que este tango nos acerca,
gocemos...
su compás arrullador.
La primera orquesta
Le hablé a los músicos y algunos se engancharon.. Arranqué con Juan Miguel Toto Rodríguez y Alfredo Gianitelli junto a mí, en bandoneones. Orlando Goñi en el piano. José Stilman, Reynaldo Nichele y Pedro Sapochnik en violines; Juan Tito Fasio en contrabajo. Francisco Fiorentino como cantor. Trabajé intensamente con la ayuda de Orlando Goñi en el armado del repertorio: le dimos fuerte a los ensayos y ¡de cabeza al Marabú! El debut fue el 1º de julio de 1937.
Fiorentino
El primer cantor de mi orquesta debió haber sido Rodríguez Lesende, el Gallego. Lo hablé con la certeza de que iba a agarrar, pero el pálpito me falló. Lesende, que andaba en su mejor momento, actuaba tupido y era cartel en la boite Lucerna, de la calle Suipacha, cantando con la típica de Miguel Nijensohn. Cuando me dijo que no, hablé con Fiorentino. Posiblemente no era la voz, o la gran voz, pero había una gran simpatía de mi parte. Era un cantor hecho, maduro, con personalidad. Esto era indiscutible y con que la suerte me ayudara a mí, a él y a la orquesta, el destino me daría la pizarra para escribir el número que me andaba zumbando en la cabeza.
Tibidabo
La cosa se hizo de tercera. Juan Serrat, Juancito para todos, tenía un socio llamado Capone y con él puso un Dancing que haría historia: el Tibidabo. Estaba en la calle Corrientes entre Talca y Libertad, mano derecha yendo camino del río. Para su inauguración lo apalabraron al buen amigo Juan D'Arienzo, cartello rajador, y no aceptó. Pensaron en Ángel D'Agostino, que le pone al tango esa pereza de patio y cotorro que es todo su sentimiento y su palabra, y también dijo que no. Andaban en otras y entonces fue cuando Juancito pensó en este gordo. Y agarré. ¡Mirá que no! Se iba deshilachando el 40. Las noches del Tibidabo están embauladas en un rincón de mi corazón. Hubo éxitos de indiscutible gravitación, taladrados a fueye, murmurados en el piano de Goñi, en el susurro de la voz de Fiore... Cuento títulos: del Catunga Contursi: Evocándote, Y no puede ser, Toda mi vida, Vieja amiga, Milonga de mis amores, Como dos extraños, Es mejor perdonar, Pena de amor (con Jorge Fernández). Con Mario Canaro Quiero verte una vez más, que en un principio se llamó Viejo gaucho: con Antonio Rodio, Mi canción...
Palermo Palace
En el inolvidable Palermo Palace, de Godoy Cruz y la avenida Santa Fe tuve la fortuna de estrenar éxitos de la marca de Malena, Sencillo y compadre, Percal, Gricel, La vi llegar...
Poetas
Homero Manzi fue un poeta de la gran siete. Admiré a Discépolo, porque captó la ironía y la maldad de la gente, pero lo hizo con cariño. A Cátulo Castillo porque sigue la línea de Manzi sin imitarlo para nada. Yo toco como aprendí de Maffia, pero nunca lo imité... Lo de Cátulo es lo mismo. Sigue una guía, un faro... Y también tengo que nombrar a Homero Expósito, un frustrado por la época, cansado de oír estupideces. Tiene un talento extraordinario. Otro que es único es Julián Centeya. Y estas palabras no acreditan su bohemia... Bohemia que no me desagrada pero que siempre luchó en contra de él porque le quitó tiempo para hacer más cosas por el pueblo.
