Su colega argentino Adrián Baranchuk, afamado cardiólogo residente en Kingston (Ontario), Canadá, nos narra un encuentro entre tangueros amigos y médicos que homenajeron precisamente a los doctores Pablo Chiale y Marcelo Elizari.
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| El destacado médico e investigador Pablo Chiale en una conferencia | 
-La conjunción de estas dos mentes brillantes, agudas, 
filosas, incisivas dio origen a una catarata impensable de obras 
maestras de la electrofisiología. Algunas ya fueron mencionadas más 
arriba, otras, como la teoría inmunológica de la taquicardia sinusal 
inapropiada o como la teoría de la cresta neural para explicar el 
Síndrome de Brugada, son dignas (y así lo creo) de quedar en los anales 
de los descubrimientos médicos más relevantes de nuestra especialidad.
Tanto Pablo como Marcelo gozan de prestigio 
internacional. Tuve la oportunidad, en Noviembre del 2011, con motivo 
del 50º Aniversario del Curso de Bayes de Luna en Barcelona, de ver lo 
que ellos representan en la arena internacional. Como se los escucha y 
respeta. Como se consideran sus opiniones.
Y además, pude conocer a dos argentinos que no olvidan 
sus raíces, que no reniegan del barrio, del adoquín, de la vieja, del 
asado. Son argentinos hasta la médula, y defienden la argentinidad en 
cada oportunidad que se les presenta.
A todos aquellos que tengan la oportunidad de 
conocerlos, a los privilegiados que todavía trabajan junto a ellos, por 
favor, acepten este humilde consejo: “Háganlos hablar, escúchenlos y 
graben lo que digan”. Esas palabras pueden transformarse en la pieza 
fundamental de sus carreras. Pueden servirles de guía cuando se 
desorienten. Pueden darles las fuerzas que sientan que han perdido, 
cuando llegue el tiempo de la frustración (a todos nos llega, de vez en 
cuando).
No se dejen perturbar por un grito, o un improperio. Eso se lo lleva el viento.
Escuchen el zumbido de sus neuronas cuando las ponen en funcionamiento.
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| El doctor Chiale toca el violín (1º de la derecha) en la orquesta Todo corazón | 
Un almuerzo mágico
Pablo y Marcelo me llevaron a comer al Centro 
Vasco-Francés. Fue el marco ideal para lo que iba a suceder. Entre 
pescados y vino blanco, ambos hablaron sobre ellos, sus vidas, sus 
recuerdos, sus añoranzas de jóvenes. Se habló de QRS, de conducciones 
decrementales, de bloqueos en fase.
A través de la luz tenue, vi algo por primera vez en mi 
vida, algo que no creía que fuera posible. Aunque no lo crean, mientras 
Marcelo y Pablo rememoraban una anécdota de un Congreso en no sé donde, 
se materializó la pasión. Ahí, entre espinas de Abadejo y Torrontés de 
Mendoza, se hizo presente la pasión, casi religiosa, pero agnóstica a la
 vez. Pude tocarla con la yema de los dedos. Era suave pero firme, e 
invitaba a moldearla. Tenía materia y volumen, pero no se dejaba 
abarcar. Me distraje de la conversación, y creo que ellos lo notaron.
Me dije: “aflojale al vinito Adriancito…”
Y volvió a suceder
Luego del almuerzo y la alucinación táctil y visual, 
Pablo me invitó al AADI (la Asociación Argentina de Intérpretes 
Musicales) que preside el increíble Leopoldo Federico, uno de los 
bandoneonistas vivos más importantes del mundo, si no el mejor. Para 
homenajearme, el Secretario del AADI, el Sr. Horacio Malvicino, vino 
también a mi encuentro, En menos de cinco minutos, Federico, Malvicino, 
Chiale y yo, sentados cómodamente, en la oficina del “jefe” charlamos 
sobre música, arritmias (ritmos), recuerdos de infancia y futuro. No 
había prisa, el tiempo en modo real parecía suspendido, y por una grieta
 virtual, estos hombres sabios compartieron conmigo sus secretos.
¡¡¡Cuanto más se aprende escuchando que hablando!!!
Pablo, en su dual rol de músico y electrofisiólogo 
ofició de guía, y cuando por fin entendí los códigos (la falta de 
códigos) pude entreverarme con estos hombres de música y transportarme a
 su tiempo, su ritmo…
¡¡Se te enfría la sopa!!
Quiero compartir esta anécdota y guiarlos por la vía 
donde esta historia se juntó con la mía, con la de Pablo o Marcelo; o 
con la de muchos que puedan estar leyendo (todavía) esta nota.
