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martes, 30 de septiembre de 2025

Sexo, drogas & tango: Amelita Baltar recuerda a Astor Piazzolla (2)

                                                     Texto: Julio De Bonis con la colaboración de Martín Robbio

-¿Y cuándo se enfermó cómo te enteraste?

-Estaba en París y de repente me empezaron a llamar del diario El País de España. Entonces llamé a Elio, del Maipo, para ver qué pasaba. Ahí me contó que a Astor le había agarrado una trombosis cerebral. Claro, por eso me estaban llamando del diario El País. Yo les expliqué que estaba viviendo allí -en París, al igual que Astor- pero que no vivía más con él ni era más su pareja. En ese momento debo haber dicho algo así como que era un grande y los grandes uno espera que no se vayan nunca. Me contaron que los médicos franceses dijeron: Esto hay que dejarlo como está porque en un mes se va. Hacer otra cosa era torturarlo… Y la bruja (por Laurita, su última mujer) se hizo preparar un avión para traerlo y lo tuvo dos años acá. Lo llevaban al Alpi para tratar de hacer gimnasia y él no quería– cuenta acongojada-. Dicen que un día pasó cerca del ascensor y se tiró de la silla. ¡¡¡Se quería ir!!!

                                    

Piazzolla, Amelita y Ferrer en Montevideo

La charla continúa por senderos borrosos, Amelita pide apagar el grabador para una anécdota personal y cuando la luz roja marca el encendido, su voz reaparece con un axioma: “El odio envenena al recipiente que lo contiene”.

-¿Y nunca te envenenaste en tus relaciones?

-¡¿Odiar?!… Me llevé mal con alguien… pero odiar, no recuerdo odiar. ¿Odiar a quién?

-En una entrevista (A manera de memorias, de Natalio Gorín) Astor asegura que pensó en matarte varias veces porque él no admitía el engaño, dando a entender que lo engañaste.

El clima se tensa por primera vez, la mirada de Amelita refleja a Piazzolla revolviendo sus entrañas al ritmo de su fueye. El cronista siente en ese momento una metáfora de Ferrer: en un fósforo ve la tormenta crecida. Nervioso, trata de edulcorar la pregunta.

-¿El odio es la contracara del amor?

-Un hombre que me hace abortar un hijo –la emoción la interrumpe- ¡¿Eso qué es?! ¡¿Amor?! ¡Ahí se fue todo a la mierda! ¡¿Eso es amor?!

Salimos del mal trago y pasamos revista tanguera: Susana Rinaldi, Horacio Salgán, Ubaldo De Lío, Edmundo Rivero y el cabrón de mierda de Ferrer; hay definiciones para todos. Amelita es un boxeador que noquea con anécdotas, cuando uno se recupera de la última, ya está en marcha el siguiente golpe: “Es que soy la única que puede contar estas cosas… la única con la Rinaldi, pero a la Rinaldi le importa un carajo nada”. En su recuerdo aparecen los próceres de la vieja guardia: “Los tangueros creo que nunca leyeron ni un diario, ni una revista, ni un nada… Y un día abrieron la puerta de su casa y se encontraron con que Buenos Aires era otra y ellos no tenían música para escribir ese nuevo Buenos Aires. Tocaban todos los días hasta las seis de la mañana, después la patrona les preparaba la comida y a las nueve de la noche volvían al boliche. El único tipo culto, que hacía gimnasia, era Edmundo Rivero. Salgán era el tipo más limpio del mundo, su guitarrista, Ubaldo De Lío, siempre tenía la mano acá- señala la cintura-, para poder tocarle el culo a las minas cuando pasaban a su lado. Era calentón y jeropa, a mí me perseguía. Astor amaba a todos los tangueros esos y los tangueros lo amaban a él.”

La dupla Baltar-Piazzolla contaba con un tercer elemento: el maestro Horacio Ferrer, recientemente fallecido. Amelita lo evoca: “después de estrenar María de Buenos Aires- la opereta compuesta por Ferrer y Piazzolla- nunca la pude cantar, y la cantaron todas. Recién después de 45 años la hice en Japón. Pensé que era la Laurita- la última mujer de Piazzolla- la que me prohibía hacerla, pero no. Había alguien que en la obra quería ser la primera figura, era el poeta, él quería que terminara la obra y ser el más de los tres. Así que Horacio Ferrer fue un hijo de mil putas conmigo. ¡Un cabrón de mierda! Eso sí, sé que me admiraba y él sabía que me había jugado la vida cuando estrené María de Buenos Aires.”

Amelita pide un entretelón: “Voy a desbeber el malbec y retornamos”.

Tercer y último vino

El cronista no pidió bis, pero la artista quiere seguir ese intercambio de a tres. Está cómoda y nos ofrece bajar a cenar en el piso donde vive. Vamos a comprar unas fainás con jamón crudo, tomate y albahaca, y sacamos a pasear sus perros. Un gato se escapó y hay que llevarlo nuevamente al piso de arriba, diligencia que resuelve el cronista. Al volver, otra botella ha sido abierta, cortesía Baltar.

