domingo, 21 de febrero de 2021

Juan D'Arienzo

"El tango tiene tres cosas: compás, efecto y matices".

    Nací en Cevallos y Victoria, porque para mí la calle Hipólito Yrigoyen sigue siendo Victoria. Empecé tocando el violín y después el piano, pero primero me enganché con el jazz. Llegue a hacer grandes temporadas en el viejo cine “Select Lavalle”, allá por los años 23 o 24. Estaba Cosentino con el saxo. Después seguí tocando jazz con Verona, en el “Real Cine” y con nosotros estaba Lucio Demare en el piano. Tenía 20 años ese muchacho.

   Luego vino la época en que se terminaron las películas mudas pero entonces yo tenía una linda trayectoria. Todavía tuve tiempo para tocar en la rondalla Cauvilla-Prim. Ahí me acompañó Eugenio Nobile, gran violinista. También tocaba tangos desde siempre. De los 18 años. Por el año 1926 actuaba en el Paramount conLuisito Visca y Ángel D'Agostino. Y allí empecé a elaborar el estilo que después me distinguió, el de hacer sobresalir el piano y la cuarta cuerda del fondo que tocaba Alfredo Mazzeo.

                                      


    El calificativo de “Rey del compás” me lo pusieron en el cabaret Florida, el antiguo Dancing Florida. Ahí tocaba Osvaldo Fresedo, mientras yo actuaba en el Chantecler, que era de los mismos dueños. Allá por el 28 o el 30 conocí al famoso Príncipe Cubano, que era el que presentaba los números. Estaba Julio Jorge Nelson, también. Eso pasó cuando reemplacé a Fresedo en el Florida. El pianista era Howard. Fue en esos días cuando el Príncipe Cubano salió con lo del “Rey del Compás”, por el estilo que tenía yo.

   La mía siempre fue una orquesta recia, con un ritmo muy acompasado, muy nervioso, vibrante. Y fue así porque el tango, para mí, tiene y tres cosas: compás, efecto y matices. Una orquesta debe tener, sobre todas, vida. Por eso la mía perduró durante más de cincuenta años. Y cuando el Príncipe me puso ese título yo pensé que estaba bien, que tenía razón.

   Gardel trabajó conmigo en el Paramount, pero no cantó con mi orquesta. El hacía el dúo con Razzano en los entreactos. Era la época en que yo hacía jazz, con Verona. Después volvimos a actuar juntos en el “Real Cine”, siempre en los entreactos. Pero si bien no cantó bajo mi batuta, Gardel era medio fana mío y siempre venía a verme a los cabarets donde yo actuaba. ¡Ya tengo 42 años de cabaret! Anoten si quieren: Abdullah, Palais de Glace, Florida, Bambú, Marabú, Empire, Chantecler, Armenonville. Todo eso en 42 años. ¡Si conoceré gente de la noche!

   La nuestra es una orquesta unida: los muchachos están afiatados. Ensayamos tres o cuatro veces y ya cada uno sabe lo que debe hacer. Yo les hago algunas correcciones y asunto arreglado. A veces sólo falta que yo les imprima mi sello, algo que cuido mucho porque subir es difícil pero más lo es mantenerse. Y yo llevo sesenta años en esto.

                                      



    La vida de hoy es otra cosa. Todo ha cambiado. No hay comparación. La vida nocturna, para mí, ha desaparecido. Nosotros empezábamos a vivir recién a las cuatro de la mañana. Y ahora a la una, después de la salida de los cines, ya no hay un alma en las calles. Es un plomo, esa es la verdad.Cuando Corrientes era angosta salíamos a caminar a las cinco de la mañana y todo el mundo estaba en la calle. Teatros, cafés, restaurantes, cabarets, todo estaba abierto y lleno de gente. Uno caminaba y era recibir saludos a cada paso. Yo extraño todo aquello. 

    A pesar de todo lo que viví, soy un tipo muy natural, como todo el mundo. Me gusta tomar un cafecito y mirar cómo se viene la madrugada. Nada más. A lo sumo juego una partida de truco para pasar el rato. Y eso porque en Buenos Aires no hay ruleta. Si la hubiera estaría ahí todo el día. Ahora, cuando subo a un palco soy otra cosa. Ahí me transformo. Es mi métier, y necesito sentir lo que dirijo, y además transmitirle a cada músico lo que estoy sintiendo. En los cabarets uno tocaba toda la noche, la gente bailaba, se divertía, se quedaba hasta que salía el sol y los músicos se acalambraban de tanto meta y ponga. No había hora para irse. Hoy eso no existe y eso me hace mal al cuore. Ahora hay bailes, pero no es lo mismo. A lo sumo tienen un pequeño show.

   A mí la juventud me quiere. Mis tangos gustan porque son movidos, rítmicos, nerviosos. La juventud busca eso: la alegría, el movimiento. Si usted les toca un tango melódico y fuera de compás es seguro que no les va a gustar. Eso es lo que pasa. Ahora hay buenos músicos y grandes orquestas que creen que lo que están haciendo es tango. Pero no es así. Si les falta compás no hay tango. Creen que pueden imponer un nuevo estilo y ojalá tengan suerte, peto yo sigo pensando que si no hay compás no hay tango. Como profesionales los respeto a todos. Pero lo que hacen no es tango. Y si estoy equivocado quiere decir que hice más de cincuenta años que estoy equivocado.