Pablo le pregunta al maestro Federico:“Diga Maestro, ¿Cuántas horas estudiaba Ud. de pibe? ¿Siete, ocho?”
Leopoldo se frota la barbilla y responde: “No,
 yo creo que menos. Cuando estaba en quinto o sexto grado, volvía del 
colegio, tomaba la leche y me ponía a estudiar, escalas, arpegios, 
armonías. A eso de las 8 y media de la noche, mi mamá me gritaba desde 
la cocina: ‘¡¡¡Leopoldo, vení a comer que se te enfría la sopa!!’
“Yo seguía tocando”, recuerda Federico, “Pero a la 
tercera vez que mi vieja me gritaba: ‘¡¡¡Leopoldo, vení inmediatamente 
que se te enfría la sopa!!!’, yo sabia que era un ultimátum, que en breve
 vendría chancleta en mano para obligarme a sentarme en la mesa 
familiar. Así que no quedaba más remedio, iba y me sentaba a tomar la 
sopa.
“Se escuchaba la radio, se hablaba del día, de las 
noticias. Lo mismo que en cualquier mesa familiar.” - Mientras tomaba la
 sopa siguiendo el ritmo de las cucharas golpear contra el plato 
-rememora Federico-, seguía pensando en la digitación. “Pensaba que 
pasaría si exploro esa armonía, y la construía en mi cabeza. Tomaba toda
 la sopa, sin poder dejar de pensar en el efecto armónico de moverme más
 acá o más allá en el teclado del bandoneón”.
Yo escuché, de la boca de Leopoldo Federico, esta 
historia. Y me pegó tan fuerte que tuve que contener las lágrimas. 
Volví, por segunda vez en el día (y no seria la última) a sentir la 
materialización de la pasión. Un chico de diez u once años, con sus 
pantaloncitos cortos, las rodillas raspadas del fulbito en la escuela, 
con el fuelle mordiéndole las piernas, no pudiendo parar ni siquiera un 
minuto para tomar su sopa. Pasión.
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| Chiale toca el violín en un cuarteto con Federico, Cabarcos y Ledesma | 
“Ponele mugre, Malveta”
Yo me sentía un intruso, como un tipo que se filtra en una casa de religión sin saber todavía si comulga o no con esa fe.
Pero había más.
Horacio “Malveta” Malvicino no quería que yo me fuera 
sin pasar por su oficina. Al entrar, sobre un sillón destartalado, su 
guitarra de siempre. Esa con la que lo vi tocar mil veces, ahí, 
desenfundada, recién tocada, aún caliente. Sobre su escritorio, 
pentagramas y un lápiz. Miles de notas bailando sobre el papel.
Me animo: “Maestro, ¿está componiendo o arreglando? ‘Estoy escribiendo una Zamba para Saravia (de los Chalchaleros). Está medio chacabuco, y quiero estar seguro que tenga su canción, por las dudas, ¿viste?’”
Pensé, ‘así se despiden los amigos’ con música, con 
canción. Me pregunté como me despedirán a mí. ¿Escribirán un “memorial” 
en una revista de mediano impacto? ¿Citarán mis papers, dirán: ‘ante todo fue una gran persona’? ¿Alguien leerá lo que he escrito?
Pero Malveta me volvió al presente. Quería mostrarme 
algunas fotos suyas, como quien comparte ese tesoro personal, junto a 
Coltrane, Sinatra, Liza Minelli, y su adorado Astor Piazzolla.
Así, de parados me dice: “Adriancito, cuando Astor 
componía un tema, me lo pasaba y me decía ‘Malveta, ponele mugre’!. 
¿Sabe lo que quería decir Astor con eso? ¡¡¡Que le pusiera calle, que le
 pusiera Buenos Aires a su música…!!!”
Tenía poco tiempo, y no pude decirle a Malveta, que 
cuando voy manejando por las calles de Kingston, en Canadá, y escucho a 
Astor en la radio, lloro. Lloro como un chico, porque me recuerda mi 
barrio de Flores, no al de hoy, sino el de mi infancia, los ruidos de mi
 infancia, la mugre de mi infancia… Yo no sabia, que esa “mugre”, la 
creaba Don Horacio “Malveta” Malvicino, y yo lo tenía, paradito, ahí 
delante mío, mostrándome sus tesoros.
Y me dejó pensando lo importante de ponerle mugre a lo que hacemos. Ponerle lo nuestro, lo que hemos mamado
 de chicos, lo que es irremplazable de cada uno. Y al mismo tiempo, para
 los argentinos, ponerle argentinidad a lo que hacemos, tal vez, que los
 demás en el mundo, encuentren su lugar vivenciando el nuestro.