«Los tangueros creo que nunca leyeron ni un diario, ni una revista, ni un nada… Y un día abrieron la puerta de su casa y se encontraron con que Buenos Aires era otra y ellos no tenían música para escribir ese nuevo Buenos Aires»

La pared de su cocina tiene la misma receta que la de los salones de las pizzerías de la calle Corrientes: está llena de fotos con famosos. Antonio Seguí, Milton Nascimiento, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Hermeto Pascoal, Tito Lectoure, por citar algunos de sus compañeros de instantáneas. También figura su tocaya Fortabat: “Ella moría por mí, después de un show me ha dicho: Te digo, Amelita, si solamente pudiera cantar una canción como vos sería la mujer más feliz del mundo. Le respondí: amor mío, te quiero tanto que si pudiera tener un dos por ciento de la guita que vos tenés, yo también sería la mujer más feliz del mundo.”

La comida incluye un menú de proyectos futuros, le propone a Martín Robbio que la acompañe con temas de folclore en un show veraniego y cuenta que está iniciando un libro, su historia se sigue escribiendo. Parafraseando por última vez a Ferrer, vale decir que los enigmas del vino acarician nuestros ojos. Momento de abrir el micrófono para el final del repertorio.

-Hay una anécdota tuya que me parece muy simpática, qué es cuando con Astor probaron marihuana. ¿Quisieras hacerla pública?

-¡Ajaja! ¡Qué gracioso! Ninguno de los dos teníamos la experiencia. Vino un amigo nuestro, un tipo que era grande como él y su mujer que era más chica que yo, una manequén. Y bue, trajeron un porro. Yo sabía lo que era un porro, aunque lo único que se conocía en el tango era la cocaína y chau, punto. Nos habían dicho que no debíamos fumar en un lugar ancho, sino en un lugar chico para que el humo de las pitadas quede ahí. Estábamos en una casa con dos baños, los dos estupendos, pero una más chico, con ducha y todo pero más chico. Entonces nos fuimos a ese baño los cuatro. Empezamos a fumarlo… Qué sé yo, debemos haber estado media hora fumando y Astor decía a mí no me pasa mucho, eh, y yo decía mirá, a mí mucho tampoco, pero bueno. Tengo otro, bueno encendé el otro. Finalmente salimos del baño un poquito, eh… Gustositos, relajados, pero nada más.

-¿Y esa fue la única experiencia con las drogas?

-Un día me dieron una pastilla de LSD, la guardé 4 años. Un día separándome de Astor la tiré en el inodoro, porque no quería que nada me cambiara la vida. LSD e irse a la mierda y no sabés a donde te va a llevar… No, eso no es para mí. Y Astor se olvidó porque no era drogadicto. Astor sí probó la cocaína y me la hizo probar a mí, pero no era… Me decía probala, probala, no te va a hacer nada. Después estaba más excitada, qué sé yo, tomé un whisky y me cayó mucho mejor, pero no éramos de tomar. Fue 3 o 4 veces, onda juego. Astor no era drogadicto y yo era feliz con lo que era. La falopa es cuando vos necesitás que te levante esto o lo otro. Yo no tengo que levantar nada, era feliz y él también, así que no necesitábamos para nada la falopa.

                                         


El cronista se olvidó de describir una foto: está Amelita al lado de un farolito, vestida para tumbar mandíbulas, se la ve joven, en una plenitud manejada a la perfección. En otra, está totalmente desnuda, tapándose una lola con una mano en pose tanguera y con una pierna cruzada. Una musa despampanante que puso de rodillas a varios y escuchó impávida sus plegarias de retorno, incluso las de Alfredo y Ronnie, los padres de sus hijos, pero… Siempre hay un pero.

-Nombraste al pasar al amor de tu vida, no te pido que lo escrachemos, pero necesito saber: ¿Qué hizo ese hombre para ser el amor de tu vida?

-Porque cuando lo conocí y me pasó, lo amé para siempre. Y no me duele no tenerlo. No, no, no, pero lo amo. No quiero que su mujer registre porque no queda bien, que le escriba una mina que a lo mejor… No queda bien… Cuando está solo lo llamo, hablamos de nuestros perros. Me acuerdo de su cumpleaños, él se acuerda el mío, hay veces que nos llamamos y sólo eso, y otros días nos quedamos media hora hablando, jodiendo, nos cagamos de risa. No tengo dolor porque no esté conmigo, tengo una alegría inmensa de haber tenido un gran amor de mi vida. Tiene doce años menos que yo y es buen mozo, buen mozo, que no se puede pensar. Es re bacán, de esos apellidos re bienudos.

-Atractiva, conquistadora de varios corazones, bacana, hay mucho en común con tu padre.

-Sí, fui muy putaniera, donde ponía el ojo ponía la bala. Por ahí por un día, por ahí 10 días, por ahí me duraba un mes. Pero si yo ponía el ojo era como que…

-Tu belleza los encandilaba.

-No era sólo estar linda, tenía una actitud que era la de un minón. Bueno, una hora de entrevista, me dijo. Apagá eso, nene.

Se cumple la orden, Amelita ofrece abrir otro vino, el cronista declina, no le molestaría seguir charlando con una parte viva de la música nacional, pero quiere volver rápido a su casa, en su grabador hay un crudo inédito: El tango de la femme fatale.




