jueves, 6 de junio de 2013

Aquellos valsecitos

Estábamos rememorando con amigos tangueros las viejas épocas porteñas, con guitarreros y fueyes anónimos, salpicando toda la geografía de la ciudad. Las serenatas que recuerdan algunos de aquellos valsecitos de antaño, eran moneda corriente. Se armaban espontáneamente, porque algún muchacho enamorado, que formaba en las inolvidables barras de la esquina, decidía repentinamente ir a cantarle a su novia y los animadores desenfundaban la guitarra o el fueye, había golas de troveros dispuestas a desagotar su repertorio, y las madrugadas de primavera o verano, veían iluminarse alguna ventana o abrirse una puerta amiga con la consabida invitación a tomar un generoso trago, después del canto.

Época romántica en que estos músicos empíricos recorrían los boliches noctámbulos de los barrios para agenciarse unas propinas luego de esparcir el perfume de aquellos valsecitos de los Sureda o los clásicos de Rial y Barbieri. Quizás no supieran música, quizás intentaron pegar el salto a la fama de la radio y apenas se quedaron en eso, músicos de boliche, con alguna actuación en los festivales de esos clubes de barrio tan añorados.

Me sentía orgulloso cuando, siendo un adolescente, les pedía algún tema y lo despachaban en el acto. El cuore se me estrujaba y me iba a dormir con una dulce sensación de placer. Olga, Desde el alma, La loca de amor, Orillas del Plata, Ensueños, El trovero, Amor y celo, Pabellón de las rosas, El aeroplano, Rosas de abril, y todas esas históricas piezas que se bailaban en cumpleaños y bodas,  servían de lenitivo a la dureza de la vida, y llevaban consigo evocaciones nostálgicas imperecederas.

                                                           
Un ejemplo que lo simboliza perfectamente es el valsecito de Hilarión Acuña que entonaba desde los micrófonos Alberto Margal, ese magaldiano muchacho rosarino al que apodaban "el cantor de las madres y las novias", que también comenzó su carrera entonando canciones en los cafetines de Avellaneda. Se titula La ofrenda del trovero, y dice en su inicio:

Cuando en las madrugadas, las brisas mañaneras
Te traen las armonías de una vieja canción,
Igual que las glicinas de las enredaderas
Yo estoy en tu ventana temblando de emoción.
Es que tengo en mis manos un ramo perfumado
De flores que he juntado tan sólo para ti,
Para que todas ellas te cuenten afanosas
Las horas venturosas que a tu lado viví.

  Es un tanto naif en su contenido pero seguramente respondía al tono de época, al ambiente que se respiraba. Los conventillos, las casas de vecindad obligaban a que las familias de distintas procedencias y lenguas, debieran compartir sus vidas en aquellos patios, con la radio como parte esencial de esas vidas, aportando melodías e incrustándolas en el corazón de todos ellos.
                               

El organito callejero, tenía como llamador un valsecito porteño. Era la señal para que las chicas más jóvenes acudieran a leer el destino de sus sueños en el papelito que extraía el lorito de la caja del organito. No muy distinto de los horóscopos que nos venden felicidades inmediatas en los distintos medios de comunicación de estos tiempos tan complicados.

Los valsecitos siguen transmitiéndome su mensaje alegre, festivo, contagiante, cuando los escucho por orquestas o cantantes, o suenan en alguna milonga invitándonos a gozar unos minutos felices. Tienen esa carga de nostalgia y frescura a la vez, que nos levantan el espíritu.

Hoy los invito a comprobarlo con dos de estos temas que nos hace más lindo el día: ¿Quien será?, de Luis Visca y Luis Rubistein, por la orquesta de Roberto Firpo , cantando Alberto Diale, grabado en 1940. Y Ensueño, de Antonio Sureda, por el Quinteto Pirincho, que conducía el bandoneonista Oscar Bassil, "el turquito".            

Quién será - Roberto Firpo

3- Ensueño - Quinteto Pirincho







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