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jueves, 15 de septiembre de 2022

Calle Corrientes, la contradictoria

    "Y en la última pelea de la noche ..." Un espeso ciclón de gritos, aplausos y silbidos recorre las graderías del Luna Park mientras el impecable Fiorentino anuncia sucesivamente al challenger y al hombre del pantaloncito blanco. Hora, hora y pico más tarde, a lo sumo (salvo que medie un prematuro nocaut), la multitud inaugurará la primera de las 69 cuadras de "la calle más vital, auténtica y porteña de Buenos Aires", al decir de los que la conocieron angosta y de los que la heredaron ancha: Corrientes. Sesenta y nueve cuadras en que se dan la mano el mito con la realidad, la nostalgia con la juventud, el ocio con el trabajo.

   Desde Florida hasta Callao, Corrientes es sinónimo de noche. De allí en más —y en menos— es una vía eminentemente diurna, salvo uno que otro racimo esporádico de cuadras, como el del Abasto. Pero hay algo en que Corrientes no varía en toda su extensión: para sus parroquianos habituales, para sus moradores y para sus ocasionales turistas, ha sido, es, y tal vez sea siempre, la calle Corrientes, pese al título aristocrático de "avenida" que la burocracia municipal le endilgó hace ya unos cuantos años.

                           


     ¿Cómo explicar su dinámico porteñismo, que perdura a través de los años a pesar de, o gracias a, los codazos del progreso? El hecho es que cada una de las generaciones de porteños que transitaron por este siglo se apoderaron de Corrientes y la dotaron de una heterogeneidad que hizo posible lacoexistencia de personajes tan dispares como los que describen las antologías tangueras: bohemios, intelectuales, políticos, poetas, malevos, gente de teatro e innumerables etcéteras. No es de extrañar, pues, que un melenudo noctámbulo de los de ahora, mientras se balancea al compás beat de un disco de la juke-box, emita la siguiente proclama: "Esta no es la Corrientes angosta con reminiscencia de bandoneón. Ahora nos pertenece". 

   Y es verdad que la nueva generación se adueñó de Corrientes —por lo menos, de ese tramo entre Florida y Callao— y le imprimió su sello. Del pasado, sólo quedan por allí algunos bares, como el "Ramos" ("El Estaño" acaba de convertirse en restaurante con mantel y sin laudo), donde recuerdosos porteños van a evocar los esplendores de otras épocas; y la leyenda de algunas esquinas como la de Esmeralda, refugio intelectual de el hombre que está solo y espera, o la de Talcahuano, la esquina de Florencio Parravicini. Casi todo el resto fue inundado por el progreso: los famosos cafés de tango silenciaron sus orquestas y cedieron su lugar al funcionalismo de la vida moderna; el ex "Ebro" se transformó en pizzería, y similar suerte corrieron el "Tango Bar", el Marzotto", el "Germinal" y otros tantos que la guardia vieja recuerda con devoción casi mística. Sólo queda un Patio de tango, y es para turistas.

   En realidad, la noche de este sector de Corrientes no es ya tan larga como solía serlo. Cada vez se produce en menor grado la amalgama entre los últimos nocturnos y los primeros madrugadores. Salvo el fin de semana, los demás días, alrededor de las dos de la mañana, el bullicio de Corrientes se va amortiguando hasta extinguirse. Los cines y los teatros ya terminaron su función, y los paseantes rezagados son no tan sutilmente despedidos de confiterías y pizzerías con ruidosos amagos de higienización (sillas colocadas sobre las mesas, tintineos de baldes de agua y escobas).

   En aparente proceso de desaparición el pernoctante empedernido de otras épocas, la Corrientes céntrica actual no sólo presenta síntomas de "temprana" somnolencia, sino también el peligro de una mayor uniformidad de concurrentes, entre quienes descuella, por mayoría, el bando de los intelectuales que todas las noches llena confiterías, cines-arte y librerías.


    Desde Florida hasta Callao, Corrientes es sinónimo de noche. De allí en más —y en menos— es una vía eminentemente diurna, salvo uno que otro racimo esporádico de cuadras, como el del Abasto. Pero hay algo en que Corrientes no varía en toda su extensión: para sus parroquianos habituales, para sus moradores y para sus ocasionales turistas, ha sido, es, y tal vez sea siempre, la calle Corrientes, pese al título aristocrático de "avenida" que la burocracia municipal le endilgó hace ya unos cuantos años.

                                


   ¿Cómo explicar su dinámico porteñismo, que perdura a través de los años a pesar de, o gracias a, los codazos del progreso? El hecho es que cada una de las generaciones de porteños que transitaron por este siglo se apoderaron de Corrientes y la dotaron de una heterogeneidad que hizo posible lacoexistencia de personajes tan dispares como los que describen las antologías tangueras: bohemios, intelectuales, políticos, poetas, malevos, gente de teatro e innumerables etcéteras. No es de extrañar, pues, que un melenudo noctámbulo de los de ahora, mientras se balancea al compás beat de un disco de la juke-box, emita la siguiente proclama: "Esta no es la Corrientes angosta con reminiscencia de bandoneón. Ahora nos pertenece". 

