Raúl Mamone
Son muchos años bailándolo en las milongas y este tango que grabara Edgardo Donato con sus cantantes Lita Morales y Horacio Lagos, allá por 1936, sigue sonando tanto en Europa como en Argentina y países milongueros de América. Es cierto que el ritmo que le imprime Donato a todos los temas que interpreta con su orquesta, es muy bailable y bienvenido en las pistas tangueras.
Los versos son obra del poeta César Vedani, que ya en 1927 se apuntó con dos tangos ganadores al mango como "Adiós muchachos" y "Barra querida", grabados ambos por Carlos Gardel y lanzados a la popularidad. Previamente Agustín Magaldi había cantado y llevado al disco otro tema suyo "Vieja escuela de mi barrio" y un año después "Barra querida".
Céar Felipe Vedani |
En este tema que, evidentemente no tuvo la difusión y llegada de los nombrados anteriormente, aunque continúa alimentando a milongueros/as que sienten el efecto de música y verso, Vedani con su pluma define los rasgos anímicos del hombre frustrado. Y con su pericia va narrando el presente grisáceo, oscurecido, de dicho protagonista, por el desamor clavado en su alma.
Era hermosa, talentosa, y comenzó a actuar siendo adolescente. Sin embargo, la imagen que proyectaba Fanny Navarro no cargaba el halo seductor de Zully Moreno, tampoco la cándida inocencia de Mirtha Legrand. Ella era la encarnación de la mujer fuerte y autosuficiente, capaz de abrirse paso en un mundo que muchas veces le resultaba adverso. Es decir, de acuerdo al imaginario de los años 40, ni sugerente ni idealista: peronista.
Fanny Julia Navarro nació el 3 de marzo de 1920. Hija de Lilia María Luisa Sarcione (hermana del actor Juan Sarcione, uno de los primeros maestros de la actriz) y del comerciante Dardo Domingo Navarro, la futura estrella del cine argentino fue la tercera de cuatro hermanas.Su carácter se reveló ya en sus primeros años. "La pequeña" Fanny se hacía escuchar, y transitaba la infancia a la par de sus hermanas mayores, a pura convicción y carácter, el mismo espíritu decidido que la llevó desde muy chica a soñar un futuro en el espectáculo.
Aquella primera función fruto del instinto continuó durante la pre adolescencia, pero ya con una audiencia conformada por varios amigos que compartían el mismo sueño y más tarde serían colegas: en el grupo estaban Rosita Gamas con quien sería su futuro marido, Gogó Andreu, y Tato Bores. Junto a la adolescencia llegó para Fanny el teatro, el radioteatro y el cine. Emprendedora y decidida, prestaba atención a cualquier proyecto que le significara estar cada vez más cerca del mundo del espectáculo, al que ella aportaba una generosa dosis de talento y entusiasmo.
Así, fue haciéndose un nombre en el medio, con diferentes trabajos en la radio y en el teatro y, para los primeros años de la década del 40 ya una decena de películas en su haber. Entre sus muchas ocupaciones de entonces, un proyecto que teatral que debió suspender en favor de una película (la puesta de Hogar dulce hogar, en 1941), la habría unido a otra actriz en ascenso, Eva Duarte. Una persona que algunos años después sería clave en su carrera; y más tarde, también su condena.
El bodeguero mendocino y la señora de su casa
Si la vida de Fanny Navarro giraba en torno a los reflectores del set y el escenario, era lógico que su vida amorosa también. Luego de algunos romances con hombres por fuera de la industria, a medida que fue creciendo su fama, comenzaron a vincularla con famosos de la época. Siempre de acuerdo a los medios de entonces, pasaron por sus brazos nombres tan eclécticos como Carlos Ginés, Juan Carlos Thorry, el guionista Freddy Rey (que le prometió un futuro estelar en Hollywood que nunca concretó), el dibujante Guillermo Divito y Pepe Iglesias "El Zorro", entre otros.
