domingo, 7 de abril de 2024

El tango y los "burros"

 


    Gardel fue el primero que entró a cantarle a su gran afición: los tungos de carrera. Y lo hizo con la misma pasión que ponía en las tribunas de la arena de “Molerpa” cuando alentaba al pingo en el cual había depositado su confianza y sus mangos. Leguisamo solo, Palermo, La catedrática, Soy una fiera, Canchero, Bajo Belgrano, Polvorín, Pan comido o Preparate p’al domingo son una clara muestra de su predilección por este deporte de apuestas que nos legaron los ingleses. 

   Ya sabemos que los porteños especialmente volcamos nuestras pasiones populares en el fútbol, tango, turf, boxeo y automovilismo. Cualquiera de nosotros, los que peinamos canas, podríamos llenar una mesa de café de anécdotas sucedidas en cualquiera de estos campos. El tango y el turf mantuvieron fidelidad mutua y podríamos metaforizar a Yatasto como el Gardel de las pistas. O decir que si hacemos una encuesta para determinar quien fue el mejor cantor de tango de la historia, Carlitos pagaría 2 pesos

                                

Gardel e Ireneo leguisamo, el gran jockey

   Con varios muchachos de la barra vimos debutar a los potrillos y potrancas de los '50, y ganar en los 1000 metros de la arena palermitana a los novatos dos años Yatasto, con la monta del “borracho” Juan Carlos Contreras y La Vestal. Época de 70.000 vociferantes apostadores e hinchas en las tribunas, cuando ir al hipódromo era considerado como un pecado en las familias humildes de los barrios porteños.

    Los enfrentamientos del gran hijo de Selim Hassan y Yuca con Forli, Branding, Pretexto o Again eran motivo de discusiones en los boliches y podían alternar con las preferencias futboleras, los fanas de Gatica o Prada, Fangio o Gálvez, o aquellas en que los milongueros se debatían entre Pugliese, Troilo, D’Arienzo , Di Sarli y hacían otro tanto con Rufino, Vargas, Floreal, Fiore, Berón, Marino.

    Siguieron fundiéndose nuestra música ciudadana y el turf y los repertorios tangueros se enriquecieron con temas como Uno y uno, Milonga que peina canas, N.P., El caballo del pueblo, Salvame Legui, Tirate un lance, El yacaré, Que fenómeno, Berretines… Y en Palermo o San Isidro uno podía encontrarse con conspicuos "burreros" como Manuel Romero, Jorge Vidal, Rodolfo Biagi, Alberto Morán, Juan D’Arienzo, Alberto Gómez, Aníbal Troilo, Enrique Dizeo, Celedonio Flores, Julio Sosa, José Razzano, Rodolfo Lesica, Miguelito Bucino, Armando Laborde.

    En los baños turcos de Colmegna o el Castelar, alternábamos infinidad de veces con Alberto Castillo, Troilo, Cárdenas, Tanturi y los jockes Eduardo Jara, Ciafardini, Ruben Quinteros, Di Tomaso, Sauro, que tenían siempre problemas para dar el peso en cada carrera..

    Una noche que tocaba Osvaldo Pugliese en Huracán, su cantor Jorge Vidal había acertado con unos boletos a la yegua Augusta y lo sacudía desde el escenario. Me lo encontré muchos años después a este ex cabo de la Marina, cuando vivía en Nueva York y se venía a Nueva Jersey para traerle unos bifachos a Oscar Bonavena que se preparaba para pelear con Jimmy Ellis. Tenía siempre en la boca la frase “Qué tal hermano!¡”, chamuyando como Gardel en las películas. 

    Con Alberto Morán anduve bastante, sobre todo cuando se independizó de Don Osvaldo y cantaba secundado por el conjunto que dirigía el pianista Armando Cupo en la Confitería Montecarlo de Corrientes y Libertad. Andar con Morán era encontrarse con las más lindas y fieles minas de la milonga que lo seguían a todas partes. Coincidimos en bastantes reuniones de Palermo. Siempre con su boquilla y sus prismáticos, La Rosa, La Verde (revistas de turf con toda la información), su empilche y su pinta bacana. 

                                       



    También coincidí en reuniones del circo con amigos como Lesica, Julio Sosa, o Bucino. Pero recuerdo la tarde que Rodolfo Biagi con su traje negro a rayas blancas estaba descartando caballos en la revista y acercándome le dije: “Troesma, tengo en fija a la yegua Serenidad”, que nos había indicado el jockey Héctor Ciafardini en los Baños Turcos Colmegna. Sonriendo me respondió: “Nó pibe, acá no puede perder Catcha con Villegas”. Hubo bandera verde y Serenidad ganó por un pescuezo a la torda de “Manos Brujas” y pagó 8 y pico.

