VIRTUOSO DEL BANDONEÓN
Pedro Laurenz. Se pronuncia su nombre y surge, de inmediato, la evocación de sus manos tecleando un bandoneón.
-Es el mejor bandoneonista argentino —dicen sus admiradores.
-Es un compañero magnífico, como hay pocos —afirman los muchachos de su orquesta.
-Es el artista más sencillo y humilde que actúa en radio —confiesa quien nos acompaña a dar formas a este reportaje, que querrá ser la relación íntegra de toda su vida múltiple de gran triunfador.
Frente a Laurenz, todos los juicios son ciertos. Estamos en una sala de Radio Sténtor, mientras ejecuta con su orquesta, y es un bandoneonista maravilloso en las notas de “Chiqué”, gran tango clásico. Como es compañero amable, que no dirige sino con una sonrisa amplia a sus músicos, es que, solícito, cordial, nos dice, cuando le anunciamos nuestro propósito:
-Casi no tengo anécdotas. Mi vida es toda igual...
No importa su debut sensacional en Montevideo. No importa que en la Argentina se consagrara después como un músico excepcional. Es intrascendente, para su modestia, que Brasil, España, Francia, Italia y todos los públicos hasta quienes llega la radio hayan aclamado sus ejecuciones, haciendo de cada interpretación un triunfo más de su rosario de éxitos.
Pedro Laurenz, mago como quizás hay sólo uno en el país, tecleando en las notas de su instrumento, es al tango el compás varonil, justo, argentino y emotivo que fué para la letra de las mismas canciones la voz inimitable de Carlitos Gardel.
ARGENTINO, PESE A LOS ORIENTALES
Nació en la Boca. Influenciado por mil romanzas escuchadas de niño desde las veredas de cualquier cantina. Apasionado por la ciudad, que se alzaba a un costado, y por la poesía que encontraron después la inspiración de Juan de Dios Filiberto, y el arte vigoroso de Quinquela Martín, en cada una de las esquinas frente al Riachuelo.
-Era una vieja casa de la calle Garibaldi —nos cuenta—. Allí viví algunos años, pero me crié en Villa Crespo.
¿Se necesitaba más para que fuera un enamorado del tango? Amalgama de la Boca y Villa Crespo, tuvo todas las pasiones de cualquier muchacho porteño.
-¿Trabajar? Me parecía tonto. Había algo que me atraía más que el trabajo: la música, el café, los amigos que contaban proezas de personajes legendarios. No quería trabajar ni me gustaba el estudio. En mi misma casa tenía, para colmo de males, dos motivos permanentes de admiración; mis hermanos bandoneonistas, que fueron, al cabo de algún tiempo, mis primeros maestros de música. Por entonces se le ocurrió a mi padre hacerme estudiar violín. Era un instrumento, según él, más noble, con el que me podría ganar la vida en cualquier rincón del mundo donde me llevase la suerte. Comencé a estudiarlo. Pero justamente cuando estaba en algún ejercicio clásico, los chiquilines del barrio, junto a la ventana, me abrumaban a pedidos...
-“Tocá “La Morocha”... Tocanos el “Don Juan”...
-Y claro —agrega Laurenz, el hombre que ha rehuido siempre referirse a sí mismo y a quien hemos encontrado por fin con el ánimo dispuesto a las confidencias—, los chiquilines pedían y no podía desairarlos. Así empecé a tocar tangos.
EL DEBUT EN MONTEVIDEO
Pedro Laurenz—En esa época —sigue— a mi familia se le ocurrió que estaba enfermo y para que curara me enviaron a Montevideo, a casa de mis hermanos, que estaban ya actuando en orquestas de aquella ciudad. Al mes de estar en la otra orilla archivé el violín y me dediqué al único instrumento que ha sabido entusiasmarme: el bandoneón. Ahí se decidió el rumbo de mi porvenir. Tenía dieciséis años cuando comencé y a los cuatro meses me ganaba la vida. Recuerdo que cuando llegaban a casa muchachos de otras orquestas, músicos uruguayos que triunfaban por entonces, desde la puerta reconocían mi modo de ejecutar y decían: “Ese es Pedro, ¿verdad?”.