   Y es verdad que la nueva generación se adueñó de Corrientes —por lo menos, de ese tramo entre Florida y Callao— y le imprimió su sello. Del pasado, sólo quedan por allí algunos bares, como el "Ramos" ("El Estaño" acaba de convertirse en restaurante con mantel y sin laudo), donde recuerdosos porteños van a evocar los esplendores de otras épocas; y la leyenda de algunas esquinas como la de Esmeralda, refugio intelectual de el hombre que está solo y espera, o la de Talcahuano, la esquina de Florencio Parravicini. Casi todo el resto fue inundado por el progreso: los famosos cafés de tango silenciaron sus orquestas y cedieron su lugar al funcionalismo de la vida moderna; el ex "Ebro" se transformó en pizzería, y similar suerte corrieron el "Tango Bar", el Marzotto", el "Germinal" y otros tantos que la guardia vieja recuerda con devoción casi mística. Sólo queda un Patio de tango, y es para turistas.

   En realidad, la noche de este sector de Corrientes no es ya tan larga como solía serlo. Cada vez se produce en menor grado la amalgama entre los últimos nocturnos y los primeros madrugadores. Salvo el fin de semana, los demás días, alrededor de las dos de la mañana, el bullicio de Corrientes se va amortiguando hasta extinguirse. Los cines y los teatros ya terminaron su función, y los paseantes rezagados son no tan sutilmente despedidos de confiterías y pizzerías con ruidosos amagos de higienización (sillas colocadas sobre las mesas, tintineos de baldes de agua y escobas).

   En aparente proceso de desaparición el pernoctante empedernido de otras épocas, la Corrientes céntrica actual no sólo presenta síntomas de "temprana" somnolencia, sino también el peligro de una mayor uniformidad de concurrentes, entre quienes descuella, por mayoría, el bando de los intelectuales que todas las noches llena confiterías, cines-arte y librerías.

                                      


INTELECTUALES Y BOUQUINISTES

   Adaptada al presente, la clásica "La Paz" se yergue circunspecta sobre la esquina de Montevideo. "Aquí vienen gente de teatro y estudiantes —aclara pulcramente don Avelino García, su propietario—. Durante un tiempo fuimos invadidos por hippies, pero ya logramos alejarlos definitivamente." (Por supuesto, más de una vez hubo trompadas allí: parece ser que los mozos exigían a los clientes saco y corbata.) Ahora, superada la "invasión", reaparecieron los dos típicos sectores, delimitados por una larga vitrina; uno perteneciente a la raza de la farándula, el otro ganado por la joven intelectualidad porteña proveniente del cine Lorraine y adyacencias.

   Otros cafés-confitería, como "El Politeama", "El Foro" y "La Giralda" ("El Colombiano" cayó bajo la piqueta) también se han convertido en importantes centros estratégicos, donde plásticos, cineastas, poetas y universitarios se dan cita para entablar el diálogo profundo o superficial.

   Aunque todavía quedan en ella algunos teatros, Corrientes ya no es "la calle de los teatros" (como tampoco lo es Broadway en Nueva York, ya que sus salas no están sobre la avenida sino en las calles que la cruzan). Las compañías teatrales argentinas se van abriendo cada vez más en abanico sobre la ciudad, pero todos sabemos que año tras año hay menos salas. Sea como fuere, el boom protagonizado por la calle Corrientes en las décadas del 20 y el 30 es ahora sólo un grato recuerdo para quienes fueron partícipes de esa era dorada. "Hubo un momento en que había 48 compañías teatrales en Buenos Aires —dice el actor-poeta Gómez Ver—. La calle Corrientes se había convertido en el escenario del mundo y recibía la visita de las compañías más importantes del exterior. El caso más llamativo es el de una compañía teatral soviética que salió por primera vez de su país, en 1929, para estrenar aquí."

   Por su aspecto y su forma de comercialización, las librerías de Corrientes presentaban antes la informalidad de una feria. Grandes y coloridos cartelones proclamaban las ventajas de la compra por docena, por kilo o por metro, mientras que los libros viejos, o de segunda mano, eran la gran tentación de infatigables hurgadores, que se lanzaban a la búsqueda de la joya literaria seguramente oculta entre truculentas novelas policiales o tratados científicos en desuso. "Mi padre fue el creador de las librerías de viejo en Lavalle y Corrientes —asegura Lito, el hijo de aquel impagable personaje napolitano que fue Rafael Palumbo—. Ya en 1910, cuando la Infanta Isabel visitó el país con motivo del Centenario, le vendimos la primera edición de La Gazeta de Buenos Ayres, impresa por los niños expósitos."