   Ese día milagroso acerté 6 sobre 7 pero jugábamos el tres y dos de la parada absurda, . En la última me embalé con el caballo Mónaco y como Biagi al reencontrarnos me preguntó a quien jugaba y se lo dije, miró la revista y me respondió:”En esta te equivocás”. Ganó el mío que pagó 15 y monedas conducido por J. Mernies y Biagi rumbo a la salida me palmeó: “Me alegro por vos pibe, a ver cuando me pasás otro dato…”, cosa que no volvería a suceder.

    Me reenganché con los burros ocasionalmente, siendo periodista. Unos amigos de Pichuco, bastante malandrines, andaban con Alberto Fleitas, un lugarteniente de Vicente” El Cacho” Otero, uruguayo y niente que ver conmigo. El Cacho en su época de capo arreglaba carreras y Fleitas le tiraba algún hueso a estos atorrantes, que ellos me sarpaban pero había que jugar por afuera. Y así emboqué unas cuantas duplas. Tiraban al bombo a un favorito y metían un pescado en primero o segundo lugar, hasta que la Comisión de Carreras armó el bolonqui y los pararon.

                                 

Di Sarli con Leguisamo y el dueño de un caballo en un Clásico

   Un día señalado nos prometieron algo groso. Junté bastante tela y nos montamos en San Isidro. Ganó un sartenazo de ellos en la segunda pero mis “amigos” quedaron afuera. ¡Para qué! Vi como lo apretaban al elegante Fleitas (Terminaría amasijado y el rostro quemado con ácido en una calle de San Isidro) que se defendía como gato entre la leña explicándoles que ellos tampoco habían cobrado porque se le escapó el matungo al jockey y prometió revancha. “Aguanten hasta la séptima”, dijo. 

   Y yo me quedé quieto con la manteca. Terminó la sexta, Fleitas movió el ala del sombrero llamando a los quías y les dijo: “Juéguense todo al de Chamorro”. Los números no invitaban a jugarle un peso pero pensé que el tipo no se iba a arriesgar así nomás. Para colmo me encuentro a “Fosforito” De Vinnent, que era el hombre de La Razón en el Hipódromo. 

   De Vinnent era francés, había sido amigo de Gardel y era íntimo de Leguisamo. Hombre enjuto, con anteojos de vidrio culo de sifón, me quería mucho y en el Diario que compartíamos,  nos buscábamos  siempre para charlar. Me apuntó “Me dijo el maestro que no puede perder”. El tungo de Legui se llamaba El Once, pero no le comenté nada sobre el “mío” y le agradecí el dato. 

    Cuando levantaron la pizarra me quería morir. El nuestro pagaba como 70 pesos y si ganaba me llevaba lo que nunca imaginé de un hipódromo por la parva de “tolebos” que tenía en el bolso. Resumiendo: en mitad de la recta, Chamorro los pasó como postes y se fue derecho... por afuera atropelló uno pero se abría y se abría y yo no paraba de gritar… Bandera verde con el de afuera. 

   Para todo el mundo: “Ganó fácil el de los palos”. Luego de una espera larguísima, ponen el número y ganador…. El Once…, por ventaja mínima. Fue mi casi adiós a los burros, porque para colmo, tres días más tarde le sacaron la carrera a El Once por doping y sancionaron por un año al cuida. Y yo había hecho trizas los boletos, todos a ganador. 

   Lo que dije antes: ¿Quién no tiene anécdotas de este tipo? Pero al tango no lo dejé y cuando vuelvo a Buenos Aires y me mato en las milongas con la música de aquellas grandes orquestas, siento que estoy bailando en el cincuenta aunque los garrones estén “cachuzos" y patinen y tartamudeen en una corrida.


José María Otero

abril de 2007

(Traigo esta página mía escrita y publicada en 2007, que un caradura se la ha apropiado en parte y la firma como suya. Seguramente jamás pisó un Hipódromo, pero es especialista en robar creaciones de otras personas. No pongo su nombre porque no quiero hacerle publicidad, pero tengo numerosos testigos sobre mi autoría y varios ya se ofrecieron a intervenir. Incluso un amigo de toda la vida que esa tarde estuvo conmigo en el HP y que no podía creer lo que le acabo de contar sobre el robo de parte de esta nota por Bruno Passarelli, que, cuando sucedió esta anécdota tenía 10 años. Porque nació en 1941 y la carrera que cito ocurrió en 1951. Al hipódromo no se podía entrar antes de los 18 años de edad. Por ello cuando sospechaban de alguno, que era menor, le pedían su cédula de identidad o L.E... Ahora la cambió -por mi denuncia-, y atribuye mi vivencia personal de esa tarde a dos personajes del tango... ¡Qué caradura!) 




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