Pero aunque el cine le dio trascendencia, fue el teatro quien la unió a su único marido. En 1943, Fanny fue tentada por su amigo Homero Cárpena para ser parte del elenco de la obra Mis amadas hijas. Quien aportaba el dinero para llevar a cabo el proyecto (que luego contó con el protagónico de Narciso Ibáñez Menta) era un bodeguero mendocino con sueños de productor teatral, José Bautista Cicchitti.
Si el empresario ya estaba seducido por la noche porteña y sus estrellas, cuando conoció a Fanny todo aquello quedó en un segundo plano. A pesar de que en un principio él era para ella poco más que un benefactor, Cicchitti hizo todo para volverse digno de ella. Salidas, paseos, cenas costosas, regalos diarios y hasta un anillo de diamantes y esmeraldas, con los que intentó mostrarle el lugar que ella ocupaba en su corazón.
Por cuestiones legales de él (tenía dos matrimonios anteriores), Fanny y Cichitti se casaron los primeros días de marzo de 1944 en Montevideo. Nunca quedó muy claro por qué la actriz tomó una decisión tan repentina, con alguien que apenas conocía. Tal vez la tranquilidad de tener un hombre mayor a su lado, tal vez la búsqueda de una imagen paterna que hacía mucho no tenía, la seguridad económica, o simplemente el halago por un amor incondcional. Sin embargo no fue tan así, porque su ahora marido tenía varias condiciones para imponerle: que se maquillara menos, que diera una imagen de mayor sobriedad, que abandonara su carrera artística, y que se fuera a vivir con él a San Rafael. Nada de ello era aceptable para ella.
Fanny lo intentó. Llegó a mudarse a Mendoza, a intentar una vida fuera del mundo del espectáculo, comenzó a maquillarse menos y de a poco se convirtió en "la señora de". Pero cada visita a la Capital la desgarraba por dentro, se daba cuenta de que su lugar era en un escenario o frente a una cámara. Las discusiones con su marido comenzaron a ser moneda corriente, y sus caminos se abrieron. La actriz se cansó y lo dejó, aunque siguió frecuentándolo y recién firmó los papeles de divorcio en 1949.
Su regreso a la ciudad fue con todo éxito, llegando a ser la vedette principal del teatro Maipo, un logro que no era para cualquiera. Su nombre volvió a las marquesinas, a las críticas de los diarios (que en general solían ser elogiosas) y su imagen a las tapas de las revistas. Justo mientras su estrella volvía a brillar, un nuevo movimiento político llegaba al poder y también acaparaba la atención de los medios y la sociedad: el peronismo.
Juan y Eva, su bendición y su condena Por entonces Fanny Navarro compartía escenario con Iris Marga, quien cada noche después de la función la llevaba en auto a su casa, como parte de un arreglo que había hecho Iris con Lilia, para que la señora no se quedara cada noche hasta cualquier hora esperando a su hija.
Sin embargo, una noche esa rutina diaria se interrumpió porque Marga recibió la visita a la salida del Teatro Ateneo del funcionario de gobierno Raúl Alejandro Apold, que necesitaba hablar con ella. Para no dejar esperando a su amiga, y suponiendo que se trataría de un encuentro breve, Iris le pidió a Fanny que la acompañara. Apold tampoco estába solo, a su lado esa noche se encontraba Juan Duarte, el hermano de Evita y mano derecha de Perón.
Cuando Juan Domingo Perón asumió la presidencia de la Nación nombró a Juan Duarte como su secretario privado. Desde ese momento, el pibe humilde de Los Toldos, tomó alas y se convirtió en un bon vivant, un playboy seductor afecto a la noche porteña, que se caracterizaba por derrochar dinero y favores en partes iguales.
Aquella noche fue inolvidable para Fanny Navarro, quien cayo seducida por la imagen y los modos de "Juancito". No pasó mucho tiempo para que Duarte -que encontraba fascinantes a las actrices, y que ya había tenido sus historias con otras chicas del ambiente- se convirtiera en amante de Fanny. El romance comenzó siendo secreto, al menos para el público. En el ambiente artístico se sabía, y de pronto la actriz comenzó a cosechar tanto amor como odio entre sus colegas. Eran tiempos de grieta entre peronistas y antiperonistas, y aunque a Fanny no le interesaba lo más mínimo la política, su entorno se debatía entre el cariño genuino, y el distante respeto que producía la fantasía de una posible represalia, dado su nuevo status.