Perón, Troilo y Raúl Apold en 1954. Cuando se hizo "El Patio de la morocha". |
Perón
Voy a hablar del Perón de la primera presidencia. Tuve la suerte de conocerlo. Ése, del que la historia de Buenos Aires va a tener que hablar... La historia de la Argentina... Era entrador, simpático. Y con un talento extraordinario. En una época lo veía día por medio... Yo trabajaba en el Tibidabo y él, sí, iba día por medio. Era coronel. Años más tarde me llamaron para hacer El patio dela morocha. Yo dije que tratándose de esa obra lo más lógico era que la hiciera Marianito (Mores), el autor de la música. Yo creía eso, ¿no? Pero viene Cátulo y me dice que en la Subsecretaría (de Prensa y Difusión) querían que fuera yo. Más todavía: si yo no aceptaba, la obra no se hacía. Al fin, acepté. Éramos 146 personas en la compañía. Yo no era peronista. Ni antiperonista, porque yo me sentí y me siento libre, ninguna idea política pudo, todavía, corromper mis sentimientos. Entonces, de los 146, 145 se pusieron el escudito peronista en la solapa del saco. Yo no. ¡Y nunca me dijeron una palabra! Para el día del debut yo tenía una pintusa bárbara. Esmoquin... y había hecho régimen, había adelgazado 14 kilos. Cuando salí al escenario vi que el viejo estaba en el palco con Delia Parodi, con mi gran amiga Delia Parodi. Bueno, al verme en línea, Perón le dijo a Delia: "Oiga, dígale que me dé la receta... Que me la sarpe...", Bien lunfa. Dijo ""sarpe", que quiere decir "pase". ¡Se las sabía todas!
La calle Corrientes
En la calle Corrientes yo trabajé en dos lugares muy distintos: en el Germinal y en el Tibidabo. En el viejo café Germinal debuté con Juan Maglio Pacho. Fue una rentrée que hizo él después de muchos años sin trabajar. Imagine... en la calle Corrientes angosta, los carteles anunciando a Pacho. Él no tocaba, la orquesta se la formé yo con elementos como Héctor Lagna Fietta, el cantor era Antonio Maida y otros muchachos como Roberto Guisado... Se volcó todo Mataderos, la provincia, había gente hasta en la vereda de enfrente, no podían pasar los tranvías...
Preferencias
Yo soy admirador de uno de los hombres más importantes que tuvo el tango, que fue Carlos Di Sarli. También me gustan Fresedo, Salgán, Pugliese... Me gustaba Alfredo Gobbi.
Rivero, Troilo, Di Sarli, Pepe Corriale, presentados por Julio Jorge Nelson |
Evolución
Las orquestas de música popular no deben perder el clima, que es la esencia pura, pero no estoy de acuerdo con el estancamiento técnico. Las instrumentaciones deben ofrecer las características de la época en que vivimos. La evolución, y por lo tanto la renovación, debe ser la dominante de todas las artes, incluso las conocidas dentro del terreno del arte popular. Cuando me hablan de la renovación del tango, yo siempre pregunto qué se entiende por modernización. Si me dicen que eso es la utilización de la escala de los medios tonos del impresionismo, la dodecafonía de Schönberg y aun algunos elementos más avanzados, entonces digo que no, que no estoy de acuerdo. Y por eso me mantengo dentro de la línea tradicional, porque estoy firmemente convencido de que lo mejor que tiene nuestro tango es su aspecto climático y lo perdería con cualquier innovación rítmica.
Pichuco III
Me preguntan si vendrá otro Pichuco. Yo digo que vendrá. Pensar de otro modo sería condenarnos al estatismo. Todo se supera en la vida. Sobre la voz de las viejas esperanzas descansan las lecciones nuevas. ¿Por qué he de eternizarme y por qué ha de ser siempre lo mío? Sería egoísta si me aferrara a la propiedad que me confieren y que agradezco. No quiero hablar de mí. No he sido nunca un fabricador de autoelogios, que me resultan hasta anticordiales. Pero pongo el ejemplo: se dice que yo, como instrumentista, constituyo una nueva forma, un idioma diferente. ¿Y entonces? Lo que ha ocurrido conmigo ocurrirá con otros. Debemos esperar al otro Pichuco.
