuosos del fuelle.

   Como dije arriba, Canaro se une a Greco y acompañados por el pianista Aragón y el flautista Pecci, se presentan en el café El Estribo, de la calle Entre Ríos 763 al 67. En nutridas audiencias el público llena el local y desborda a la vereda y la calzada. Esto obliga a que la comisaría seccional envíe todas las noches algunos vigilantes para guardar el orden y encauzar a la abigarrada concurrencia.

El salón La Argentina

   Atraídos por el suceso del cuarteto de Greco, fueron al café dos bailarines, "el pardo" Santillán y "el vasco" Aín, a buscar a los músicos para que actuaran en las reuniones danzantes que ellos organizaban en el salón La Argentina, de la calle Rodríguez Peña 361. El salón La Argentina competía entonces, con ventaja, en cuanto a la afición tanguista, con otros de asociaciones mutualistas constituídas por honestos súbditos de Victor Manuel II y Alfonso XIII: Patria e Lavoro, de la calle Chile; Colonia Italiana, de la calle Paraná; Unione e Benevolenza, de la calle Cangallo; Orfeón Español, de la calle Piedras; Centro de Almaceneros, de la calle Lorca (Hoy Presidente Luis Sáenz Peña), etcétera.

                         
Baile en el Salón La Argentina la noche de su centenario


   Estos se arrendaban a la heterogénea "clase media" del tango, en noche de entre semana o domingos a la tarde, porque los sábados estaban dedicados a las propias fiestas de sus colectividades. La antes aludida ventaja de La Argentina estaba en que abría especialmente sus puertas a "la milonga" en esas noches de sábado, con el obvio lleno completo. Reinaba allí el tango sin cortapisas. El lugar era algo así como un término divisorio entre el remoto peringundín de La Tucumana, alumbrado a querosene y con el arroyo Maldonado atrás, y la coqueta casa de "madame" Jeanne en la calle Maipú al norte, con moblaje Luis XV y cortinados de seda.

   El sexo fuerte de La Argentina lucía melena cuadrada, era metido de hombros y no muy bien encarado. El débil (¿débil? "hasta por ahí nomás"...) metía los contornos garbosos en ajustadas batas y polleras de chillones colores... y se perfumaba con Agua Florida. En el "buffet" se despachaba a pasto la ginebra y el anís. En el salón, cuando la puja de "ochos" y "medias lunas" había excedido todas las posibilidades, el bailarín más canchero se adueñaba del lauro escribiendo su nombre en el piso, con trazo intangible.

                                                        Francisco García Jiménez

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