Duarte llenaba de halagos y joyas a su nueva novia. Al tiempo que comenzó a mover influencias para que su presencia en los medios se multiplicara, y hasta la apadrinó en la grabación de un simple de tango acompañada por Julio De Caro. Pero todo no se puede tener, y muy pronto Fanny comprendió que estaba condenada a compartir el amor de Juan Duarte con otra actriz, Elina Colomer, igualmente joven y bella que recibía de él favores parecidos y encima había llegado primero a su vida.
A lo largo de su relación con Juancito, Fanny sufrió en silencio de celos, desgarrándose por dentro cada vez que una revista hacía referencia a la cercanía de su novio a su rival. Pero había algo que la consolaba: si el corazón de Juan estaba repartido, el de su hermana era solo para ella. Porque Evita la adoptó casi como una hija (a pesar de tener prácticamente la misma edad), y esa devoción mutua fue, al mismo tiempo, su bendición, y también en su condena.
La vida por Perón
Como ya se dijo, a Fanny Navarro nunca le interesó la política; por eso no entendió por qué Evita la nombró en 1950 presidenta del recién creado Ateneo Cultural Eva Perón. Este lugar, que se promocionó como un refugio de intercambio para actrices, era en realidad un espacio para captar nuevas figuras que se alinearan a la causa. Fanny, sin entender esto, se avocó genuinamente a trabajar en él junto a otras compañeras.
Esa dedicación la llevó a acompañar a Evita casi diariamente en entrevistas, reuniones laborales, o en la intimidad. Así, poco a poco, comenzó a generarse un vínculo inquebrantable entre ambas, al mismo tiempo que se despertaba en la actriz una conciencia justicialista que rayaba la militancia. También, la cercanía con la Primera Dama la llevó a transmutar su introspección y timidez en una actitud, para muchos, altanera y sobrebia. "Usted es una estrella Fanny, dese corte", fue el consejo de Eva en la primera reunión que tuvieron.
Amparada por el peronismo, la actriz gozaba cada vez de más poder, y por ende hacía valer su opinión sin miramientos. A veces con buenos modos, otras veces no tanto. En la dicotomía de aquellos años, muchos actores recuerdan como Navarro usó sus influencias para que les mejoraran las condiciones de trabajo, los sacaran de "listas negras" o les cumplieran los contratos. Otros, en cambio, se quejan de sus actitudes de diva, sus llegadas tarde y sus malos modos.
Fanny palió su angustia por la indiferencia selectiva de Juancito con el trabajo en el Ateneo, además del teatro y el cine: en esta etapa protagonizó Deshonra, uno de sus papeles más recordados. Pero el sueño se rompió el 26 de julio de 1952, cuando abrazada a su madre escuchó en la radio la noticia de la muerte de Eva Perón.
Con la desaparición de su referente, Fanny buscó amparo en el presidente, pero este se mantuvo distante de ella, como así también de Juancito. Perón no estaba de acuerdo con el accionar de su cuñado, y tenía referencia de sus negociados y corrupción en nombre de la causa. Tampoco Fanny le caía particularmente bien, tal vez por su cercanía a Juancito, o porque no le hubiera dicho a él o a su mujer lo que sabía sobre él. Decidido a ir a fondo contra Duarte por su enriquecimiento ilícito, el presidente llegó a declarar en una entrevista: "Aunque sea mi propio padre irá preso, porque robar al pueblo es traicionar a la Patria".
El ocaso de una estrella
Juan Duarte murió el 9 de abril de 1953 en circunstancias sospechosas. Enfermo de sífilis, fue encontrado sin vida por su mayordomo en su habitación del departamento de Callao 1944 con un agujero de bala en la cabeza y un revólver a su lado. El aparente suicidio, para muchos todavía hoy fue un asesinato.
