sábado, 27 de febrero de 2021

El tango: Un culto a la emoción

   Nació en el seno de la muchachada porteña de su época y enroló a bailarines, a músicos diletantes, a muchachos y muchachas de barrio. Y se fue haciendo cultura porque ingresó en salones de alcurnia, en cabarets de moda, en programas de radio donde siempre había orquestas y cantantes en vivo.  Así se fue extendiendo rápidamente y llegó a otros países de América y saltó a Europa. Gardel, surgido de la pobreza y la inmigración lo llevó a los grandes escenarios del mundo y al cine.

   Pero siguió siendo popular porque siempre estuvo ligado al pueblo. Y porque escuchar en vivo a esas grandes orquestas del momento, acompañado de alguna bebida, en cafés como El Nacional, el Marzotto y tantos otros del centro, se podía realizar por muy poco dinero. Estaba al alcance de cualquier ciudadano. Lo mismo sucedía en algunos barrios. Como el Café Benigno en Parque Patricios, donde actuaron tantas figuras del tango.

                          

   Los clubes fueron también muy importantes, alojando a sus vecinos o hinchas, cuando se trataba de equipos de fútbol, dado que este deporte y el tango estaban unidos en la pasión popular. Y por sus escenarios desfilaban las orquestas más importantes de tango y jazz que constituían la dupla perfecta para el baile. Los precios eran ajustados, invitaban a disfrutar de esas veladas multitudinarias. Y así los jóvenes esperaban el sábado con una emoción especial, pensando en la milonga que los acogería.

   Por eso la juventud de los años 40 y 50 vivió a pleno este vendaval de presentaciones de conjuntos que arrastraban a tantísimos milongueros de ambos sexos. Los sábados, la orquestas actuaban por la tarde, en radio El Mundo, Belgrano o Splendid, y a continuación partían hacia esos lugares donde eran esperados y aclamados. Incluso era habitual que hicieran doblete y salieran de un club hacia el otro, ida y vuelta para volver a presentarse luego del turno de la orquesta de jazz.

                                 

  

    Todos aquellos que pudimos participar en aquellas fiestas populares podemos dar fe de lo que fueron para tantísimos jóvenes como atractivo de marca mayor. La preparación para salir bien vestidos, con la ropa a punto, los zapatos, el traje y las muchachas con su ropa seleccionada con esmero, el pelo, la moda. Y basta mirar los precios de las entradas para comprobar que realmente se trataba a de la gran fiesta popular. Vale también la pena recordar ese lugar tan habitual y necesario en las milonga: El toilette. Ahí donde íbamos a recomponer la figura, el cabello, a secarnos la transpiración, a darnos un toque de colonia para volver en forma a la pista.

    Los invitados pagaban dos pesos. Los socios la mitad, y las damas unas moneditas. Así daba gusto y todo el mundo contento. Porque era la gran atracción, el imán, lo que nos serviría de comentarios y charlas durante la semana siguiente. Además de los romances que se fraguaban en aquellas milongas entrañables que fueron santo y seña de la porteñidad, al compás de los ritmos cambiantes. Los humildes que trabajaban en fábricas, talleres, mercados y todo tipo de ocupaciones que generaban ingresos muy ajustados, tenían su revancha en aquellas fiestas populares. Incluso hasta podían ser figuras esa noche, por su pedigrí de bailarín. Como muchas de ellas. María Nieves puede dar fe de esta evocación del paisaje milonguero.

                                  


   Decía Julián Centeya que no se ven ciertas cosas si no se llevan dentro. Y es tan real que muchísimos jóvenes de ambos sexos, de aquella época maravillosa, no disfrutaron del tango, de esas orquestas irrepetibles, únicas, distintas, de esos cantores de lujo, de aquellas fiestas jubilosas, entrañables, distintas, inolvidables. Y no pudieron hacerlo porque no "sentían" el tango, no los motivaba. 

   Es cierto que cada uno tiene sus gustos y los vive a su manera. Nosotros somos los agradecidos por haber podido bailar en vivo con las orquestas de D'Arienzo, de Pugliese, de Troilo, Di Sarli, Gobbi y tantas otras. Porque en las confiterías céntricas (Montecarlo, Sans Souci, Dominó, Nóbel...), cubrimos otra etapa de nuestras vidas que también nos dejaron infinidad de recuerdos. Siempre tierra fértil para el alma tanguera y milonguera.

                                  

  Cuando comencé a recorrer el mundo, toda Sudamérica, México, ciudades de Estados Unidos, numerosos países de Europa, siempre en misión periodística, en los muchísimos ratos libres, descubrí-comprobé, que aquellas noches de Buenos Aires fueron únicas en el mundo. En ningún lugar vi el bullicio de las madrugadas vivido en los restaurantes del centro: Pippo, Bachín, Pepito, Las cuartetas,  cuando salíamos de bailar y cenábamos a las tres, cuatro de la mañana... Aunque tuviéramos que madrugar para ir al trabajo. Es que aquellas noches eran un imán pegado al corazón. Y se justificaba el sacrificio por el placer que nos dejaba en el cuerpo y el alma. Además, éramos jóvenes....

                                 

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