La
 historia del tango es un entramado de misterios y leyendas. Desde el 
tiempo de extramuros hasta los salones del centro, su historiografía se 
ha encargado de exaltar a personajes e historias cargados de 
romanticismo. De esa estirpe es el bandoneonista rosarino Antonio Ríos. 
Estirpe que, por cierto, no se ciñe a ningún género, sino que convoca a 
los mejores sin discriminar foros. Vagabundo como Blaise Cendrars, libre
 como Julián Centeya e irrepetible como Charlie Parker, Ríos pertenece a
 un universo al que sólo tienen acceso unos pocos elegidos.
                            
El genio trashumante
El elegido de Piazzolla
Desde pibe
Antonio
 Ríos nació el 13 de junio de 1917 en las inmediaciones de Salta y 
España, y al comenzar la dura década del 30 debutó en la orquesta de su 
maestro, don Abel Bedrune. Uno de los chicos con los que compartió filas
 por entonces fue Julio Ahumada, a quien deberíamos agregar al limbo 
artístico que apuntamos recién. Además, Ríos y Ahumada nos convocan de 
modo particular pues sus nombres representan lo más cabal de lo que se 
ha denominado Escuela Bandoneonística Rosarina.
En
 1937, Antonio desembarcó en la Capital de la mano de Juan Rezzano, y el
 inmediato reconocimiento que le brindaron sus pares le valió la 
posibilidad de ser convocado por orquestas como la de Antonio Rodio. A 
ella ingresó como primer bandoneón y arreglador y compartió plantel con 
músicos de la talla de Tití Rossi, Jaime Gosis, Eduardo Rovira, Juan 
José Fantín, Luis Bonnat o Héctor Chupita Stamponi. Además, allí debutó 
en el disco como compositor —el 16 de julio de 1943— cuando con la voz 
de Alberto Serna registraron su tango Corazón, qué has hecho, con letra 
de Oscar Rubens.
Mientras tanto, Antonio formó 
parte de la legendaria Pensión La Alegría, a la que llegó por 
recomendación de Enrique Mario Francini. Durante una etapa residieron 
allí, además de Antonio y el mismo Francini, tangueros de leyenda como 
Julio Ahumada, Armando Pontier, Emilio Barbato, Guillermo Uría, 
Argentino Galván, Alberto Suárez Villanueva, Enrique Munné o Alberto 
Allegro, además de otros tantos músicos provincianos que llegaban a 
Buenos Aires.
Luego se produciría el encuentro 
con el inolvidable Orlando Goñi, en cuya agrupación ofició de primer 
bandoneón y arreglador, además de tener que ejercer como pianista cuando
 al Pulpo Goñi “se le hacía tarde”. Luego Ríos, quien también había 
comenzado a realizar arreglos para la recordada orquesta de Edgardo 
Donato y para la Editorial Edami, fue convocado por el cantor Roberto 
Rufino como director de su acompañamiento. Debe destacarse lo 
significativo de este hecho, ya que Rufino era por entonces una de las 
figuras rutilantes del dos por cuatro en Buenos Aires. Actuaron en el 
Café Nacional y en Radio Belgrano, y realizaron giras por distintas 
provincias.
Luego, Antonio formó su propia 
orquesta con Pablo Lozano como vocalista. Sin embargo, la experiencia 
duró apenas ocho meses pues, persiguiendo su destino errabundo, en medio
 del éxito se trasladó a Bahía Blanca, donde estaba radicado su hermano 
Guillermo. Así era Ríos: tal vez, inexplicable.
El genio trashumante
En
 la ciudad del sur bonaerense desarrolló una destacable tarea docente 
(uno de sus alumnos de bandoneón fue Roberto Achával) e incluso volvió a
 formar orquesta. Pero pasado el año, decidió que era hora de marcharse.
 Así fue que desembarcó nuevamente en su ciudad natal. En Buenos 
Aires se dijo entonces: “Su vuelta a Rosario se interpreta como un 
renunciamiento ¡al primer plano que le corresponde!”.
Así,
 emprendió otra vez la dirección orquestal e inauguró una nueva etapa no
 solo para su carrera artística, sino también para el tango rosarino. En
 compañía de su colega Omar Torres, que de modo coincidente también 
desembarcó en la ciudad a fines de la década del cuarenta, le 
imprimieron al mundo musical de Rosario un sello de originalidad y 
creatividad determinantes. Fueron pilares en la búsqueda de formas 
propias y en el abandono de las orquestaciones estándar. Por otra parte,
 amén de su probidad como ejecutantes, demostraron también gran pericia 
como arregladores.
Por otra parte, durante los 
primeros años de la década del cincuenta, la orquesta de Ríos impulsó y 
dio solidez a algunos de los más grandes músicos rosarinos de las 
décadas siguientes. Allí estuvieron figuras ilustres como Rodolfo Cholo 
Montironi y José Brondel en bandoneones, y Antonio Agri -después, ladero
 de Astor Piazzolla- y Norberto Auteri en violines.
El poeta del tango
Para
 1955 la situación para las orquestas típicas era muy difícil. Mantener 
un gran plantel era cada vez más complicado y, por ello, se comenzaron a
 conformar conjuntos reducidos para facilitar las contrataciones. Así 
fue que surgió Los Poetas del Tango.
El conjunto 
estaba conformado por Antonio Agri en violín, Omar Murtagh en 
contrabajo, José Cacho Puertas en piano y el propio Antonio Ríos en 
bandoneón, arreglos y dirección. Como cantor, oficiaba Raúl Encina.
