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lunes, 7 de noviembre de 2016

Horacio Salgán

Esta nota tiene  un sentido especial porque está escrita por el Obispo Emérito Jorge Casaretto. Un hombre de la Iglesia que muestra su lado tanguero y hasta le escribe unos versos al maestro Horacio, que me resultan muy lindos. Como la sentida nota en la que lo recuerda, hablando de su juventud y de todo lo que le hizo vivir el tango. Me parece maravilloso que un hombre prominente de la iglesia argentina -Obispo emérito de San Isidro y ex presidente de Cáritas argentina-, haya vivido y sentido así el tango. Y especialmente a un grande como Horacio Salgán

                                

                                 
                                      SENCILLO HOMENAJE A HORACIO SALGÁN


La primera vez que oí el nombre de Horacio Salgán fue en un recreo del colegio en el año 1951. Éramos adolescentes. Amantes de los libros y la música. Por mi ascendencia italiana algo de la ópera me calzaba. Pero pudo más mi porteñismo y siempre me apasionó el tango. Me hubiera encantado tocar el bandoneón, porque tenía buen oído pero… todo no se podía hacer. Ya en esos tiempos aprendí que algunos gustos hay que dejarlos para la vida eterna.

Estaba en tercer año del Nacional Buenos Aires. En aquel tiempo las orquestas famosas eran las de D’Arienzo, D´Agostino, Troilo, Tanturi, Fresedo, Di Sarli y De Angelis. Todavía no teníamos televisión. Casi todos al anochecer sintonizábamos radio El Mundo para oír el Glostora Tango Club, en el que esta última orquesta interpretaba tres temas. Alguna vez íbamos a la radio. Mi recuerdo más nítido es verlo a Di Sarli, con sus famosos anteojos negros, dirigiendo y a la vez tocando el piano.
En ese recreo un compañero me dijo: “Hasta que no oigas a Salgán no sabrás lo que es una orquesta”.

Tenía razón. Aunque había muchas buenas, desde ese día fue mi preferido.
Nunca escuché un tango en el que el título coincidiera tan acertadamente con el desarrollo musical como “A fuego lento”. Quienes lo hayan oído con atención coincidirán conmigo. Uno tiene la sensación de que algo se está cocinando de a poco.
Salgán llevó el tango al límite. Después de él llegó Piazzolla. Pero a los que nos gusta tanto el dos por cuatro nos parece que éste último se pasó de la raya. Ciertamente es cuestión de gustos. Yo me quedo con Salgán.
A él concretamente lo vi dos veces en mi vida. Una en Rafaela, en el aniversario de la radio del lugar. Estuvo con De Lío, con quien armó un dúo inigualable. Otra vez en Vicente López con su quinteto. Y lamentablemente la última vez que escuché en vivo al Quinteto Real, él ya no pudo venir. Lo reemplazó admirablemente su hijo César, quien gracias a Dios se empeñó en la misión de continuar su obra. Unos días antes yo le había enviado unos versos, que tienen mucho valor afectivo y poco literario. Hace unos años caminaba solo por la montaña y después de rezar el rosario, encendí uno de esos aparatitos con música. Apareció Salgán. Me senté mirando al Fitz Roy, saqué papel y bolígrafo de la mochila y me puse a escribir. Me salieron estos versos, que son los que le hice llegar. Salgán me escribió diciéndome que lo habían conmovido, pero que tratándose de un obispo, por discreción no los iba a hacer públicos. Un verdadero acto de humildad.
Me enteré de su muerte tomando un buen café con leche con medialunas y leyendo el diario en un bar del centro de Buenos Aires. Pienso que desde su inmortalidad a Salgán le debe haber gustado que la noticia de su muerte me llegara de una manera tan porteña. Aquí van los versos y por supuesto ofrecí la misa del día por él.

                                                   
Obispo Emérito Jorge Casaretto
 


A Horacio Salgán

Caminar por la montaña
MP3 en la oreja
escuchándolo a Salgán
que dibuja melodías
con la fuerza de un volcán.
Tu duende y tu piano,
milagro en tus manos.
Con alma de maestro
armaste un conjunto                
que no encontró rival,
y lo llamaste y fue,
¡quién lo puede negar!
el gran quinteto real.
Conjunto que sonaba
nostálgico, armonioso,
triste y festivo,
alegre y quejumbroso.
Fuiste fiel al dos por cuatro
Horacio Salgán y su hijo César
y a su austera melodía.                                  
Nunca pasaste la raya
que transforma el tango en sinfonía.

Horacio querido:
acompañaste mi vida
con tu orquesta, tus dúos
y el quinteto.
Escuchándote aprendí
que la música no brinda soluciones,
pero despeja el alma,
ilumina la mente
y a la vez amortigua las pasiones.
Con la fina dulzura de tu piano
me ayudaste a recorrer senderos
que la vida presentaba a contramano.
Me encontraba seguido
cocinando en el alma,
“a fuego lento” sus canciones:
“palomita blanca” “Julián”,
“y ojos negros”,
tu tango más bacán.
Gracias Horacio querido
porque tu duende animó
muy mucho todo lo vivido.

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