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viernes, 7 de diciembre de 2018

Reportaje a Carlos Gavito

Gavito se hizo bailarín profesional. Fue boy en el Teatro Nacional cuatro años, trabajó con Nélida Roca, Susana Brunetti, “pero cuando no he tenido, trabajé de lavaplatos, en el extranjero, para darle de comer a mi hija recién nacida, y lo haría de nuevo porque vale la pena sacrificarse”.
-Usted tiene sus conceptos propios. ¿Cómo cree que hay que influenciar en los nuevos bailarines?
-Que piensen un poquito más dentro de ellos y no hacia afuera. No exteriorizar el sentimiento, que se exteriorice en forma natural.
-Están enseñando mal?
-Si, lo digo con todas mis palabras. Primero, porque la mayoría han cambiado su profesión de otra cosa para enseñar tango porque hoy día el tango es marketing. Hoy día yo digo, por favor, piensen que es patrimonio nuestro. Yo soy muy argentino y esto me enfurece. No tengo miedo de hablar y decir las cosas de frente. No se puede manosear nuestro patrimonio, ni venderlo tampoco. Y si se lo vendemos al extranjero, hagámoslo bien.



-¿Que sea el verdadero tango…?
-O es tango, o no es tango. Perdóneme la muchachada, los chicos jóvenes, pero no creo en los Narcotango, y los menciono porque tienen tanto valor musical que si se hubieran dedicado al tango sería divino porque habría una sucesión, pero así estamos perdiendo porque quieren inventar nombres nuevos cuando el tango no necesita. Dejalo como es, inventá otra cosa, no sé… mambo-rambo, qué sé yo…

-¿Y la evolución…?
-Sí, pero dentro del tango. Yo no bailo como El Cachafaz y Troilo no tocaba como Canaro, hubo una tremenda evolución. Y hasta Piazzolla dijo: “Yo toco música de buenos Aires”. ¿Por qué se empeñan en hacer música que no lleva el nombre de tango y darle un ritmo que no es el dos por cuatro? Ya no se escucha el dos por cuatro. Y pasa con el baile también.
¿Bailan o aprenden mal?
-Bailan bien, tienen mucha técnica, hacen ganchos acá, ganchos allá, una furia tremenda y de pronto porque viene un solo de violín él abraza y la besa a la chica. ¡Eso es una falsedad tremenda! No podés salir a las piñas y después darle besitos.
-Pero existen algunos buenos ejemplos…
Javier y Geraldine son un ejemplo en esta nueva época porque a pesar de su juventud, tienen adultez, que es madurez.
¿Chicho Frúmboli?
-Él está haciendo un tango que no es maduro para él. El maduró antes y cuando bailaba Pugliese me pareció sensacional por su improvisación, su creatividad es fabulosa, pero ahora… Es una fórmula nueva, que creó Gustavo Naveira, un gran bailarín y excelente coreógrafo, pero se fueron para un tango que no es del sentimiento sino del movimiento. Por eso yo no hago pasos, yo bailo sentimiento, me muevo libre, como un pájaro. No estoy atado a una memoria porque entonces soy una computadora.


Chicho Frúmboli y Juana Sepúlveda

-¿Y eso es lo que pasa con la mayoría de los bailarines?
-Sin querer se hacen computadoras. No digo que no hagamos movimientos, formas, pasos, pero hay que tratar de evitarlo al máximo para que no sea lo preponderante del baile sino lo que hay adentro.
El camino no es la faz coreográfica porque esto es memoria, es donde se congela la mente para ser nada más que el recuerdo del movimiento y no lo que encierra, que tiene que ser un sentimiento. Aquí es donde se escapan todos, donde se van por la tangente, donde pierden su propio valor. ¡No tengo ninguna duda de que Naveira y Chicho tienen sus valores y creatividad! ¡Ah, yo quisiera decirles “¡dormite y bailá”!... Como vos lo sentís, pero sin apartarte del tango. A ellos les quisiera decir: perdónenme muchachos, pero si es verdad que el tango es un sentimiento triste que bailamos, entonces quiere decir que es una emoción y no un movimiento. Analicen esto, piénsenlo, insúltenme, díganme lo que quieran, pero piénsenlo. Verán que no estoy tan equivocado. El mejor tango de ellos cuando bailan es cuando se nota que no es estudiado, no es impostado.
- Naveira me dijo los argentinos no saben lo que está pasando con el tango.
- Es verdad. No es un baile, posiblemente, de mayorías. No es un baile que se vuelva popular como era antes, cada vez se hace más elitista. ¿Por qué? Porque es difícil de bailarlo.
De “Forever Tango” siempre fui el menos aplaudido, pero yo terminaba de bailar y la gente se iba al baño a llorar. Ahora, ¿Qué preferís: sentir o explotar? El sentimentalismo se nota como una flojedad, pero bueno, si somos todos humanos. La cara de guapo la podemos hacer, pero adentro somos muy flojos. El sentimiento nos hace pedazos, nos podemos morir de tristeza. No de alegría.