Sexo, drogas & tango: Amelita Baltar recuerda a Astor Piazzolla (1)

Texto: Julio De Bonis con la colaboración de Martín Robbio 

 Corre el año 72 en Buenos Aires y en el escenario del teatro Regina, la relatividad del tiempo, que vuelve efímero lo agradable, da velocidad crucero a un show. En el escenario, Amelita Baltar, con sus piernas de seda y su voz intrusa en un mundo de machos, estrena “El Gordo Triste”, una de las mejores poesías de Horacio Ferrer y una de las tantas genialidades musicales de Piazzolla, que rinde tributo al maestro Aníbal Troilo. El homenajeado escucha atento desde la tercera fila junto a su mujer Zita, una presión extra para la joven cantante. Al sonar los últimos acordes, el sinónimo gordo del bandoneón impulsa sus pies y, levantando los codos para lograr estabilidad, lleva su mano en forma de montoncito a la boca para empezar a lanzar besos. “Gracias gato, gracias nena”, les repite a Astor y a Amelita.

La anécdota es narrada en el invierno del 2016 por la mujer que hacía suspirar a todos: Amelita Baltar, una de las últimas sobrevivientes del arrabal criollo musical. En el estudio que tiene en su departamento de Recoleta, el barrio del que nunca se mudó, Amelita recibe al cronista, y a su amigo Martín Robbio, quien la ha acompañado en el piano durante varios de sus shows recientes. A la fórmula de la confianza se agregan varios vinos para que decante mejor la conversación. En la sesión fotográfica previa se desnudan realidades: Amelita, a sus 76 años, juega con su pelo como una veinteañera y sonríe a la cámara con la confianza de quien supo ser dueña de los flashes. Las arrugas delatan la edad, la actitud no se negocia. El cronista compró dos Malbec.

-Siempre escucho en las entrevistas que hablás del Malbec, supuse que es tu cepa preferida.

-No, es porque tiene charme, en realidad, me da lo mismo cualquier otra, pero suena mejor decir malbec.                                                                                                                                                                                        

Amelita, Astor, Zita y Pichuco

Primer vino

La conversación dirigida, tras servir los primeros vasos, arranca en los años sesenta. Amelita entonces era una joven que vivía con su adorada madre y su padre alcohólico en Recoleta. “Vivía bien en una casa que no estaba bien por la adicción de mi padre, que en ese momento no era vista así… para la gente, él era un borrachín. Igual nos divertíamos mucho, con mamá y él nos quedábamos escuchando la radio hasta tarde y nos matábamos a carcajadas. Papá tenía mucho de lo que tengo yo, esa cosa jodona”, dice invirtiendo la lógica hereditaria.

En la plenitud de sus veintiún años, la lista de pretendientes no escaseaba y Amelita entendió que elegir a uno podía significar un anhelo: salir de su hogar. Se puso de novia con Alfredo Garrido, se casó en 1963 y tuvo su primer hijo: Mariano. Los senderos de la época auguraban una vida de familia numerosa y de primer y último amor. No eran sus planes.     

 La conversación dirigida, tras servir los primeros vasos, arranca en los años sesenta. Amelita entonces era una joven que vivía con su adorada madre y su padre alcohólico en Recoleta. “Vivía bien en una casa que no estaba bien por la adicción de mi padre, que en ese momento no era vista así… para la gente, él era un borrachín. Igual nos divertíamos mucho, con mamá y él nos quedábamos escuchando la radio hasta tarde y nos matábamos a carcajadas. Papá tenía mucho de lo que tengo yo, esa cosa jodona”, dice invirtiendo la lógica hereditaria.

En la plenitud de sus veintiún años, la lista de pretendientes no escaseaba y Amelita entendió que elegir a uno podía significar un anhelo: salir de su hogar. Se puso de novia con Alfredo Garrido, se casó en 1963 y tuvo su primer hijo: Mariano. Los senderos de la época auguraban una vida de familia numerosa y de primer y último amor. No eran sus planes.

-¿Se sorprendieron en tu familia por la separación, que no era algo tan común en ese entonces?

-No, porque ya sabían que me había casado para irme de mi casa, no estaba enamorada.

-¿Y él estaba enamorado?

-Él moría por mí, le hice mucho daño, tuvo que ir a un psiquiatra, y me siguió llamando después. Tanto jodió que salí de nuevo y sentí como si alguien me estuviera pagando por sexo, me quedó un gusto de amargo en la boca por aceptar.    

 -Tu historial indica que eras de despertar pasiones fuertes. 

-Fui muy amada, amada, amada… ¡Y nunca me metieron los cuernos! ¡Nadie! ¡Morían por mí! Astor moría, Alfredo ni hablar, Ronnie (el padre de su segundo hijo) también y muchos otros…
Volvió al hogar materno para vivir el deceso paterno: a los 51 años, su padre, pasaría sus últimos días tirado en su cama. Su muerte, anunciada y silenciosa, fue en parte un alivio para la atractiva madre soltera, que lejos de respetar tradiciones de duelos de antaño, estaba abocada a su carrera de cantante de folclore. “Iba del norte al sur con mi guitarra, cantando la misma canción de mierda, porque era la única que me pedían”. El tema era Si la viera pasar, su letra combinada con las minifaldas de Amelita aceleraban pulsos sanguíneos. “Era una canción muy pajera, siempre tocaba al aire libre y dos veces me tuvieron que sacar antes porque los morochos se me venían encima”. Sobraban candidatos y se sumó Astor Piazzolla, que le llevaba 20 años y cuya primera imagen no resultó muy seductora.
-Era un señor con barriguita, con entradas. ¡Vestía para el orto! Usaba pantalones cuadrillé con saco cuadrillé y camisa rayada: terrible. 

-¿Y cómo el señor de la barriguita termina siendo tu pareja?

