Recordando a Arolas

Lo admiré tempranamente y a mis veinte años carnavaleros escribí una tesis sobre su personalidad y su obra para un compañero de la milicia que tenía una revista variopinta. La figura de este prócer del tango: Eduardo Arolas o Lorenzo Arola -su verdadero nombre-, merece ser recordada permanentemente porque su obra es para mí fundamento de la parte instrumental del género, en su evolución y en carácter de compositor.

Debemos tener en cuenta que era hijo de un matrimonio francés, de Perpignan; que tuvo escasos estudios primarios y que tocó la guitarra y luego el bandoneón como orejero. Su inspiración nació mucho antes que sus conocimientos escolásticos, por eso le debieron transcribir sus composiciones al pentagrama, Francisco Canaro, el flautista Carlos Hernani Macchi, el vasco Luis Catalán, el negro norteamericano Harold Philips o José Bombig.
                   

Éste sería su primer maestro en serio. Era Director de la Banda de la Penitenciaría Nacional y su Conservatorio funcionaba en el mismo barrio de Barracas. Arolas Tenía 19 años cuando comenzó a estudiar teoría y solfeo y luego armonía. Hasta aquí había compuesto páginas hermosas a pura intuición, pero esbozando ya esa sensibilidad artística fundadora de tangos que traspasarían épocas y fronteras. Y serían cada vez más geniales cuando comenzaron a intervenir en ellas los arregladores y los músicos de academia.

El musicólogo Luis Adolfo Sierra, en su estudio sobre Arolas, dice entre otras cosas: "Fue un bandoneonista evolucionado para su época. Creador de los "fraseos octavados" en la mano derecha, y de los "pasajes terciados" a dos manos. Cumplió una importante etapa en la ejecución del tango y fue precursor de los grandes bandoneonistas que habrían de sucederle casi de inmediato, tales como Fresedo, Maffia, Minotto, Petrucelli, Marcucci, Guido, Aieta, Servidio, Rossi y tantos otros. A la inquietud de Arolas se debió también la inclusión del violoncello -instrumento de cuerda todavía ejno al tango- en las orquestas típicas."

                         

Arolas, primero por la derecha, en la pensión de Juana Ramírez (a su lado) en Montevideo

Es importantísimo destacar que pese todos los problemas vitales que debió atravesar (fracasos sentimentales, el alcohol, su escasa cultura), dejó una obra impresionante que incluye más de 100 títulos. Y entre ellos están esos temas que nunca me cansaré de escuchar: La cachila, Derecho viejo, El Marne, La trilla, Lágrimas, La cabrera, Comme il faut, Maipo, La guitarrita, Catamarca, o Place Pigalle, que sería su última composición, realizada y editada en Francia en 1923.

                                   

Porque Arolas, nacido en 1892, moriría un año más de tarde de esta última creación, con apenas 32 jóvenes años y convertido tempranamente en todo un mito. Pensamos lo que pudo haber realizado si vivía hasta una edad media, con tanta capacidad y sentimiento artístico. Sus tangos son piezas muy avanzadas para la época en que fueron compuestas y tienen una belleza fuera de lo común, que sigue sorprendiéndonos.

Ya confesé mi fanatismo sin claudicaciones por Eduardo Arolas. Y hoy traigo a la palestra dos temas poco difundidos, de su magistral autoría, en los que reluce esa parte de pampa que tuvo el Buenos Aires de su época y que forma parte de la obra suya y de Agustín Bardi, otro prócer.

               

Y escuchamos Cardos de Arolas por la Orquesta Típica Víctor, grabado el 7 de julio de 1931. Y a continuación otra creación suya: Viborita, que Roberto Firpo llevó al disco con su orquesta el 2 de Octubre de 1930.

Ojo al piojo.

10- Cardos. Orquesta Típica Víctor

Viborita - Orquesta Roberto Firpo