(Tomado de distintos reportajes que le hicieran Julián Centeya, Horacio de Dios, María Ester Gilio, Eduardo Rafael, Julio Lagos, Ricardo Yrurtia, Horacio Salas y La Maga)
El debut oficial
Ocurrió en el café Ferraro, en Pueyrredón y Córdoba. Yo tenía 13 años y los bolsillos llenos de miedo. Se trataba de una orquesta de señoritas que en ese entonces eran muy comunes en los cafés de barrio y en las confiterías del centro. Eran cuartetos pero se les decía Orquesta de señoritas. E l piano siempre lo tocaba una gorda. el violín estaba en poder de una flaca. En toda orquesta de señoritas había un hombre. También eso era una cosa obligada. No sé por qué debía ser así, pero siempre fue así. Entonces yo pasé a ser el hombre de aquella orquesta. Creo que estuve una semana. De allí me arrancó Eduardo Ferri, cartel de primer orden en aquellos tiempos, cuya orquesta tocaba tango, jazz, folklore y música internacional.
Con Ferri estuve poco tiempo porque formé mi primer conjunto. Un conjunto reducido, con el que conseguí trabajo en un palco también reducido, hundido en la penumbra, el del cine Palace Medrano. En el piano de aquella orquestita estaba un amigo y un gran músico, Héctor Lagna Fietta, que desde hace años está radicado en Brasil y colecciona sucesos como hombre de jazz. En ese cine, entre película y película se producía el entreacto y ése era nuestro momento. Ahí tocábamos. Duré bastante en el Palace Medrano. En esa sala me definí frente a la vida. Ahí empecé a ser esto: Pichuco. Uno. Yo mismo. No sé cómo lo he logrado o lo sé, que es lo mismo. Me hice, y esto es lo importante. Me dí a mí mismo, arrancando desde aquel palco en sombra cuando tenía 13 años, vestía pantalón corto, calzaba medias negras, largas. Era el tiempo en que Julio De Caro imponía su figura fabulosa de músico que había sabido crear la otra cosa y que por ser otra era nueva y como tal todo lo renovaba.
Pacho
Juan Maglio venía de arrastre largo, con una fama que iba desde el Gariboto hasta las pulperías sureñas. De pronto se encontró con un problema en cuanto a la modalidad, estilo y formas que iba adquiriendo el tango. Pacho era el ayer habanerado, con todo el coraje que se necesita para deshojar un repertorio a la parrilla, vale decir, sin someter a la partitura original al proceso de una instrumentación. Por ahí andaba De Caro con reminiscencias de Eduardo Arolas, con otro tango. Maglio -y era el año 1929- entendió que había que entregarse al nuevo ejercicio y decidió formar un sexteto moderno, con gente joven. Reunió a Américo Figola, que era un excelente bandoneón. Pensó en los violines y optó por Doroteo Guisado y Benjamín Holgado Barrio. Había un muchacho flaco que dominaba con extraordinaria destreza el contrabajo y lo fue a buscar. Se llamaba Ángel Corleto. Faltaba otro bandoneón y Pacho se acordó de un pibe gordito, de pantalones cortos, que había visto en el cine Medrano y me mandó a buscar. Me hablaron en un entreacto y acepté. Debutamos en el Germinal. Era sábado.
Vardaro-Pugliese
Elvino Vardaro y Osvaldo Pugliese habían formado un quinteto en 1929. En el 30 lo renovaron. Siguieron elllos dos, Corleto en el contrabajo, Miguel Jurado como bandoneón y entramos Alfredito Gobbi y yo. Los dos nos fuimos en el 32. Yo me fui con Ciriaco Ortiz al cabaret Casanova y Gobbi se abrió para ir con Osvaldo Pugliese al Moulin Rouge. Al mismo tiempo yo grababa para la RCA Victor con Ciriaquito, Kalisay (Vicente Gorrese), Germino, Vardaro, Corleto y Manlio Francia.