-¡De pedo! Cuando salía con él, estaba con un pendejo que decirte actor de cine es poco, divino. Pasaron cinco meses, tuvo que remar el Titanic. Me invitaba a ver películas, a cócteles en la embajada de Estados Unidos, me invitaba un whisky a la casa. 

-¿El whisky fue la clave para vencer la resistencia? 

-Y… Fueron varios y dije buenoooo, vamooooo.

-¿Y cómo resultó?

-Fue… fue interesante…-recuerda con una mueca pícara- eso sí, hubo que enseñarle todo. No sé cómo ese hombre llegó a vivir a los cuarenta y siete años sin saber hacer nada de nada. Te besaba así (lleva el puño cerrado a su boca para mostrar) y había tenido dos hijos, pero nada. Antes de consumar la relación con Piazzolla, Amelita ya se había convertido en su partenaire en el escenario. Si bien los éxitos llegaron pronto, hasta entonces Piazzolla no era para nada popular. “Tocaba en un boliche del centro e iban entre treinta y cuarenta personas, un petit comité”. Tampoco contaba con atractivos mata-galanes: “si hubiera tenido plata hubiese sido más interesante, la guita le pone color a la vida”.

-¿No tenía un mango?

-Nooo, había vendido el auto… después se compró un fitito, que se quedaba cada vez que íbamos a San Antonio de Areco… ¡Tuve una paciencia!
Esa paciencia suena exagerada, ya que rápidamente llegaron los éxitos y la posibilidad de vivir en Roma, teniendo que dejar a su pequeño hijo Mariano en Buenos Aires. “Fue una decisión difícil, pero el padre me pidió que se fuera a vivir con él y no me podía negar. Él estaba en pareja con una siniestra bruja, yo no sé por qué siempre se van de mí a lo peor.”

-Me imagino que para lanzarte al viaje debías estar muy enamorada.
-Cortala con lo del enamoramiento, el enamoramiento te puede durar tres meses, esa calentura, esa cosa. En cambio cuando vos querés se puede mantener la cosa, si se tiene buena higiene de conversación. Al principio me embalé mucho con Astor, después estaba todo bien, aunque me hizo alguna cagada y seguimos en una relación, él re enamorado de mí y yo normal.

-Parece una tendencia en tus amores.
-Sí, me aburro. ¿Sabés lo que es acostarte todas las noches en la cama con alguien que te aburre? ¡Ay tengo fríos en los pies! Bueno, ¿Querés que te de la bolsa de agua caliente?

Las gargantas están secas, la solución está al alcance de la mano: un sacacorchos.

Segundo vino

En Medianoche en París- la película- Woody Allen sueña un París donde conviven grandes intelectuales, escritores y artistas, de Picasso a Hemingway. En Roma, Amelita y Astor tuvieron la versión de la ficción a la criolla. Vivían a la vuelta de Piazza Novana, a una cuadra de la lujosa calle de los anticuarios. Salían a comer con el escritor y dramaturgo, Mario Trejo, conocieron a Julio Cortázar y se escondieron en más de una oportunidad tras las persianas para evitar la visita del boxeador Ringo Bonavena, que si bien se llevaba muy bien con Astor, tenía ciertos modales difíciles de sobrellevar.

-Pasaba media hora tocando la puerta y no se iba, si le abríamos se quedaba a vivir y encima después arrancaba con sus guasadas, que eran insoportables. Un día fuimos a comer a Porta Prima, con mamá, Nonina y Astor… Y Ringo arrancó: “No sabés, cuando me fifo una mina acaba 4 o 5 veces”. Nosotras no sabíamos en dónde meternos.

La trama cotidiana desnuda a un Piazzolla jodón, característica que su ex pareja analiza con mirada freudiana: “Nosotros teníamos un elástico en el suelo, nunca tuvimos cama. Un día después de un show, él se acostó y se hizo el dormido, me fui a limpiar la cara, los ojos, los dedos, la nariz… Me voy acostar, meto las patas, siento algo y pego un grito. Él se reía como loco. ¡Que te re parió! ¿No estás dormido, no? Me había metido un cepillo del brushing y se cagaba de la risa. Le encantaba hacer bromas. Creció tanto en la genialidad que Dios le había dado que no tuvo tiempo en elaborar su adolescencia”.

-¿Cómo era la relación arriba del escenario?
-Era un músico más, me cagaba a pedos, después viste que uno de pronto canta y quiere hacer un silencio y avanza, o de pronto se adelanta un poquito… Con Astor no podías hacer eso, no podías esperar y meterte porque pasabas un compás y él ya estaba atrás con el bandoneón chichichichi, como diciendo no te muevas. ¡Dejame ser más libre!, le pedía, y no. Está bien que era tan maravilloso lo que escribía que no te importaba. Era todo maravilloso. ¡Qué cadencia maravillosa que hizo Antonio Agri!, me decían y se la había escrito Astor, porque tampoco lo dejaba libre. ¡Escribía él para el violín! Era tan enorme que la escribía porque, era cierto, tenía que ser esa.

El film romano no tuvo final feliz: el 27 de mayo del 75, Amelita agarró todas sus cosas y se subió al avión para llegar al cumpleaños de su hijo Mariano, que cumplía el día siguiente. “Le dije, Astor, el pasaje es de ida, me vine con todo para no volver nunca más.”