”El debut en Montevideo fué motivo para que muchos me creyeran uruguayo. El primer éxito que recuerdo lo obtuve en rueda de artistas, en un viejo café de la ciudad del cerro. Y lo conseguí con un tango que se me había ocurrido hacía ya mucho tiempo y que después de varios años recién dí a conocer: “Amurado”. De él se vendieron 150.000 ejemplares impresos y más de 30.000 discos. A los pocos días conseguí trabajar en otro café, el “Bon Jules”, donde acababa de actuar Arolas con un éxito magnífico. Me fué bien, gustaba, pero mi ambición era Buenos Aires. Cuando me resolví a cruzar el río, lo hice acompañado por dos muchachos uruguayos que eran maravillas en sus instrumentos. Y el trío consiguió actuar, después que la suerte nos mirara esquiva en los primeros momentos, en un bar de la calle Rivera y Godoy Cruz. Un café chiquito como un pañuelo, no más de diez mesas y nosotros sobre un entarimado que amenazaba derrumbarse por momentos.
“LA CUEVA DEL CHANCHO” LO INCORPORÓ A BUENOS AIRES
”Le llamaban “La cueva del chancho” y lo frecuentaban todos los guapos del barrio. Recuerdo que nos auguraban el más rotundo fracaso, porque en la misma manzana vivía un bandoneonista muy bueno, muchacho querido de todos, a quien nadie había logrado desplazar de su puesto en ese café. La noche del debut nos miraban recelosos, hostiles, veinte o treinta parroquianos desconfiados.
-“¿Y estos gringos van a tocar mejor que el “Negro”?
-Otra vez nos acompañó la suerte y salimos del paso. Alguien le auguró al dueño, esa misma noche, que le íbamos a durar poco en el café. Y fué cierto. Llegó a las tres o cuatro noches, mientras interpretábamos un tango, un hombre joven, que me llamó a su mesa. Ricardo Goyeneche, un gran amigo y un gran músico ya desaparecido, me invitó a integrar su orquesta, que triunfaba, por entonces en un comienzo promisor. Me fui con él y conseguimos ser uno de los primeros conjuntos que actuó en la vieja Radio Cultura de la Avenida Alvear. Cuando mejor nos iba, murió Goyeneche, el director, y sin su entusiasmo, sin su celo artístico, disolvimos la orquesta. Me dediqué a solista, actué en algunos recreos, para ir, finalmente, con dos acompañantes, a una vieja glorieta de Palermo. Actuábamos allí, cuando Julio De Caro, que conocía a mis hermanos, me habló una noche para ir a su orquesta. Tenía como bandoneonistas a Pedrito Maffia y Petrucelli, pero como éste se desvinculaba de la misma, me contrataron para suplirlo. Debutamos en el Palais de Glace, inauguramos el Chanteclair, gran cabaret de lujo en esa época, y después vino el gran éxito del conjunto que llegó a popularizarse como pocos en el país.
MAFFIA Y LAURENZ, UN DÚO COMO NO HUBO EN LA ARGENTINA
Esto no lo cuenta Laurenz, que elude hablar de sí mismo. Pero lo saben quienes han seguido de cerca la evolución brillante de la música popular a través de sus mejores exponentes.
Con Maffia, Pedrito Laurenz formó el dúo de bandoneones más notable que haya actuado en el país. Primer bandoneón el autor de “Noche de Reyes”, segundo el acompañante de Carlos Gardel en “Tomo y obligo”, fueron un porcentaje imponderable en el triunfo de la orquesta de otro as: Julio De Caro.
Se complementaban en forma maravillosa. En distintos tonos, el bandoneón cobraba en sus manos una sonoridad desconocida. Y cada tango era un poema de lucimiento para los dos magos del teclado.
—-Es que Pedrito Maffia —sentencia Laurenz— es un músico como quizás no haya otro en Buenos Aires.
Pie de fotos
-En la época de los primeros pasos. Pantalones a la media pierna, cabello enrulado y unas ansias enormes de triunfar en Buenos Aires. Foto tomada en Montevideo, el mismo día en que debutó como bandoneonista en un café.
-Treinta años. Músico cuyo nombre se pronuncia con respeto cuando se habla de los ases de la música típica. Pedro Laurenz, en la plenitud de su talento interpretativo, tiene por su instrumento la misma pasión que hace quince años.
-Dos hermanos bandoneonistas, ídolos indiscutibles de su admiración, cuando muchacho fueron también sus primeros maestros de música. Con ellos, también, se presentó la primera vez en público, en la vecina orilla.
-Pero tiene un “hobby”: el de coleccionar retratos de artistas de cine. Por eso su departamento, en el corazón de Buenos Aires, tiene las paredes tapizadas por todas las bellezas rubias o morenas que muestra el celuloide.
Revista Radiolandia
01.05.1937
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