Julio De Caro
Julio De Caro formó una orquesta gigante para actuar en el Astor y me ofreció un puesto en la línea de fueyes que compartí con Pedro Laurenz, Armando y Alejandro Blasco y Calixto Sallago. Tenía dos pianos: Francisco De Caro y José María Rizzuti. Dos contrabajos: Vicente y José Sciarreta. Los violines eran Julio De Caro, José Nieso, Vicente Tagliacozzo, Sammy Friedenthal y Simón Reznik y el cantor Antonio Rodríguez Lesende. Con esa orquesta Julio ganó el primer premio en un concurso realizado en el Luna Park. Enseguida me ofrecieron participar en la película "Los tres berretines", y allí aparezco tocando en un trío junto a José María Rizzuti y Vicente Tagliacozzo.
A Orlando Goñi me lo presentó Alfredo Gobbi. Trabajamos en el cine Garay y enseguida pasamos los tres a un sexteto que formó Alfredo Attadía y que completaban el director, José Goñi y Agustín Furchi. Duró poco. Gobbi y Goñi se fueron con Manuel Buzón y yo volví a reunirme con Elvino Vardaro.
Vardaro
Elvino Vardaro formó un sexteto para actuar en radio Belgrano. Estaban él y Hugo Baralis en violines, José Pascual en el piano, Pedro Caracciolo en contrabajo y Jorge Fernández y yo en bandoneones. En esos años tallaban los dúos de fueyes: Maffia y Laurenz, Franco y Clausi. Ellos hacían temblar a las barras milongueras. Con Jorge hicimos un dúo de bandoneones que la ciudad entró a considerar con el mejor de los apoyos. Con ese sexteto viajamos a Montevideo y actuamos en el Tupí Nambá nuevo, que estaba en la 18, cerca de Plaza Independencia. Allí venían a ponerle la oreja al sexteto, el poeta Sabat Ercasty, aquel centro half glorioso que fue Zibecchi, el Ñato Pedreira, Pintín Castellanos, El Loro Collazo, Di Feo, el Flaco Pérez, Venía todas las noches un pibe que se llamaba De los Hoyos...
Ángel D'Agostino
En 1935, y sin dejar a Vardaro me salió un trabajo con Ángel D'Agostino. Fuimos con Huguito Baralis, el cordobés Escames, Jorge Fernández, Ángel Domínguez, Pedro Caracciolo y otros. El cantor era Alberto Echagüe. Eso duró poco y seguí con Vardaro hasta que, en 1936 resolvió disolver el sexteto. Me arreglé para acompañar al trío Irusta-Fugazot-Demare y allí me encontré otra vez con el violín brujo de Alfredo Gobbi. Héctor Varela hacía el dúo de bandoneón conmigo. Anduve un año dividiéndome y multiplicándome. Actué con Eduardo Ferri, con Juan D'Arienzo, pasé a la Victor con Federico Scorticati , hasta que me llamó Ciriaco Ortiz para integrara el conjunto Los Provincianos, que actuaba en radio Excelsior y en el cabaret Casanova.
Juan Carlos Cobián
Cuando llegaron los Carnavales de 1937, Juan Carlos Cobián me llamó para sumarme a una orquesta que estaba formando para actuar en el teatro Politeama. Fui con Ciriaco Ortiz y estaban Eduardo Marino, Jorge Fernández, Cachito Presas, Tito Rodríguez, Nicolás Pepe, Hugo Baralis, Eugenio Nóbile, Claudio Cassano, Cayetano Puglisi. Cobián presentaba instrumentistas de precusión y cinco contrabajos. Y cantaban Antonio Rodríguez Lesende y Susy del Carril. Terminados los bailes de Carnaval con Cobián, éste me lleva con él a una orquesta que formó para trabajar en radio El Mundo y en el Charleston, un cabaret de la Boca. Cuando terminó el ciclo de la radio, disolvió la orquesta y los músicos nos quedamos sin trabajo. Fue en ese momento cuando advertí que era mi hora, que yo también podía tirarme a la aventura de formar mi propia orquesta.
se van armando mis pasos,
el torso erguido y el brazo
envolviendo su figura.