-¿Astor te siguió buscando?
-¡Siiiiií! Volví de Italia y me dejó descansar quince días, después empezó a hablar. Yo llegué acá y… ¡Qué divertido! ¡Volvía ir a Mau Mau, a Regin… Me llamaba a las tres, cuatro de la mañana, no bien se levantaba y pensaba que me encontraba durmiendo, y estaba recién acostada. ¿Viste esas cajas que tengo allá? Allí tengo una carta donde me dice que se quiere casar conmigo. Y bueno, si no te diste cuenta antes, tarde piaste. Un día, a principios de septiembre, fines de agosto vino a Buenos Aires y apareció en casa. Yo no estaba y el perro se volvió loco, se meó por toda la casa. Claro, llegó papá.

-¿Y nunca lo volviste a ver desde que saliste de Roma?
-Jamás. Un día en un restaurante, acá en Buenos Aires, entré y había una mesa larga, él estaba de espaldas. Me fui para el fondo y ahí le habrán dicho está Amelita, pero no nos vimos.

(Continuará)

lunes, 29 de septiembre de 2025

La gran etapa del tango (2)

 El porteño se encontró de pronto viviendo la realidad que un periodista, Dante Panzeri, supo sintetizar de esta manera: "Perón pateaba lingotes de oro que impedían sus paso en los pasillos del Banco central. Yo cenaba en el Tabarís, con champán y show, por cinco pesos. 

Toda la zona portuaria-aduanera, desde la Boca hasta Retiro, estaba abarrotada de kilómetros de cajones de mercadería y chatarra importada. La madera de aquellos cajones, en su casi totalidad podrida bajo la lluvia y el sol, es prohibitiva ahora para muchos muebles finos. Por veinte guitas (un café) escuchábamos en el Nacional o en el Marzotto (separados por el ancho de la avenida 9 de julio) a las más grandes orquestas populares. 

                                  

Al mismo costo  podíamos escuchar como curiosos, a los más iluminados cerebros de la intelectualidad argentina que se reunían en los cafetines vecinos al diario "Crítica", sobre la Avenida de Mayo. Lo mismo podíamos hacer en El Ateneo de Cangallo y Carlos Pellegrini, con lo más florido del cine o el teatro. Otro tango con la elite futbolística en los mediodías de La Cosechera, en Avenida de Mayo y Salta.

En las librerías de Corrientes comprábamos por cinco pesos Las memorias completas del Manco Paz o alguna reliquia de la literatura universal en un lote de tres por cincuenta (centavos). El dólar, del que poco se hablaba, costaba 3,35 pesos allá por el '45. Una noche de juerga de un clase media se cubría con dos o tres pesos. Con cinco ya se podía agregarle a la noche una mina. La entrada al fútbol valía  un peso la popular y recién en 1948 pasó a tres."

                                         


Esta es la noche porteña que vivió y explicó a su tiempo, Adolfo Pedernera, uno de los más grandes jugadores que tuvo la historia del fútbol argentino. "La vida nocturna nos juntaba a todos. Siempre había alguien que nos hacía estrechar la mano con un nuevo amigo. Siempre se compartía una mesa con otro compañero. 

Así conocí a D'Agostino, a Pichuco, a Juan D'Arienzo, a Fernando Ochoa, al Catunga Contursi, al Flaco Discépolo, al Negro Celedonio Flores, a mucha otra gente que también formó parte de mi vida. Nos reuníamos preferentemente en Pichín, en la calle Maipú, enfrente del Marabú, pero también íbamos a la Cortada de Carabelas, al Águila de Lavalle, a muchos otros sitios.

                                   


Junto a José Manuel Moreno frecuentábamos la casa que Fernando Ochoa tenía en Palermo Chico. Allí, todos los lunes, saboreábamos platos típicos criollos y allí nos mezclábamos amistosamente, farándula, tangueros y deportistas.

Recuerdo a Francisco Petrone, Pepe Basso, Roberto Escalada, Antonio Maida, al Conejo Floreal Ruiz y a tantos otros. Fue una época hermosa y cuando me preguntan por qué no se repite, digo que ahora las condiciones de vida son más duras y si cuesta mucho ganar un peso, cuesta más gastarlo".

Esta era la forma de vivir que alimentaba el tango. La radio lo introducía en todos los hogares en programaciones diarias de orquestas y cantores en vivo, desde las 10,30 de la mañana hasta las 11 de la noche.En sólo un año, en 1946, LR1 radio El Mundo contó con la actuación de 36 orquestas, entre ellas las de Ängel D'Agostino, Troilo, Tanturi, Fresedo, Francini-Pontier y Osmar Maderna.


Jorge Göttling

viernes, 26 de septiembre de 2025

La gran etapa del tango (1)

 Los bailes de carnaval permitían comprobar la popularidad de las distintas orquestas, contratadas muchas de ellas con más de un año de anticipación. En 1944 Carlos Di Sarli con Roberto Rufino, Aníbal Troilo con Fiorentino y Marino, y Tanturi con Enrique Campos recibieron veinte mil pesos cada uno por animar lo que se promocionaba con 8 Grandes Bailes en los clubes Independiente, Racing y Huracán, respectivamente.

Ángel D'Agostino, con Ángel Vargas, recibió 18 mil por compartir los bailes en Independiente (ahí Vargas estrenó el tango Esta noche en Buenos Aires, de D'Agostino, Eduardo Del Piano y Avlis, que se convertiría en otro gran éxito del dúo); Miguel Caló, con Iriarte y Podestá; y Rodolfo Biagi, con Carlos Acuña y Francisco Amor, cobraron 16.500 pesos por sus presentaciones en Lanús. Y Alfredo De Angelis con Floreal Ruiz y Julio Martel, 9200 en el Sportivo Pereira.

