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jueves, 27 de agosto de 2020

La última esquina

 No me puedo resistir a traer estos hermosos y nostálgicos versos que se transformarían luego en valsecito. Ese entrañable poeta que fue Juanca Tavera (Juan Carlos Moscón), que llevaba sangre italiana en sus venas y que manejó instrumentos musicales desde su adolescencia, como el acordeón, entró tarde en el tango porque antes escribió distintas canciones. Tenía 37 años cuando se lanzó con su primer tango: Sueño de hollín. Éste le dio impulso para escribir a continuación otros tres: Pastillas de dormir, Mordiendo el puño y Dos ilusos.

                                                    

De su amistad con Néstor Fabián, que cantó algunos de sus tangos, nace una relación que será vital en su futuro tanguero. Éste le presenta a Osvaldo Tarantino el gran pianista, compositor, arreglador, director,  a quien  conocí y traté cuando estaba en la orquesta de Alfredo Gobbi. Con esta sociedad nace una etapa importante donde el poeta mostrará toda su gran capacidad para  detallar situaciones, escenas, paisajes, con un estilo distinto, donde afloran sus propios recuerdos, la sencillez de una noche de barrio, los aromas familiares, la pena macerada, la noche del café...

Así construyeron entre ambos temas como  el valsecito del título,  y los tangos: Vamos todavía, Quinto año,  Qué me querés vender y La edad difícil. Vale la pena señalar que  el primero de ellos -Vamos todavía. fue señalado y consagrado por el diario Clarín, como el mejor tango del año 1978. Es cierto que Tavera construyó temas de otros géneros con diversos músicos, que tuvieron gran éxito en países como Chile o México, por ejemplo. 

                                        


Pero hoy me detengo en este valsecito que me llega hondo por la maestría con que nos detalla esa cadencia de suburbio, fraguada con sencillez ejemplar, cincelando las imágenes de manera tal que nos parece estar viéndolo. Quizás haya remedos manzianos, de Éxpósito, pero la forma como describe esos detalles muestran a un vate con mucha fibra íntima que nos toca a fondo en su descripción.

Vereda desigual, tu casa y el tapial,
después el almacén, olor a querosén.
Retazo de un paisaje con enredadera,
las calles del barrio, un barrio cualquiera.
Mi pose de esperar y el taco en la pared,
volvías de estudiar en el atardecer
y yo con un rosario de cosas pensadas
gasté mil palabras y no dije nada.

Realmente lo sentimos como si también hubiéramos vivido esas situaciones, detallándolas con maestría, en la comprensión íntima de un tema cantable. El almacén descascarado por el tiempo, la chica aquella que nos provocaba el insomnio juvenil, las baldosas gastadas, el paisaje, nos atrapan por el lirismo que contienen los versos. Y  los seguimos con fruición por esa pintura que nos resulta tan familiar.

                                     


Trajeron de la mano mi espera y tus pasos de ayer,
los recuerdos trepando la tarde,
y el verso que apretó tu cuaderno de clase
aquel que callaron mis labios cobardes.
Total, otra vereda de un barrio cualquiera.
Total, otra espera que no pudo ser.
Poblaron los recuerdos, la última esquina
de tus quince años y mis dieciséis.

Los dedos con azul de tiza de billar,
el raro caminar del gallego del bar,
los codos en la mesa que da a la vidriera
quedó el primer pucho, mi pena primera.
Domingo de ilusión, el baile del Social,
y el ansia de estrenar aquel traje marrón.
Doblar de madrugada, fraseando un silbido,
la última esquina del barrio dormido.

Hermosa poesía que Tarantino musicalizaría con la maestría que le caracterizaba. Lo grabó Edmundo Rivero, como así también lo hicieron Néstor Fabián y Guillermo Galvé acompañados todos ellos por la orquesta del propio Osvaldo Tarantino.

Podemos escucharlo en la versión de Guillermo Galvé.

                                               



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