La cadencia del tango, el fervor de la milonga y la dulzura volátil del valsecito, se instalan todos los martes en las noches madrileñas de Bien Milonga. Como siempre en la coqueta pista de la Casa de Aragón. Tres horas milongueras para disfrutar a tope.
Como es costumbre y a modo de precalentamiento, viajamos con el tango a diferentes lugares del mundo para ver a las parejas actuales en sus exhibiciones.
Arrancamos en Portugal. concretamente en el Lisboa Tango Festival. Donde podemos apreciar a Agostina Tarchini y Sebastián Jiménez, bailando el tango Después, por la orquesta Sans Souci, cantando Walter Chino Laborde.
Saltamos al Donau Tango, en la ciudad de Ulm (Alemania), para ver a Georgina y Oscar Mandagaran, girando al compás del valsecito Con tu Mirar. Interpreta Enrique Rodríguez, su orquesta y el cantor Armando Moreno.
Y cerramos el viaje milonguero en Yo soy la milonga del río, en Kiev (Ucrania), donde Roxana Suárez y Sebastián Achával se mandan a la pista con la milonga Oro de ley, por la orquesta de Juan D'Arienzo cantando Alberto Echagüe.
Es el introito que nos ilusiona con vistas a BIEN MILONGA, en esta calurosa nochecita de Martes.
Sus cuatro abuelos eran rusos, sus padres argentinos y se llamaban Gregorio y Clara. Gregorio —nacido en 1910 y muerto en 1961 en un accidente de ruta— se dedicó primero a la mecánica dental y luego a la odontología en Humahuaca, donde la ejercía pese a carecer de título. Ya regresado a Buenos Aires y casado con Clara, instaló en 1938 su primera farmacia, en el barrio de Versalles. Fue durante la época en que tuvieron su segunda farmacia, en La Boca, cuando nació el futuro cantor.
Por años, los Piker anduvieron mudándose de barrio en barrio y acrecentando su fortuna, hasta que de una farmacia en Arenales y Libertad pasaron a otra en avenida La Plata y Pavón. En esa modesta barriada, mientras declinaba la economía familiar, Guillermo tuvo reales amigos y su primera novia. Pero tampoco aquello duró mucho. De allí se fueron a Núñez, siempre cambiando de botica, esa vez a Cabildo y Paroissien, y más tarde a Mar del Plata, donde en cambio compraron el hotel Los Troncos. Fue junto al mar donde Guillermo comenzó su historia de cantor.
Mientras ayudaba a pintar las habitaciones del hotel, cantaba tangos. El pintor le ofreció entonces presentarlo al pianista Luis Savastano, que tenía una orquesta típica. Con él debutó en el hotel Riviera entonando el bolero “Escándalo” en tiempo de tango, una noche en que la gran figura del espectáculo era Edmundo Rivero con sus guitarras. Aquella etapa duró hasta que los Piker retornaron a la farmacia de Núñez, y poco después Gregorio halló la muerte al viajar a Mar del Plata a cobrar unos documentos de la venta del hotel. Guillermo tenía entonces 15 años.
En el bar Cristal, de Cabildo y Republiquetas, conoció a Roberto Goyeneche, pero al Polaco su manera de cantar no lo convenció, aunque terminaron siendo amigos de barrio, además de algunas nebulizaciones que fue a hacerle a domicilio. Ni siquiera el reconocimiento doméstico había logrado Guillermo, ya que como cantor de la familia tallaba su hermano Coco (Jorge Eduardo), siete años mayor.