Las soireés y veladas danzantes con grabaciones convocaban a multitudes en los clubes de barrio, y los grandes teatros del centro: Maipo, Broadway, Avenida, Politeama y Smart, levantaban las butacas para convertir sus salas en pistas de baile. 

                             


El apogeo del tango no se opacaba al terminar el carnaval. Las orquestas volvían a su actuación en vivo en las radios, a sus presentaciones en los cafés, en los salones o en los cabarets. y, especialmente en los clubes de barrio, prácticamente los siete días de la semana, una fuente de trabajo que se acrecentaba en forma proporcional al crecimiento de la ciudad hacia las afueras, hacia los suburbios que desbordaban más allá de la General Paz.

Los bailes en los clubes de barrio eran, además, el lugar ideal para evaluar la reacción de los bailarines ante el estreno de un nuevo tema, hecho que ocurría con una frecuencia hoy inigualable pero entonces necesaria ante la demanda de un público que se renovaba y aumentaba en forma creciente. Si el nuevo tango gustaba, el director lo incluía en sus presentaciones radiales y si también alcanzaba aceptación entre los oyentes, recién lo llevaba al disco.

En el Buenos Aires del cuarenta, los niños disfrutaban del potrero (el 16 por ciento del territorio porteño era baldío) y el escaso tránsito les posibilitaba que también jugaran al fútbol en las calles. Las avenidas admitían la doble mano. Había agentes controlando desde garitas y esquinas y no habían desaparecido carros y chatas luciendo filetes e inscripciones nacidas del ingenio popular : "No me besés que me oxido", "Si tus besos me despiertan / besame que estoy dormido"; "Yo soy como el picaflor: llego, pico y me voy".

La ambición mayor de una mujer, y en algunos casos la única, era alcanzar a ser esposa y madre, luego de recorrer las inevitables etapas de aceptar una simpatía, ser festejada y darle vía libre al pretenciente antes de que el pedido de mano ante su familia le permitiera ser novio oficial.

La vida cotidiana del varón de los cuarenta también tenía su rutina: laburo, esquina y radio los días de semana; bailables, milonga en el club del barrio o salida al centro los sábados; y los domingos: ravioles, fútbol o hipódromo, bailables, a las 7 en el café y sexta edición con el fóbal y las carreras. 

Un acelerado proceso de iindustrialización provocado por la necesidad de reemplazar las importaciones que ya no podían llegar de una Europa en guerra, originó una migración masiva de los habitantes del interior del país hacia Buenos Aires. de los 7 a 8 mil provincianos que por año llegaban en la década del treinta pasaron a sre más de cien mil por año en los cuarenta. El trabajo a pleno incentivó tranformaciones sociales.

Jorge Gottling (Continuará)



lunes, 22 de septiembre de 2025

Lejos de Buenos Aires

 Cuántas veces nos pasa por la cabeza y por el cuore, a los porteños que vivimos lejos de nuestro querido Buenos Aires, esa lejanía. La que que nos impide caminar por nuestros barrios, pisotear la calle Corrientes de aquellos sueños juveniles, las casas familiares, el café de la barra, las milongas inolvidables donde trazamos esos pasos que brotaban del alma tanguera... 

Oscar Rubens

                                              

La nostalgia nos retrotrae a otra época y aunque el país haya cambiado, para bien o para mal, aquellas imágenes tienen un peso profundo en nuestros recuerdos y están albergados en nuestro corazón para siempre. Y todo esto viene a mi mente cuando escucho este tango en el que Oscar Rubens se instala mentalmente en una presunta vuelta a la ciudad que nos espera con los brazos abiertos.

Con la mueca del pesar
Viejo triste y sin valor
Lento el paso al caminar
Voy cargando mi dolor
Lejos de la gran ciudad
Que me ha visto florecer
En las calles más extrañas
Siento el alma obscurecer. 

En este caso, el personaje de la poesía está carcomido por la soledad, porque no encuentra a sus amigos, siente una especie de desprecio hacia su persona, que es algo imaginario, pero que se instala en su cabeza, cuando estaba esperando sentirse de nuevo en el lugar de su recordada juventud,  lo atravesó el sueño de atravesar otras fronteras empíricas y en el arrepentimiento muestra su fracaso. 

Nadie observa mi final
Ni le importa mi dolor
Nadie quiere mi amistad
Solo estoy con mi amargor
Y así vago sin cesar
Desde el día que llegué
Cuando en pos de un sueño loco
Todo, todo abandoné
 

Le lejanía del pago y la tibieza de la noche acrecientan su nostalgia. Ese universo de sensaciones domésticas que añora, las cosas mínimas que le pasan al hombre, lo van torturando mentalmente. Qué porteño expatriado no suspira con regresar a sus calles para que no hayan más penas ni olvido... Y en esos momentos de desolación sucede lo inesperado. Gardel lo instala de nuevo en la realidad.

Y andando sin destino
De pronto reaccioné
Al escuchar de un disco
El tango aquel:
"Mozo traiga otra copa..."
Que lo cantaba Carlos Gardel.

Muchos de los que hemos viajado por el mundo sabemos lo que es estar en otro país, muy lejos del nuestro y de repente escuchar un tango. Algo increíble que nos retorna al pago. Máxime cuando el alejamiento es muy largo y entonces reaparecen todos los recuerdos íntimos que están algo desteñidos por el tiempo. 