Sin referentes en el gobierno, y vulnerable por todo lo sucedido, Fanny comenzó a encontrar dificultades para seguir trabajando, y muchos medios comenzaron a darle vuelta la cara. Tratando de entender qué pasaba, un periodista le reconoció que tenían órdenes de Raúl Apold de no hablar de ella. De esta manera Apold cumplía su venganza, luego de que años antes Navarro lo acusara ante Evita de que el funcionario proscribía a muchos actores en nombre de ella.
Fanny comenzó a trabajar cada vez menos, y solo encontró refugio en teatro. Al mismo tiempo, muchos colegas que hasta unos años antes le cumplían todos sus caprichos, ahora la ignoraban. En este período filma solamente dos películas: El grito sagrado (Luis César Amadori, 1954) y Marta Ferrari (Julio Saraceni, 1956). Con la caída de Perón en 1955, el tema empeoró y pasó a integrar una lista negra, por su manifiesta militancia.
A la intérprete le sobrevino un cuadro de depresión, y comenzó a aislarse de su entorno. Su condición empeoró llegando a padecer delirios paranoicos, que la llevaron a portar en su cartera un espejo, que ponía sobre la mesa cada vez que estaba en un lugar público para ver si la miraban o la seguían.
En 1958, con la asunción de Arturo Frondizi, la actriz pudo salir de su ostracismo profesional. Y si bien recibió el cariño del público, la depresión y los golpes emocionales que recibió en tan pocos años, hicieron mella en su estado de salud.
Fanny Navarro falleció el 18 de marzo de 1971, a poco de cumplir 51 años, pobre, sin trabajo y recluída. Una estrella que brilló tanto, pero tanto, que terminó consumiéndose en su propio fuego.
Guillermo Courau ("La Nación")
(Y en el recuerdo de esta hermosa y destacada artista, retratada en el notable artículo de Courau, hoy la traigo cantando un tango que grabó con la orquesta de Julio De Caro, "De mi barrio". Su autor fue el pianista Roberto Goyheneche. Lo grabaron el 4 de octubre de 1940. Las imágenes que acompañan al tema no tienen nada que ver con ella.).
El farol epónimo alumbra.
Al escuadronar las móviles siluetas
en el espacio mítico
un laboratorio de alquimia existencial y emocional,
poderoso, contubernal,
descubre el magma de la memoria,
y el nudo de los cuerpos devora la noche.
Decenas de vida se entrecruzan
de forma bellamente plástica,
cuando la música, vibrando femenina,
es la arcilla sobre la que se modela el acto coréutico,
y tocados por una extraña sensación del abismo,
embriagados de vida,
cosquilleando,
con los énfasis necesarios del sentimiento personal
donde no existe el qué sin el cómo,
-celebrantes- bailan el eterno tango.
El aedo amplifica cantábiles melodías
que abrevan en el agujero de la nostalgia
y el afinado engranaje avienta su liturgia
en el viaje del bailarín a la libertad.
JMO
La calza en un abrazo de rante malevaje
enfunyinado el mate, con aire de shofica,
masticando compases su sangre shomistraje,
y la paica ensobrada, lo chaira y lo replica.
El punto se embalurda d'esparo y farolea
dibujándole verduras de furca a la chirusa
que con sabia menesunda, el fato relojea
cinchándolo al breón, sarpada de carpusa.
En el orre bailetín, va diquera la papusa,
colibriando, reluciendo cartel con el bramaje,
alardeada de musa, abrojada al pogua como chusa,
pa' que su Cacha choree perfil en el baraje
arrastrando los fangruyos, ¡dequerusa!
mostrando en el leiba prontuario sin truchaje.
Y en la feria del engrupe taya fuerte el misturaje
del gavión de gacho gris y la grela rantifusa,
floriándose bajo la luna naerma, ranera y comifusa.
(Poema lunfa de José María Otero sobre un dibujo de Carlos Killian).
Gardel fue el primero que entró a cantarle a su gran afición: los tungos de carrera. Y lo hizo con la misma pasión que ponía en las tribunas de la arena de “Molerpa” cuando alentaba al pingo en el cual había depositado su confianza y sus mangos. Leguisamo solo, Palermo, La catedrática, Soy una fiera, Canchero, Bajo Belgrano, Polvorín, Pan comido o Preparate p’al domingo son una clara muestra de su predilección por este deporte de apuestas que nos legaron los ingleses.