Porque hoy el mundo se achicó, todo está al alcance de 
un botón. Todo puede tenerse o soñarse ya. No hace falta esperar que 
llegue la carta del pariente lejano, esa mística se terminó.
Por eso, me parece tan importante ponerle mugre a lo que
 hago, para reavivar esa llama del misterio, lo impredecible, la 
búsqueda.
Final
Es un privilegio ser médico. Es un privilegio invertir 
la vida en ayudar a los demás. Es un privilegio vivir de la pasión, 
sumergirnos en la pasión, dejarnos arrastrar por ella.
Esta nota, cuando la releo, está desordenada, y mi mente
 está a punto de jugarme una mala pasada. El desorden me pone en jaque, 
me inquieta, me incomoda.
Creo que debo borrarla y empezarla de nuevo.
¿Qué tengo yo que ponerme a hablar de la pasión, de los 
dúos dinámicos argentinos, de Leopoldo y Malvicino, de la sopa fría y la
 mugre?
Si yo estudié para entender el QRS, los nuevos anticoagulantes y las indicaciones de los marcapasos.
Sí, mejor cierro la compu, y que el archivo se borre solo. Una muerte sin dolor.
Yo mejor me dedico a lo mío, y dejo a los músicos con sus musas, a los escritores con su dolor, a los pensadores con sus tretas.
Mañana lo llamo a Chiale y le digo que mejor no escribo 
esa nota sobre la pasión. Que fue una mala idea. Que mejor le mando una 
revisión sistemática sobre factor natriurético auricular en la 
fibrilación auricular. Que eso pega más, que es más acorde con el perfil
 de su revista.
Él seguro me va a entender.
                                                                                Adrián Baranchuk  - Marzo de 2013
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| Carlos Gari y el Dr. Chiale con los guitarristas Caruso-Martel | 
Es muy importante leer estas cosas para rebobinar mejor nuestros recuerdos, nuestro presente y comprender lo que importa para la vida de los demás los estudios y sacrificios de estas personas. Pero volvamos al recordado Pablo Chiale, que aparte de ser un notable investigador y médico del corazón, tuvo tiempo para estudiar el violín y destacarse en su ejecución con varias orquestas típicas en su juventud. Él mismo recordaba que su día más feliz de la semana, eran los sábados "cuando me llamaban de reemplazo para alguna orquesta". Con el músico Juan Carlos Bringas formaron la orquesta Todo corazón, que grabó dos discos. Intervino el propio Chiale como violín solista y otros destacados como Mauricio Marcelli, Carlos Pazo, José Vottti, Lázaro Becker, Lautaro Greco, Alejandro Prevignano, Andrea Gasparini, Héctor Lettera, Octavio Scaglione. La orquesta la dirigieron Carloss Pazo y Mauricio Marcelli, y la organizaron con una finalidad solidaria, colaborar con la tarea de dos entidades de bien público - Fundación de Ayuda al Enfermo Cardiovascular y Fundación de Investigadores cardiológicas Einthoven. 
Era muy amigo de Leopoldo Federico -a quien además atendía- y éste también  lo invitó en un recital.
Y lo hace subir al escenario para tocar el tango de Federico "Éramos tan jóvenes", en el cuarteto que completaban el propio Federico, Nicolás Ledesma y Horacio Cabarcos. Ocurrió en 2012.




muy emotiva nota.se menciona al restaurante del centro vasco frances¿ es el de la calle moreno 1370? ellos me bancan con su publicidad parte de mi audicion radial,unos tipos macanudos y que bien se lastra... caro pero bueno salute juan
ResponderEliminarQueridos amigos de Tangos al Bardo: con lagrimas en los ojos leo este homenaje sentido a un grande de la Medicina Argentina, el Dr Prof Pablo Chiale. Me reconforta el Corazon vuestro sentido homenaje, y que sea e un espacio tanguero. Ahora Federico subio a acompaniarlo, lo que Deben estar planeando esos dos transfugas. Soy un agradecido a la vida, por haber tenido la oportunidad de conocerlos y de trabajar junto a Pablo en sus magnificas investigaciones. Permitanme aqui tambien, recordar al querido Horacio Malvecino, que junto a Pablo y Leopoldo es protagonista de la historia veridica que conte. Don Horacio, puso letra a un Tango que hoy dedico a Chiale, llamado Ritmo Cardiaco, y que sumariza nuestras pasiones: el Corazon y el Tango. Reciban un fuerte abrazo desde Canada, y mi agradecimiento sincero. AB
ResponderEliminarYo le respondería con un tango al tordo y violinero D. Pablo Chiale: Lo que vos te merecés. ..Y gracias tordo Adrián por su aporte al homenaje. Un abrazo tanguero.
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