Y al escucharlo recordé todo el pasado
Los años mozos
Tan felices que pasé.
Mi viejecita, la barra amiga
La noviecita que abandoné.
Tango que trae recuerdos
Mi Buenos Aires quiero llorar.

Los versos de Rubens (Rubistein) , fueron musicalizados por el pianista Alberto Suárez Villanueva y el tango ingresó en el repertorio de diversos intérpretes. Miguel Caló con su cantor Raúl Berón, lo grabó el 29 de julio de 1942. Acá podemos recordarlo.

                                       


Aníbal Troilo con Fiorentino lo llevó al disco el 1 de septiembre de 1942.

                                           


 


 

 

domingo, 21 de septiembre de 2025

Farabute

Cómo te enganchaba este tango en la versión que se mandaron D'Arienzo-Echagüe allá por los años 49/50. Tiene una polenta bárbara y Gardel lo había cantado y grabado en 1928, dándole el pase a su lugar en la historia del género. El título, de por sí, ya tiene gancho y te lleva a jugar con esa palabra que en una época la usábamos  para definir a algunos "chantas", o políticos que engañaban mucho.

Lo explicaba clarito José Gobello, el gran lunfardólogo: Farabute es el pícaro, de mal vivir. Alterna con farabuti y como tantas otras palabras que engrosaron el abecedario nuestro proviene del italiano farabutto, que significa truhán. Y éste del germanesco faraute: criado de mancebía. En piamontés le llaman farabut y en milanés farabutt, pícaro en los tres casos.

El autor de los versos se llamaba Antonio Casciani y era un canillita, o sea vendedor de periódicos por la calle, y por tal motivo le llamaban "El canillita poeta". Junto a otros colegas suyos armaron un conjunto de creadores de poesía. Él sobrevivió a los primeros éxitos y con Farabute y Un año más, dio un gran paso adelante.                                                                                                                                                                          

                                                               Antonio Casciani

Mi querido colega y gran amigo Diego Lucero (Luis Alfredo Sciutto) con quien compartimos muchos viajes por América y Europa, en nuestro trabajo periodístico, recordaba en una nota suya publicada en la revista "La Maga":                                                                                        

-Gardel estaba en una de sus temporadas en el teatro 18 de Julio, a la salida de teatro venía caminando por la calle 18 con unos amigos. La pilcha de siempre. Traje azul, samica de ceda cruda, corbata negra de jersey, una perla en la corbata, botitas de charol y arriba de gamuza y… en la testa el gacho gris. Venía caminando y en la esquina de 18 y Paraguay, parada obligatoria para entrar en el diálogo con el canilla. El canillita se llamaba Antonio Casciani. Y Carlitos cayó justo porque Casciani era uno de aquellos vendedores de diarios, intelectuales, que entonces abundaban. Era en el tiempo en que éramos todos anarquistas.Y Antonio, el canillita, se animó a decirle una de esas noches a Gardel:                                                     -Carlitos, tengo un tango ¿por qué no me lo mira a ver si sirve?                                            -Gardel-Mandámelo al hotel que te lo canto...

Y el tango del canilla en los labios, en la garganta y el corazón de Gardel fue un triunfo. Se llama ‘Farabute’. Y está en los discos y está en la antología del más grande cantor de tangos, del que hizo historia…»

Antonio Casciani nos cuenta cuando le cantó su composición al morocho del Abasto: “A ver cántame tu tango», le dijo un periodista presente:

-“Yo me apreté a los diarios que llevaba y canté para todos «Farabute»”. Cuando terminé, se paró Gardel, extendió su mano sobre la mesa y apretando la mía fuertemente me dijo textuales palabras: “Bravo pibe! Déjame la letra, la voy a cantar y te vas a ganar unos buenos mangos”. Así el Canillita, el anarquista, el poeta, junto a Carlitos hizo historia, y además de «Farabute» en 1928, le grabó tambien el tango «Un Año Más» en 1930, ambos musicalizados por Joaquín Barreiro. Casciani nació en Montevideo (Barrio Sur) el 31 de enero de 1901 y allí falleció el 11 de marzo de 1967.

Joaquín Barreiro era un gallego nacido en Orense, que como tantos emigrantes españoles se afincaría con su familia en Montevideo. Tocaba la batería y a sus 17 años debutó en una radio uruguaya. Además de este tango y Un año más, también compuso otros como Timbero o La última ficha.

Gardel grabó "Farabute"con sus guitarristas el 22 de diciembre de 1928. La versión que acá escuchamos.                                                                                                                                                                                      


Juan D'Arienzo con su orquesta y Alberto Echagüe le dieron nueva vida llevándolo al disco el 26 de julio de 1949.

                                         


 



sábado, 20 de septiembre de 2025

"EL TROPEZÓN"

 "En 1896, abría sus puertas "El Tropezón". Tuvo entre sus clientes a personalidades como: Federico García Lorca, Irineo Leguisamo, Lola Membrives, los Discépolo, Aníbal Troilo, Palacios, Yrigoyen, Lola Flores, Balbín, Carlos Gardel que ocupaba la mesa 48, entre otros. Hasta el tango lo nombraba: "Tropezón, Pucherito de Gallina con viejo vino Carlón". 34 años después reinauguramos "El Tropezón", con toda la seriedad y el respeto que la historia merece. Queremos que sea, como en aquel entonces: Un clásico punto de reunión de los porteños..

