viernes, 7 de junio de 2013

El Polaco

Cuando me invaden esas necesidades melancólicas de envolverme en tangos en carne viva, Roberto Goyeneche me aporta su voz gangosa de metal, que diría Cátulo en Una canción, y sus maravillosas interpretaciones de la poesía que está cantando.

                                                         
A la vez, cierro los ojos y lo estoy viendo en Caño 14 y en tantos escenarios con ese gesto tan suyo, como si quisiera explicar a los espectadores el sentido de la canción y su envergadura. Con la diestra tomando el micrófono y con la zurda acentuando y transmitiendo su implicación en el doble discurso musical-poético, a la vez que golpea con su botín el piso, en redoble de compás.

 Me parecen de una injusticia y desconocimiento total  esos comentarios que han vertido algunos que lo vieron en sus últimos momentos, cuando ya no respondían su gola y sus energías a la exigencia de  los escenarios. Pero está toda su obra ahí, en infinidad de grabaciones que muestran a un artista excepcional y único.

Época de oro. Cantando con Troilo en el Marabú.

Por algo pasó por dos orquestas como las de Salgán y Troilo que encerraron a las grandes voces tangueras de la época de oro. Con ellas no sólo aprendió los secretos del tango y sus misterios, sino que a la vez galvanizó a los músicos detrás de su discurso canoro. En mi libro ABC del tango (Editorial Corregidor), relato una anécdota que nos contó el cantor cubano Pablo Milanés en Madrid. Decía que el Polaco era el cantor que más le había impresionado en su vida. Y lo más importante es que lo conoció justamente en el final de su carrera, cuando había perdido casi todo el brillo de otrora. Su voz ya no le respondía y la anécdota ocurrió tres meses antes de la muerte del Polaco.

Con Roberto Grela y Aníbal Troilo en un boliche

-Fuimos con mi esposa- contaba-, Fito Páez y la actriz Susú Pecoraro a escucharlo. Goyeneche andaba con varias dolencias, estaba realmente mal de salud y no iba a salir al escenario. Al final se animó y subió. Cantó algunos tangos y lo hizo de tal forma, que aquello fue la emoción más grande de nuestra vida. Los cuatro acabamos llorando sobre la mesa a lágrima tendida....

Raúl Garello, a su vez relataba un hecho conmovedor:
-Cuando grabamos El Gordo triste, entre tantos discos que compartimos, lo hicimos poco tiempo después de la muerte de Pichuco. Habitualmente se grababa en playback y él ponía la voz. Cuando cantó, fue una de las veces que lo vi más emocionado. Lo normal es que se vuelva al control a escuchar la toma, pero ahí no hubo dudas, era ésa. Después de cantar, salió del estudio, agarró su abrigo y escapó. "Esto es una barbaridad, queda así", dijo. Se fue sollozando  y esa grabación le llegó tanto, que ni siquiera la escuchó. Y quedó así.

                                       


En este día madrileño nublado y pesado, una buena ración del Polaco me instala en una época más romántica, con tiempo para divagar en las noches tangueras y estar frente al Polaco, a Pichuco, Francini, Chupita Stamponi, el negro Lavié, la guitarra de Grela o los nenes del Quinteto Real.  "Vení de nuevo a la esquina", me dicen esos fantasmas y acá lo traigo al rubio de Saavedra en dos temas, acompañado por la Orquesta Porteña que dirigía Raúl Garello.

Luna llena de Mario Perini y Cátulo Castillo y Mi castigo de Julio César Sanders y César F. Vedani.

Y el trago de licor que obliga a recordar si el alma está en orsái...

10- Luna llena- Roberto Goyeneche

15- Mi castigo - Roberto Goyeneche






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