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lunes, 24 de noviembre de 2014

Guillermina Quiroga





Clavel del aire, muchacha de La Plata
 aprendiste a andar-bailar al mismo tiempo.
Venís de aristocráticos danzares
y aplicaste tu savia en la milonga.



El tango se hizo carne en tu alma dócil
deslumbrada por Copes-María Nieves,
alimentada por sonidos de vitrolas,
por el canto de Gardel y Julio Sosa.
Te dieron chapa milonguera, Osvaldo Zotto
su hermano Miguel Ángel y Milena
las clases con el maestro Balmaceda,
o el cruce con el Pibe Avellaneda.




      
                                                                  
De clásica a milonga sin escalas.
La polenta del gotán te mandó un guiño,
te brindó en el arranque su cariño
y del ballet te viniste con las alas.
En tango de salón o de escenario
nos dejás tu pisada como un halo
y en el derroche de tu baile suntuario,
te mandás con Cervila, un gran Escualo.







Serpiente, pez, araña, anguila,
elemento del aire como Sílfide,
trascendiste los límites del tango
descubriéndole nuevos horizontes.
Te saluda la Rosa de los vientos 
cuando emergés sobre el norte de tu cuerpo
jugando con la música y el partner
y desafiando a la Ley de gravedad.




Son la elegancia, técnica y pasión,
argumentos que construyen su maestría, 
y el sentimiento de la música, razón
que le impulsa a construir alegorías.
Airosa con la gente en la compulsa,
pues todo es baile, el fino y el más reo,
nos gana con su cuerpo en el mimbreo
por la oración sonora que la impulsa.

Los guantes de sus pies besan el suelo
la bisagra se curva en la cintura
las piernas se vuelven mariposas
y vuelan espoleadas por la música.
Tu aparente fragilidad es el anzuelo
para deslumbrar a los que miran tus piruetas.
Donde pisás surgirán flores de loto
musa terpsícore, de doctos milongueros.




De La Plata se trasladó al Abasto
para afinar -gardeleana- su carrera,
que ganaría a lo crack, como Yatasto
y el mundo aplaudiendo a esta TANGUERA









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