“No vayas a lecherías a pillar café con leche. Morfate tus pucheretes en el viejo Tropezón. Y si andás sin medio encima, cantale ¡Fiao! a algún mozo. En una forma muy digna pa’ evitarte un papelón”, cantaba Carlos Gardel 90 años atrás sobre su restaurante preferido: El Tropezón

En 1896, en la esquina de Callao y Bartolomé Mitre, el asturiano Manuel Fernández y el gallego Ramiro Castaño inauguraron El Tropezón, restaurante que con el tiempo se constituyó como uno de los lugares más emblemáticos de la Ciudad de Buenos Aires. Hoy, 123 años después, la Legislatura de la Ciudad lo declaró como sitio de interés cultural de la ciudad de Buenos Aires.

                                             



Unos años después, en 1901, el restaurante se mudó a Callao y Cangallo (hoy Perón) ubicación en la que funcionó hasta 1925. Sin embargo, a raíz de una desgracia (el restaurante donde funcionaba tuvo un derrumbe y se arruinó el salón) volvieron a mudarse. El 10 de febrero de 1926 se reinauguró en Callao 248. Por este local pasaron grandes figuras como: Federico García Lorca, Irineo Leguisamo, Lola Membrives, los Discépolo, Aníbal Troilo, Ricardo Balbín, Alfredo Palacios, Irigoyen y Carlos Gardel, que ocupaba la mesa 48, entre tantos otros

A pesar de que el emblemático restaurante permaneció cerrado durante 34 años, en el 2017 su leyenda volvió a cobrar vida, luego de que Raquel Rodrigo y su esposo compraran la propiedad sin saber el valor patrimonial e histórico que estaban adquiriendo.

“El 12 de septiembre del 2017 con mi marido estábamos buscando un estacionamiento para comprar por el centro, ya que tenemos cadenas de estacionamientos. Nos encontramos con el lugar cerrado y sin saber qué era el local que estaba al lado, nos ofrecieron comprar el estacionamiento y el lugar a un precio razonable. Un mes después, pasé nuevamente por la puerta y me di cuenta de que era el icónico restaurante del que tanto escuchaba hablar en mi casa cuando era chica. No podía creer que había comprado El Tropezón”, dijo a Infobae Raquel Rodrigo, dueña actual de El Tropezón y docente, quien a raíz de la compra tomó la decisión de dedicarse a la gastronomía.

Ella y su marido se propusieron recuperar su brillo de antaño, teñido de una historia donde se unieron lo español y lo porteño y a donde concurrían las grandes personalidades de aquella época: íconos del tango, artistas, escritores y poetas. Así, El Tropezón volvió a abrir sus puertas

“Para mí fue una señal. Compré un lugar así sin querer comprarlo y mi hijo que es abogado me compró la marca y la reservó. Todo se dio como si estuviese premeditado, casi como una especie de misión: la de recuperar una joya maravillosa que estaba perdida y devolvérsela a Buenos Aires”.

“Cuando era chica no fui nunca a El Tropezón, pero solía escuchar anécdotas de grandes artistas que fueron a cenar al lugar. En mi casa me crié sin televisión hasta los 12 años, por ende escuchaba tango todo el tiempo y hoy tengo un amor tan grande por el género musical que para mí es un placer ser parte de un lugar así que tenga esas raíces”, enfatizó Rodrigo.

La mujer se propuso renovarlo respetando el ambiente de tango y reunión que lo caracterizó siempre. “Todo se dio a la perfección. Cuando estaba decorando el lugar, fui a San Telmo porque quería tres arañas francesas para colgar y el dueño del lugar me dijo ‘No puedo creer la suerte que tenés, me quedan las últimas tres’, la verdad es que las cosas se me presentaron casi en bandeja, lo que me permitió disfrutar de este lugar tan importante para Buenos Aires.

                             La placa se encuentra en

“El Tropezón es uno de los lugares más antiguos de la ciudad de Buenos Aires, que luego de mucho tiempo se volvió a abrir. Por ende, el esfuerzo es doble y así fue que lo declaramos Sitio de Interés Cultural. Es importante este reconocimiento porque es una demarcación que habilita al ciudadano a conocer un poco más de los lugares que transita habitualmente y que lo invita a prestar atención a mirarlo con otros ojos, ya que fue parte de la historia y de los orígenes de la Ciudad", dijo a Infobae el diputado Omar Abboud, impulsor del proyecto para distinguir al restaurante.

Bajo el mando de Raquel Rodrigo, el ambiente agradable y la buena comida retornaron a este rincón porteño. Con una carta de menú “española y porteña”, la cordial atención, y la valoración de cada visitante es una prioridad en este local. De esta forma El Tropezón se ha convertido en un lugar tradicional para el encuentro, ya sea saboreando un café, un aperitivo, o comiendo algo rico con amigos o en familia.  

Agustina D'Ambra

(En este famoso y hermoso restaurante terminamos muchas noches porteñas de jarana, de trabajo, de cine, de reuniones... El puchero que servían era inigualable y siempre sobraba... en aquel entonces... J.M.O.)

Edmundo Rivero canta con su gran capacidad interpretativa el tango de Roberto Medina: "Pucherito de gallina", el 8 de septiembre de 1958 que recuerda precisamente aquel inolvidable plato de El Tropezón. Lo acompañan sus guitarristas.