-¿Cuál fue el momento más doloroso de su vida dentro de la milonga?
- Son muchos… Yo veo bailar mal y para mí es como una obscenidad. Una falta de respeto para los que amamos el tango. Y diferencio el tango de escenario al tango social.
- ¿Tuvo muchos amores en la milonga?
- Sí, muchísimos. A veces correspondido, a veces no correspondido. A veces es el metejón. A mí me conquistaba una mirada que puede ser una caricia. Soy casado dos veces con bailarinas.
- La milonga tiene sus propios códigos y romances...
- Yo diría que si uno se quiere enamorar y casar no tiene que ir a la milonga. Y si se es casado, tiene que tener mucho cuidado de no romper la pareja porque la milonga trae nuevas emociones, muchas sensaciones, uno se da cuenta de que no está tan viejo, o vieja, o genera el entusiasmo de encontrar la persona y decirse: ¿cómo puede ser que perdí tantos años de mi vida y no la encontré? Y ahí es peligroso. Es un juego, y no debe ser juego. Debe ser un sentimiento. Lo lindo es ir con la esposa de uno, abrazarla y hacer de cuenta que empezamos la relación hoy. Eso es el abrazo. El abrazo es lo que le falta a la sociedad.
- Ahora, ¿está casado?
- No, separado. Tengo una hija, Eva Carolina, de 17 años, que nació en Inglaterra y ahora vive en Escocia con la madre, Helen Cambell, ella muy escocesa. Casi me casé con la pollerita, no me la quise poner (Sonríe).
- ¿Y su primera esposa?
- Mirta, diecisiete años casados, dimos la vuelta al mundo bailando, tres o cuatro veces.

                                      
- Antes me habló de la química de las parejas… Eso es un misterio.
- Cambiar una pareja es cambiar una forma de vivir y de ser. Cada vez que cambiás una pareja, cambia tu personalidad. Al margen de que se gusten, de que sea una relación de baile. Una evidencia fue la pareja Margot Fonteyn y Nureyev: los veías en el escenario y era el amor vestido de danza. Con Mirta, yo tenía la velocidad, la fuerza y la juventud, el entusiasmo, el sacrificio que no me costaba. Después, vino mi segunda pareja, Helen - bailarina del Royal Ballet -, fue la seriedad, el profesionalismo. Me costó lágrimas enseñarle porque rehusaba mi estilo improvisado... Después, Marcelita (Durán) fue una química “boom”, inmediata. La conocí cuando yo tenía una milonga en Londres y ella vino con Forever Tango. Durante siete años dimos la vuelta al mundo. Esa pareja representó la ambición de algo que uno busca en la vida y lo encuentra sin necesidad de que eso llegue a ser porque nunca tuvo la intención de ser otra cosa más que el baile. El baile tuvo mucho más fuerza que la relación personal.
- ¿Y María (Plazaola)?
- Hace tres años que empecé a bailar con María. Es muy joven para mí, así que tuve que darle otro aspecto y otro carácter a mi baile, y ahí cambió de la sensualidad y lo apasionado que era con Marcela a la ingenuidad y la pureza que es con María. El abrazo es diferente, la mirada. Es una hermosa mujer, pero veo que puede ser mi hija. Hay un afecto diferente, es la caricia con la parte externa de la mano. (Hace un gesto con su mano).
- ¿Por qué existe tanta divergencia entre los bailarines?
- Porque todos quieren ser primeros, ninguno se conforma con ser tercero o cuarto. Y las cosas tienen que venir cuando se merecen, si no, estás falsamente ocupando un puesto que no te corresponde. Cuando ponen Gavito, número uno, a mí me da vergüenza porque yo no compito. Ni soy competidor de nadie. Yo soy Gavito, nada más.

- ¿Cuál es su mayor preocupación como docente?
- Ahora no estoy enseñando pasos, estoy enseñando a no chocar en la milonga. ¡Hacé lo que quieras, pero no choques, por favor! Porque se hace desagradable ir a bailar. Y cada día va a pasar peor, a no ser que los maestros nos pongamos críticos y no enseñar pasos que no pueden hacer en la milonga. Dejen los ganchos y las patadas para el escenario. Uno va a la milonga para disfrutar y no a sufrir. Hay chicas que te hacen sufrir porque bailan solas. No escuchan ni la marca, Y el abrazo es el tango, los pies el vocabulario.
-Me imagino que sus problemas de salud habrán influenciado mucho en su vida. ¿Quiere hablar del tema?
- Lo podés poner porque no me asusta. Son consecuencias de la vida, unos tienen mal de muelas, otros de reuma, y bueno, yo tengo cáncer. Uno me lo extirparon del cerebro, ya pasó, y el otro lo tengo en un pulmón. Me cuesta un poquitito ahora, y no puedo bailar milonga porque me agito mucho. Pero mirá a Rufino, con un pulmón, era el mejor cantante de tangos. ¡Todo se puede!.. Mis sentimientos son mucho más fuertes que saber que tengo una enfermedad terminal. Mirá, tengo 62 años y te voy a decir dos palabras: ¡Gracias a la muerte que me dejó vivir tanto!

Silvia Rojas (Año 2004)

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