Llegó entonces al pianista José Colángelo, con quien pasaba repertorio para encontrar los tangos que mejor se avinieran a su tesitura. Esto desembocó en el debut de Guillermo con la orquesta de Colángelo en la sala grande del Centro Cultural San Martín, en 1975, cantando “Rebeldía”, “Pequeña”, “La última curda”, “Naranjo en flor”. Continuó luego en Malena al Sur, un local de San Telmo, ya como cantor permanente, mientras administraba tres farmacias.
Galvé con Sergio Paolo, Oscar D'Elía, Ernesto Baffa y Cacho Espíndola- |
En 1977, comenzó en el El Viejo Almacén con la orquesta de Carlos Figari, con quien permaneció dos años. Julio Ahumada era el primer bandoneón. En aquel período el diario Clarín lo distinguió como la revelación del momento. Empezó en televisión, en Buenas Noches Tango, por Canal 11, y en Grandes Valores, por el 9. Cantó, también en El Viejo Almacén, con el septeto de Horacio Salgán (con Ubaldo De Lío, Leo Lipesker, Julio Pane, Ariel Pedernera). Por esa época realizó también un par de giras por el interior con el trío que formaban Leopoldo Federico, Orlando Trípodi y Horacio Cabarcos (luego Rafael Del Bagno).
Después de esa etapa, Guillermo actuó generalmente como solista, acompañado por Osvaldo Berlingieri, Néstor Marconi, Domingo Moles, Ernesto Baffa, Osvaldo Tarantino. Con éste hizo en 1979 su primer disco, que incluía varios temas de Tarantino y Juanca Tavera (“Vamos todavía”, “Mordiendo el puño”, “Qué me querés vender”, “La última esquina”), dentro de un repertorio volcado a los tangos nuevos, como “Cordón” o “El corazón al sur”.
Para la época del segundo disco, grabado en 1984, con Colángelo, Guillermo se había vuelto marcadamente troileano, haciendo de “La última curda”, su caballito de batalla, e incluyendo también “Desencuentro” y “A Homero”, entre otros. Aunque gustaba de varios cantores, como Jorge Casal, Alberto Marino, Jorge Durán, Rodolfo Lesica, Jorge Valdez, su modelo era Goyeneche. Su ídolo había sido Néstor Fabián, referente de tango en la era del Club del Clan.
En 1981, había actuado con Salgán en Bolivia. En 1982, estuvo dos meses en el Trottoires de Buenos Aires, un reducto parisino ya desaparecido. En 1983, cantó dos meses en el Club Argentino de Los Ángeles. Actuó con Ernesto Baffa, con el Sexteto Mayor, hizo televisión, giras a Miami, a alguna playa mexicana, cantando para público predominantemente argentino. Y de tanto en tanto reaparece en Buenos Aires.
En los comienzos marplatenses había elegido llamarse artísticamente Guillermo Gales. Esto implicaba desechar su primer nombre, Marcos, y su verdadero apellido, aunque en compensación llevó colgada del cuello por años una estrella de David. Pero pronto tuvo que cambiar hasta de seudónimo, porque ya había una cantante de tangos llamada Paula Gales.
Finalmente dio con Galvé al leer una crónica deportiva: era el apellido de un árbitro de fútbol. Mucho después supo que una tía de éste ya había dado origen al seudónimo de la actriz Elisa Cristian Galvé. Fuese Gales o Galvé, a su vida comercial le hacía bien que el artista se llamara de otra forma: nadie confía en un cheque firmado por un cantor de tangos.
JULIO NUDLER
Extraido del libro Tango Judío, del Ghetto a la Milonga, Editorial Sudamericana, 1998.
Podemos escuchando interpretando "La última curda", acompañado por excelentes músicos.
En varias charlas (hechas también de silencios) que tuvimos con Mario Trejo en su casa de Almagro, fue contando partes de su larga, mítica historia.