En
 lo musical, el cuarteto resultó un mojón ineludible en la evolución del
 tango de la ciudad. A los arreglos y la técnica impactante de Ríos, se 
sumó el aporte de ejecutantes de máxima calidad. No solo ganaron de 
inmediato el favor del público, sino también de otros músicos, que noche
 a noche presenciaban sus actuaciones.
Requeridos
 por el Sello Trío, grabaron tres discos, que contenían joyas como 
Amurado (P. Maffia-P. Láurenz), Orgullo criollo (P. Laurenz-J. De Caro),
 Mal de amores (Pedro Laurenz), Lo que vendrá (Ástor Piazzolla) y 
Griseta (Enrique Delfino), en forma instrumental, y Desorientado (Miguel
 Caló-Marvil-Oscar Rubens), el único que incluía la intervención del 
cantor.
Algún tiempo después fueron contratados 
desde Buenos Aires, donde realizaron actuaciones en la Boite King y 
Radio Belgrano. Las crónicas relatan que la presentación en LR3 se 
realizó a estudio lleno y con una cantidad de maestros que iban a ver 
nuevamente el genial bandoneón de Ríos. Entre los asistentes, por 
ejemplo, se encontraban Horacio Salgán, Ubaldo De Lío, Héctor Varela y 
Leopoldo Federico.
Entrando al derecho
Durante
 los años siguientes, y de nuevo en Rosario, Antonio conformó algunos 
dúos de bandoneón y guitarra con Carlos Peralta y con su cuñado Carlos 
Velázquez. Posteriormente, formó un dúo de fueyes con el Cholo Montironi
 e hizo giras por Santa Fe y provincias aledañas. Mientras tanto, con el
 agregado de músicos de la ciudad como el guitarrista Carlos Padula y el
 pianista Dino Cassano, acompañaron a un buen número de cantores, entre 
quienes estaban Rubén Galván, Oscar Juárez, Rubén Maldonado y Rubén 
Lenarduzzi.
Pero el mundo con el que Antonio 
había interactuado se iba diluyendo. El tango ya no tenía la presencia 
de antaño y las posibilidades laborales eran demasiado pocas. Y aunque 
la dimensión de su nombre le permitía cierta ventaja sobre sus pares, su
 impenitente bohemia lo llevaba a temporadas cada vez más extensas de 
retiro etílico.
En medio de todo esto, recibió un
 enorme reconocimiento cuando en 1970 Ástor Piazzolla lo convocó para la
 grabación de Recuerdos de bohemia (Enrique Delfino), con un arreglo 
especial realizado por el marplatense para cuatro bandoneones. Junto a 
Piazzolla y Ríos intervinieron nada menos que Leopoldo Federico y 
Rodolfo Mederos.
También por entonces comenzó a 
grabar en Buenos Aires con Roberto Grela en dúo de bandoneón y guitarra 
pero la serie quedó inconclusa debido a que Antonio, súbitamente y como 
ya era costumbre, dejó todo y regresó a Rosario.
Durante
 los años siguientes su nomadismo se agudizó. Pasó temporadas enteras en
 localidades como Corral de Bustos (Córdoba) o Firmat, a las que llegaba
 por alguna invitación puntual y se quedaba por largo tiempo. En Firmat,
 a poco de estar, Antonio se hizo habitué de un club donde solía tocar 
algo en el piano y tomar algunas copas. Un día crudo de invierno, llegó 
algo desabrigrado y un parroquiano le preguntó si no tenía frío. La 
respuesta del gran bandoneón quedó en la memoria popular: “Soy tan pobre
 que ni frío tengo”.
Durante sus últimos años, su
 actividad artística fue quedando limitada a pensiones de estudiantes, 
peñas o reductos puntuales de admiradores o amigos. Algún rincón de La 
Sexta también lo supo cobijar cuando el festín de la feria hería su fina
 sensibilidad artística.
Con su salud ya muy deteriorada, falleció en las últimas horas del martes 13 de agosto de 1991.
Con él, se había ido el pedazo más auténtico del corazón musical rosarino.
El elegido de Piazzolla
Antonio
 Ríos y Ástor Piazzolla se mostraron siempre una mutua y profunda 
admiración. En el texto principal ya hemos hecho referencia al 
reconocimiento del rosarino por la música de Ástor, pero debe destacarse
 que la cuestión también funcionaba a la inversa. Y eso ha quedado 
plasmado no solo en la citada convocatoria para la grabación del famoso 
arreglo especial de Recuerdos de bohemia, sino también en otros 
registros, como las cartas que el Gato (así le decían a Ástor) cruzó con
 Leopoldo Federico discutiendo la actualidad del tango y su futuro: 
“(...) Sigo enamorado de Maffia, Láurenz, Gobbi, Troilo, De Caro, Salgán
 y sobre todo vos, Leopoldo Federico... Te insisto Gordo, el tango no 
está muerto, son los tangueros los que lo matan... Yo insisto, en el 
cuarenta estábamos nosotros y nadie nos enseñó nada, y de toda esa 
camada de músicos fabulosos salimos nosotros. Arregladores como Galván, 
Artola, Pepe, Orquesta Buenos Aires, Caló mismo, Di Filippo, Ríos (el 
rosarino bandoneonista), Francini, Gosis, Goñi, Gobbi... que salieron a 
matar y mataron. Hoy si vivieran esos mismos estarían cambiando el 
tango, estoy seguro...”.
Lautaro Kaller (Diario La Capital- Rosario) 


Muy bueno!
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