   Yo creo que no, que la mía es la verdad. Por eso, a pesar de que nunca salí más allá del Uruguay, mi música se conoce en Europa, en Japón. Tuve mil ofrecimientos para actuar en el exterior pero para ir había que subir a un avión y yo a un avión no subo. Es un trauma que tengo y para mí, justificado. En el año 32 Carlitos Gardel y Leguisamo venían todas las noches al Chantecler. Se instalaban en un palco de arriba y esperaban a que yo terminara. Entonces subía a tomar una copa de champagne con ellos. Y nos quedábamos horas charlando.

   Una noche Carlitos me dijo: "Mirá Juancito, creo que me voy a morir en un avión". Le contesté: "Dejate de pavadas, no digas tonterías". Pero no eran zonceras. Él lo presentía. Por eso nunca quise subir a un avión. Por ejemplo, hubiera ido a Japón si no me hubiera quedado ese trauma porque a mí me invitó el propio emperador Hirohito, no como a los demás que los llevan lo, empresarios.

   Hirohito me mandó un cheque en blanco para que yo pusiera la cantidad que quisiera con tal de ir a Tokio. Le respondí que no era cuestión de dinero sino de avión. Me mandó decir que fuera en barco, pero eran como cuarenta días. ¿Qué hago yo cuarenta días mirando el cielo y el agua? El emperador insistió: “Le mandó un submarino y llega en veinticinco”. Pero yo ni loco porque por ahí estos japoneses se meten en una guerra y me agarra bajo el agua. Por eso no fui. Y creo que me hubiera gustado. Esto que cuento pasó allá por 1957 o 1958.

   Por eso nunca quise salir del país. No cuento al Uruguay porque aunque yo nací aquí soy medio uruguayo también. Estuve muchos años allá y quiero muchísimo a los orientales. Durante 38 años seguidos actué en Carrasco y en todo el Uruguay.

                                  

   Tengo millones de amigos. Uno de ellos es el general Perón (Presidente, en aquel entonces, de la Argentina). Nos conocemos del tiempo en que íbamos al Luna Park a ver las peleas de Prada con Gatica. Después nos reuníamos con el finadito Ismael Pace y con Lectoure (dueños del estadio de box Luna Park), comíamos un asadito, tomábamos unos whiskies y nos jugábamos un buen truco. Yo hacía pareja con Borlenghi (ministro del interior de Perón). Hace más de veinte años que soy amigo del general.

   Y soy un gran optimista. Un tipo alegre, embromón. Me encanta hacer chistes y lo único que pretendo es poder seguir con mi orquesta aunque se que ya no soy un pibe, que tengo que cuidarme y no puedo gastar tantas energías como antes. Sin embargo, cuando subo al escenario, siempre hago un show. Y no lo hago por gracioso. Lo hago porque al tango yo lo siento así. Es mi forma de ser.

“Modestia aparte, yo lo hice resurgir.

   El tango antiguo, el de la “guardia vieja”, tenía ritmo, nervio, fuerza y carácter. La obligación nuestra es procurar que no pierda nada de eso. Por haberlo olvidado el tango argentino entró en crisis desde hace algunos años. Modestia aparte, yo hice todo lo posible por hacerlo resurgir. En mi opinión, una buena parte de culpa de la decadencia del tango correspondió a los cantores. Hubo un momento en que una orquesta típica no era más que un simple pretexto para que se luciera un cantor. Los músicos, incluyendo el director, no eran más que acompañantes de un divo más o menos popular. Para mí eso no debe ser.

   El tango también es música, como ya se ha dicho. Yo agregaría que es esencialmente música. En consecuencia, no puede relegarse a la orquesta que lo interpreta a un lugar secundario para colocar en primer plano al cantor. Al contrario, el tango es para las orquestas y no para los cantores. La voz humana no es, no debe ser otra cosa, que un instrumento más dentro de la orquesta. Sacrificarlo todo al cantor, al divo, es un error. Yo reaccioné contra ese error que generó la crisis del tango y puse a la orquesta en primer plano y al cantor en su lugar. 

   Además, traté de restituir al tango su acento varonil que había ido perdiendo a través de los sucesivos avatares. Le imprimí así en mis interpretaciones el ritmo, el nervio, la fuerza y el carácter que le dieron carta de ciudadanía en el mundo musical y que había ido perdiendo por las razones apuntadas. Por suerte, esa crisis fue transitoria y hoy ha resurgido el tango con la vitalidad de sus mejores tiempos. Mi mayor orgullo es haber contribuido a ese renacimiento de nuestra música popular.

 (Originalmente publicado en la revista La Maga, 13 de enero de 1993. Los pensamientos, que D'Arienzo refleja en esta nota, provienen de entrevistas concedidas en enero de 1974, dos años antes de su muerte, a la revista “Siete Días”, y en 1969 a la revista “Aquí Está”) 

   Podemos revivirlo, para aquellos que no lo vieron en acción dirigiendo a su orquesta. En este caso se trata de un extracto de la película "El cantor del pueblo", de 1948. Intepretan el tango Don Alfonso, de Eladio Blanco y Héctor Varela)

                       



 

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