-Mi primera infancia transcurrió en pleno centro de Buenos Aires, entre los ensayos de la orquesta de Julio De Caro y las actuaciones de Mistinguette y Maurice Chevalier. En casa: un piano, discos de toda clase de música y numerosos libros de autores argentinos, entre ellos Poemas para ser leídos en un tranvía, de Oliverio Girondo, Los Lanzallamas, de Roberto Arlt, y Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes. Me crié en la cultura pero también en la calle, con potrero y barrio. La primaria fue en un colegio inglés y el secundario en el Nacional Buenos Aires, donde recibí una educación extraordinaria.”
Mario César Trejo |
Trejo, apenas egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires, empezó a ser lo que se dice un hombre de la noche y el bajo porteños. Unos años más tarde, sitios como el 676 –bar de tragos y música en la calle Tucumán, donde casi a diario tocaba su amigo Astor Piazzolla– y el Jamaica, lo tuvieron de habitué.
“Fue en el 676 donde sonó por primera vez en Buenos Aires la bossa nova, en aquel disco grabado por Elizeth Cardoso y Joao Gilberto”, cuenta Trejo. Corría el año 1959 y el trago de onda era el Cuba Libre.
En el Jamaica, donde Jim Hall y Ella Fitzgerald se habían presentado para los groupies (after los grandes escenarios de la avenida Corrientes), conoció en rueda de amigos a Vinicius de Moraes. Mucho le habían hablado de él.
-¿Quiénes le hablaban sobre Vinicius?
-Edgard Bayley y Juan Carlos Lamadrid (dos poetas también), siempre mencionaban a Vinicius. Lo conocieron cuando había publicado en Sur. Con él nos entendimos de inmediato y, por supuesto, no hablábamos de poesía aunque fui su primer traductor al español.
En su vida construyó un puente de circulación e intercambio incesante entre Buenos Aires y Roma, entre Buenos Aires y Madrid, entre Buenos Aires y Barcelona, entre Buenos Aires y Brasil; entre Buenos Aires y París durante cinco décadas.
–Así fue mi vida. Desde 1960 fui un nómade entre París, La Habana, Santiago de Chile, Barcelona, Roma, Budapest.
Son prueba de ello su labor de guionista y actor con el director Bernardo Bertolucci, el proyecto quimérico de hablar y escribir en una lengua franca hecha con una adición de palabras de muchos idiomas, de letrista para el trompetista Enrico Rava y la cantante Jeanne Lee, la edición definitiva de su obra poética bajo el título Los usos de la palabra (Lumen, Barcelona 1979), su amistad con el poeta beat Allen Ginsberg, sus traducciones y corresponsalías free lance en Europa y Medio Oriente, sus viajes a Cuba donde escribió el guión para el primer largometraje producido en la isla que, además, fue premiado en el Festival de San Sebastián.
Amelita Baltar, hace muy poco en un local frente al parque Lezama, contó al público la historia de uno de los tangos que escribió para Piazzolla: “Los pájaros perdidos”. Parece que todo surgió a partir de un encuentro casual en Roma.
–Con Piazzolla éramos muy amigos ya desde finales de los ’50. En el ’71, estando yo en Roma, llegó Astor y me buscó para que le escribiera un tango. Pasamos una tarde en mi departamento, tocando él y escribiendo yo. De ahí salió “Los pájaros perdidos”, que grabó José Angel Trelles. Pero la historia del tema viene de antes. En un diálogo con un amigo, caminando por la playa de Villa Gesell donde había ido a entrenarme para la actuación en Libertad y otras intoxicaciones. Mirando los pájaros le pregunté a dónde iban a morir. El me dijo que no morían, que los pájaros se fundían con el cielo.
(Al margen de este diálogo de Liana Wenner -publicado en RADAR-, con ese mítico poeta, dramaturgo, director de teatro, guionista de cine y periodista...que fue Mario Trejo, hoy quiero centrarme en este tema maravilloso que compuso con Piazzolla. Más allá de la debilidad que siento por los pájaros y las aves, la creación en la que evoca al amor perdido mezclándolo con el viaje permanente de los pájaros, nos hace volar mentalmente con ellos.)