   Hoy son muy pocas las librerías de viejo que quedan en la calle Corrientes. La venta de discos y de "posters" ha desplazado casi del todo a los libros de segunda mano, relegados en la mayoría de los casos a dos o tres mesas en que sólo se encuentran volúmenes de texto superados por los sucesivos planes educacionales, libros sin abrir que no se han podido vender como nuevos, o a lo sumo alguna buena policial —de aquellas primeras— de El Séptimo Círculo, pero en todo caso jamás una antigua edición de Through the Looking-Glass con las ilustraciones originales de Tenniel, o el Cancionero Español de los Siglos XV y XVI, de Asenjo Barbieri, que hasta hace veinte años se compraban por casi centavos. Con todo, el porteño no depone su idealismo y sigue a la caza de tesoros en esas pocas mesas, hojeando, revolviendo libros y decepcionándose de salir sólo con las manos sucias.

   Al cruzar Callao, Corrientes se transforma: le dice adiós a los intelectuales para introducirse en el dominio israelita. Un negocio junto a otro, desde lencería hasta venta de máquinas de coser industriales, copan la zona. Los bares y confiterías son pocos, especialmente entre Pasteur y Pueyrredón, y la clientela es "gente de paso", según un mozo del Paulista. Durante el día el barrio asume proporciones de tumulto; hasta del interior llega a veces la gente para encontrar en los económicos comercios el artículo que luego venderá al triple en su pequeño boliche del lugar de origen. Las amas de casa porteñas suelen darse una vuelta por el "barrio judío" para comprar a mitad de precio que en el centro. A medida que termina la tarde el ajetreo decrece, y a la noche ya todo es silencio.

   Más adelante, al llegar a Boulogne-Sur-Mer, empieza a percibirse la influencia del Abasto, con sus camiones, sus cafés de trabajadores y su gritería. Allí, Corrientes no duerme nunca.

                                 


TODO TIEMPO PASADO

   Y, en la mayoría de los casos, tampoco cambia nunca: Nicola, 26 años, de mozo en el bar Torino —nueve dueños han pasado desde que él está en el lugar—, dice que los parroquianos son los mismos, a veces reemplazos de padres a hijos, pero nada más. Mingo, habitué desde 1929, en que comenzó su actividad en el mercado, añora tiempos mejores, "cuando venía en mi carro tirado por un caballo, Corrientes aún angosta, y me sentaba acá, en el Torino, sin el ruido de motores de 'esos' camiones".

   El mundo aparte del Abasto sigue unas cuadras más, entre queserías, y después Corrientes, la contradictoria, se achata. Hasta Canning, por supuesto, en que los israelitas salen otra vez a la palestra, ante el rencor innegable de los antiguos pobladores italianos y españoles de Villa Crespo, que acusan a los judíos de haberla "comercializado". Sobre la esquina de Thames está el bar "Greco" (ex "El Zorzal"), "gloria de tauras y matones", según el parroquiano Alfredo Smaderman. Ha pasado también el tiempo de los salones de baile, como el "San Jorge" y "El Trianón", en Triunvirato (hoy Corrientes) al 5400. "Barrio bravo Villa Crespo, con puñaladas como fin de fiesta", dice con una pizca de nostalgia Felipe Gregorio, publicista y asiduo concurrente al "Greco". Más acá en el tiempo, Alberto Lavaselli, organizador de la murga "Los morfones de Villa Crespo" en la década del 40, rememora los días en que "todo Buenos Aires" se volcaba al barrio y su algarabía carnavalesca.

   Por la Corrientes de los tranvías a caballo, que llegaban hasta Frías, cruzaba el arroyo Maldonado, la piqueta demolió y ensanchó. Se construyó la Juan B. Justo. Lo que se salvó cayó en manos de la evolución de las costumbres: el café "Victoria", reducto de Libertad Lamarque, es ahora un bar al paso. Idéntico destino tuvo el "San Bernardo", entre Acevedo y Malabia.

   En la abundante memoria de sus más tradicionalistas moradores se pierde la historia de este sector de Corrientes, para treparse en edificios de más de 20 pisos. Luego la calle sigue subiendo, pasa por zonas neutras que ni hoy ni ayer han aportado anécdotas ni recuerdos, para morir allí, en Chacarita, frente al ferrocarril Urquiza, entre marmolerías, broncerías y, desde luego, kioscos de flores y florerías: porque, como los hombres, también Corrientes recibe flores en el último momento de su vida.

Revista Periscopio - 30 de junio de 1970


   Acompaño la nota con este tango de Aldo Queirolo y música de Roberto Chanel: Corrientes bajo cero,  que grabara Osvaldo Pugliese con su orquesta, cantando Alfredo Belussi, en junio de 1961. 

                                    

  


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