Ya sabemos que los porteños especialmente volcamos nuestras pasiones populares en el fútbol, tango, turf, boxeo y automovilismo. Cualquiera de nosotros, los que peinamos canas, podríamos llenar una mesa de café de anécdotas sucedidas en cualquiera de estos campos. El tango y el turf mantuvieron fidelidad mutua y podríamos metaforizar a Yatasto como el Gardel de las pistas. O decir que si hacemos una encuesta para determinar quien fue el mejor cantor de tango de la historia, Carlitos pagaría 2 pesos
Gardel e Ireneo leguisamo, el gran jockey |
Con varios muchachos de la barra vimos debutar a los potrillos y potrancas de los '50, y ganar en los 1000 metros de la arena palermitana a los novatos dos años Yatasto, con la monta del “borracho” Juan Carlos Contreras y La Vestal. Época de 70.000 vociferantes apostadores e hinchas en las tribunas, cuando ir al hipódromo era considerado como un pecado en las familias humildes de los barrios porteños.
Los enfrentamientos del gran hijo de Selim Hassan y Yuca con Forli, Branding, Pretexto o Again eran motivo de discusiones en los boliches y podían alternar con las preferencias futboleras, los fanas de Gatica o Prada, Fangio o Gálvez, o aquellas en que los milongueros se debatían entre Pugliese, Troilo, D’Arienzo , Di Sarli y hacían otro tanto con Rufino, Vargas, Floreal, Fiore, Berón, Marino.
Siguieron fundiéndose nuestra música ciudadana y el turf y los repertorios tangueros se enriquecieron con temas como Uno y uno, Milonga que peina canas, N.P., El caballo del pueblo, Salvame Legui, Tirate un lance, El yacaré, Que fenómeno, Berretines… Y en Palermo o San Isidro uno podía encontrarse con conspicuos "burreros" como Manuel Romero, Jorge Vidal, Rodolfo Biagi, Alberto Morán, Juan D’Arienzo, Alberto Gómez, Aníbal Troilo, Enrique Dizeo, Celedonio Flores, Julio Sosa, José Razzano, Rodolfo Lesica, Miguelito Bucino, Armando Laborde.
En los baños turcos de Colmegna o el Castelar, alternábamos infinidad de veces con Alberto Castillo, Troilo, Cárdenas, Tanturi y los jockes Eduardo Jara, Ciafardini, Ruben Quinteros, Di Tomaso, Sauro, que tenían siempre problemas para dar el peso en cada carrera..
Una noche que tocaba Osvaldo Pugliese en Huracán, su cantor Jorge Vidal había acertado con unos boletos a la yegua Augusta y lo sacudía desde el escenario. Me lo encontré muchos años después a este ex cabo de la Marina, cuando vivía en Nueva York y se venía a Nueva Jersey para traerle unos bifachos a Oscar Bonavena que se preparaba para pelear con Jimmy Ellis. Tenía siempre en la boca la frase “Qué tal hermano!¡”, chamuyando como Gardel en las películas.
Con Alberto Morán anduve bastante, sobre todo cuando se independizó de Don Osvaldo y cantaba secundado por el conjunto que dirigía el pianista Armando Cupo en la Confitería Montecarlo de Corrientes y Libertad. Andar con Morán era encontrarse con las más lindas y fieles minas de la milonga que lo seguían a todas partes. Coincidimos en bastantes reuniones de Palermo. Siempre con su boquilla y sus prismáticos, La Rosa, La Verde (revistas de turf con toda la información), su empilche y su pinta bacana.
También coincidí en reuniones del circo con amigos como Lesica, Julio Sosa, o Bucino. Pero recuerdo la tarde que Rodolfo Biagi con su traje negro a rayas blancas estaba descartando caballos en la revista y acercándome le dije: “Troesma, tengo en fija a la yegua Serenidad”, que nos había indicado el jockey Héctor Ciafardini en los Baños Turcos Colmegna. Sonriendo me respondió: “Nó pibe, acá no puede perder Catcha con Villegas”. Hubo bandera verde y Serenidad ganó por un pescuezo a la torda de “Manos Brujas” y pagó 8 y pico.