Junto a La cumparsita, es uno de los tangos más difundidos a través de la historia, e interpretado y grabado por orquestas, cantores, cancionistas, en películas, obras teatrales. Incluso orquestas de diferentes países lo han tenido en su repertorio y lo han trasladado a otros ritmos. Ha tenido varias letras a través de los años y todos estos registros siguen alimentando su historia.
Ángel Villoldo, su autor, es uno de los pilares del tango-canción. Personaje pintoresco donde los haya, fue definido como "El Papá del tango criollo", en mérito a su maravilloso legado. Autor de los versos de La morocha, compuso tangos como El porteñito, en 1903. También otros temas como El esquinazo, Cuidado con los cincuenta, Bolada de aficionado, Yunta brava, Petit salón, El torito y otros.
La grandeza de Villoldo, su biografía, ya la he publicado en estas páginas. Incluso la historia de este tango que hoy me ocupa y que nació en 1905, hace 117 años... El mismo, que ya había escrito los versos de La morocha (tango de Enrique Saborido), también le añadió una letrilla a su nuevo tango, que en un párrafo decía: "Hay choclos que tienen las guedejas de oro / que son las que adoro con tierna pasión."...
Once años después del fallecimiento de este prócer del tango, su hermana Irene, le propuso al cantor-poeta-compositor Juan Carlos Marambio Catán, que le pusiera nuevos versos a El choclo, con el fin de darle una renovada vida poética-musical. Y esa letra que le adosó Marambio en 1930, tuvieron bastante repercusión. Arrancaba con "Vieja milonga, que en mis horas de tristeza / traes a mi mente tu recuerdo cariñoso..." Lo grabó, sintetizado, Ängel Vargas con la orquesta de Ängel D'Agostino.
En 1947, Libertad Lamarque que ya triunfaba en México, iba a protagonizar la película Gran Casino, dirigida por Luis Buñuel y compartiendo cartel con Jorge Negrete. Entonces Libertad le pidió a Enrique Santos Discépolo si le podía poner nuevos versos al famoso tango de Villoldo, para cantarlo en el filme. Éste en principio se negó, porque el tango ya tenía letra, pero ella insistió y la solución de Discépolo fue combinar con Marambio Catán, demostrando su respeto, y entre los dos ponerse a escribir esos nuevos versos.
A mi entender se nota absolutamente la pluma discepoleana en el tema y aunque comprendo su solidaridad con Marambio, hoy me detengo en esa nueva letra que va detallando, pormenorizando el desarrollo del tango en la sociedad porteña de una manera magistral, al estilo Discépolo.
Carancanfunfa se hizo al mar con tu bandera
Y en un pernó mezcló a París con Puente Alsina,
Fuiste compadre del gavión y de la mina
Y hasta comadre del bacán y la pebeta.
Por vos, shusheta, cana, reo y mishiadura
Se hicieron voces al nacer con tu destino,
¡Misa de faldas, querosén, tajo y cuchillo
Que ardió en los conventillos y ardió en mi corazón!.
Discépolo: No me atrevía a tocarlo… Por demasiado bueno. Era algo sagrado. Era como ponerle letra al himno nacional del tango. Pero en fin, como no sé decirle que no a una súplica de mujer, accedí a lo que me pedía Libertad, asegurándome que sólo era para un pasaje de la película. Y ahora, ya ve usted, me he tenido que resignar a que lo cante todo el mundo.
(Carancancufa: En el lenguaje de los compadritos se designaba así, a quien bailaba diestramente el tango, con cortes y quebradas.)
Podemos escuchar la versión de Edmundo Rivero, acompañado por la orquesta de Roberto Pansera en 1966.
Y la versión de Libertad Lamarque en el filme citado más arriba.