Ese día milagroso acerté 6 sobre 7 pero jugábamos el tres y dos de la parada absurda, . En la última me embalé con el caballo Mónaco y como Biagi al reencontrarnos me preguntó a quien jugaba y se lo dije, miró la revista y me respondió:”En esta te equivocás”. Ganó el mío que pagó 15 y monedas conducido por J. Mernies y Biagi rumbo a la salida me palmeó: “Me alegro por vos pibe, a ver cuando me pasás otro dato…”, cosa que no volvería a suceder.
Me reenganché con los burros ocasionalmente, siendo periodista. Unos amigos de Pichuco, bastante malandrines, andaban con Alberto Fleitas, un lugarteniente de Vicente” El Cacho” Otero, uruguayo y niente que ver conmigo. El Cacho en su época de capo arreglaba carreras y Fleitas le tiraba algún hueso a estos atorrantes, que ellos me sarpaban pero había que jugar por afuera. Y así emboqué unas cuantas duplas. Tiraban al bombo a un favorito y metían un pescado en primero o segundo lugar, hasta que la Comisión de Carreras armó el bolonqui y los pararon.
Di Sarli con Leguisamo y el dueño de un caballo en un Clásico |
Un día señalado nos prometieron algo groso. Junté bastante tela y nos montamos en San Isidro. Ganó un sartenazo de ellos en la segunda pero mis “amigos” quedaron afuera. ¡Para qué! Vi como lo apretaban al elegante Fleitas (Terminaría amasijado y el rostro quemado con ácido en una calle de San Isidro) que se defendía como gato entre la leña explicándoles que ellos tampoco habían cobrado porque se le escapó el matungo al jockey y prometió revancha. “Aguanten hasta la séptima”, dijo.
Y yo me quedé quieto con la manteca. Terminó la sexta, Fleitas movió el ala del sombrero llamando a los quías y les dijo: “Juéguense todo al de Chamorro”. Los números no invitaban a jugarle un peso pero pensé que el tipo no se iba a arriesgar así nomás. Para colmo me encuentro a “Fosforito” De Vinnent, que era el hombre de La Razón en el Hipódromo.
De Vinnent era francés, había sido amigo de Gardel y era íntimo de Leguisamo. Hombre enjuto, con anteojos de vidrio culo de sifón, me quería mucho y en el Diario que compartíamos, nos buscábamos siempre para charlar. Me apuntó “Me dijo el maestro que no puede perder”. El tungo de Legui se llamaba El Once, pero no le comenté nada sobre el “mío” y le agradecí el dato.
Cuando levantaron la pizarra me quería morir. El nuestro pagaba como 70 pesos y si ganaba me llevaba lo que nunca imaginé de un hipódromo por la parva de “tolebos” que tenía en el bolso. Resumiendo: en mitad de la recta, Chamorro los pasó como postes y se fue derecho... por afuera atropelló uno pero se abría y se abría y yo no paraba de gritar… Bandera verde con el de afuera.
Para todo el mundo: “Ganó fácil el de los palos”. Luego de una espera larguísima, ponen el número y ganador…. El Once…, por ventaja mínima. Fue mi casi adiós a los burros, porque para colmo, tres días más tarde le sacaron la carrera a El Once por doping y sancionaron por un año al cuida. Y yo había hecho trizas los boletos, todos a ganador.
Lo que dije antes: ¿Quién no tiene anécdotas de este tipo? Pero al tango no lo dejé y cuando vuelvo a Buenos Aires y me mato en las milongas con la música de aquellas grandes orquestas, siento que estoy bailando en el cincuenta aunque los garrones estén “cachuzos" y patinen y tartamudeen en una corrida.
José María Otero
abril de 2007
(Traigo esta página mía escrita y publicada en 2007, que un caradura se la ha apropiado en parte y la firma como suya. Seguramente jamás pisó un Hipódromo, pero es especialista en robar creaciones de otras personas. No pongo su nombre porque no quiero hacerle publicidad, pero tengo numerosos testigos sobre mi autoría y varios ya se ofrecieron a intervenir. Incluso un amigo de toda la vida que esa tarde estuvo conmigo en el HP y que no podía creer lo que le acabo de contar sobre el robo de parte de esta nota por Bruno Passarelli, que, cuando sucedió esta anécdota tenía 10 años. Porque nació en 1941 y la carrera que cito ocurrió en 1951. Al hipódromo no se podía entrar antes de los 18 años de edad. Por ello cuando sospechaban de alguno, que era menor, le pedían su cédula de identidad o L.E... Ahora la cambió -por mi denuncia-, y atribuye mi vivencia personal de esa tarde a dos personajes del tango... ¡Qué caradura!)
Juan D'Arienzo y Nolo López compusieron este tango que al primero le daría muchas satisfacciones, grabándolo con su orquesta en 1928, 1940 y 1958, y los cantores Carlos Dante, Alberto Reynal y Jorge Valdez, respectivamente. Curiosamente, parece un tango hecho a la medida para Alberto Echagüe que estuvo tantos años en la orquesta, y sin embargo nunca lo interpretó.
Me contaba Antonio Carrizo, que en una oportunidad lo cantó Echagüe en radio El Mundo, y D'Arienzo le guiñó el ojo al finalizar, en señal de aprobación. Pero los hechos muestran que, por lo que fuera, no llegó nunca al disco. Y, de todos modos, con los vocalistas citados, Chirusa tuvo el éxito merecido porque pegó fuerte y siempre estuvo en el repertorio del Rey del compás.
Nolo (Manuel) López |
Los versos sencillos de Nolo López, que fue actor, debutando en 1923 en la compañía teatral de Antonio Daglio, tienen gancho. También destacaría con los versos del tango de los hermanos Edgardo y Osvaldo Donato: El huracán. Y escribió las letras de Misa rea, Mi pecado, el vals Cabeza de novia, grabado por D'Arienzo-Echagüe o Adiós para siempre, que fue un éxito de D'Agostino-Vargas.
El tango Chirusa fue estrenado por la orquesta Los Ases, en el cine Hindú, de la calle Lavalle y sirvió de aperitivo a la versión del compositor de dicho tango, Juan D'Arienzo que lo tendría durante tantos años en su repertorio, como prueba de la aprobación popular, En la primera versión con Dante, todavía la orquesta no tiene el ritmo que la haría tan exitoso y al escucharlo lo notamos desde los primeros compases. La palabra chirusa, es lunfardo, define a la muchacha de
condición humilde. En sus versos Nolo López va narrando como la muchacha
del barrio es seducida por un hombre que le promete una vida de lujo,
con palabras tiernas. La letra no tiene mucho rebusque, yendo al grano con su historieta repetida y el barrio simbólicamente le advierte de su
perdición al marcharse con el Don Juan que la envuelve con sus promesas.
Chirusa, la más linda de las pebetas,
tejía sus amores con un Don Juan;
él, con palabras buenas y cariñosas,
le prometió quererla con loco afán.
Confiada en sus promesas, una mañana
ató toda su ropa y se marchó;
cegada por el lujo siguió la caravana
y el alma del suburbio así gritó:
¡No dejes a tus viejos!
Cuidado ché, Chirusa;
el lujo es un demonio que causa perdición,
y cuando estés muy sola
sin una mano amiga
has de llorar de pena tirada en un rincón.
Pero esta letra sencilla y reiterada tantas veces, se agigantó con la música que le adosó D'Arienzo, convirtiéndose en un gran éxito de la orquesta. La mejor demostración de ello está en las etapas que llevó este tango al disco, desde los primeros tiempos de la orquesta hasta casi el final. Y ni te cuento el movimiento que despierta en la pista de baile cuando suena por los altavoces... También lo grabó Canaro con Ernesto Famá.
En la película Tango, de 1933, sale la orquesta de D'Arienzo, interpretando este tango:
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