jueves, 1 de junio de 2023

Buenos Aires tiempo Gobbi

       Volver a mi querido Alfredo Gobbi, uno de los músicos más importantes que nos ha dado el tango, y aún no reconocido en su verdadera dimensión. Alfredo fue mucho más que el tonto apodo de "El violín romántico del tango". Gobbi, además de gran instrumentista del violín, tocaba ocho instrumentos, sobresalía en el piano, el armonio y otros. 

   Tuve el alto honor de ser considerado como pugilista en mi adolescencia y luego como poeta y orador en mi juventud por su talento. Innumerables cenas con Centeya, los negros Juan Carlos La Madrid y Argentino Galván y otros grandes, nos llevaron a dilucidar el mundo de la cultura nacional y universal: comenzaba en Troilo y terminaba en Picasso, el gran maestro de la plástica. Nos reíamos con las innumerables ironías de otro, Dalí, que hacía paralelismos con Picasso, el gran maestro de la plástica.  comparando puntos de vista absolutamente desde el humor. Aquella era la noche porteña. donde las madrugadas nos encontraban debatiendo el bien y la cultura y donde uno, es decir, yo, aprendía junto a hombres mayores, los escuchaba e incorporaba conocimientos.

   Esa fue la noche porteña hasta la miserabilidad de 1976. Una noche plena de prudencia y sabiduría. Digo esto, porque sabiendo que había un joven como yo, debía cuidárselo y no corromperlo. Figúrense, con esos nombres teníamos a todos alrededor de las mesas en interminables diálogos que se expandían por bodegones de los que éramos asiduos amantes. Nos gustaban los lugares con personalidad y olor a Buenos Aires, esos viejos cafetines con mesas de roble, donde servían los fiambres sobre manteles de papel blanco..

                                 


 

   A algunos solía verlos levantarse de la mesa a altas horas de la madrugada, abatidos, fatigados por el alcohol, y volver casi nuevos   - Pibe, me lavé bien la cara, con jabón y agua fría y ya me ves, estoy casi nuevo..                            Eso lo fui escuchando desde los quince años hasta los cuarenta, más o menos, y recién a esa edad me día cuenta que hacían otras cosas para despabilarse, pero la sobriedad y el respeto nos les permitían transmitir lo que ellos creían que era una gran deficiencia. No eran todos, pero muchos hombres vinculados al tango, se drogaban; algunos músicos lo hacían porque trabajaban en seis o siete lugares en la misma noche.

   De los músicos grandes del tango los conocí e intimé con casi todos. Me faltó Carlos Di Sarli. Otro a quien deberá revalorizarse por su genio. Dos razones me impidieron acercarme a él: una, que era un reaccionario que no aceptaba las leyes del trabajador, y la otra fue la envidia de los músicos; cuando se pronunciaba su nombre saltaban de la silla, hacían los cuernos y señalaban que no debía nombrárselo porque iba a sorprendernos alguna tragedia. Era Jettatore. Así, a Di Sarli lo borraron de la radio, de todos los medios de expresión, aún hasta hoy, donde se escucha poco de esa maravillosa orquesta que conducía. Con sus cantores afinados, delicados, que expresaban con cualidad y finura el tango. La mayoría de sus violines pertenecían al Teatro Colón.

   Yo había empezado a trabajar en 1945 -a los trece años- en el The Standard, diario inglés que respondía a la Embajada británica. Ahí aprendí mucho, sobre todo acerca del imperialismo y su dominación. Trabajar allí me permitió ir a la afamada cortada Carabelas, la que comenzaba en Cangallo, -hoy Teniente General Perón- y terminaba o termina en Diagonal Norte: uso el pasado y el presente porque se conserva el espacio físico pero no la espiritualidad de aquella cortada en donde coexistían todas las expresiones, la plástica, con el legendario Felipe de La Fuente, los músicos del tango, los carniceros y queseros del Mercado del Plata, que estaba enfrente, en el lugar que hoy ocupa la Municipalidad de Buenos Aires.  También era sitio era concurrencia de grandes pugilistas y futbolistas: Moreno, Pedernera, y esa leyenda del box que fue Raúl Landini, con quien años después, ya alejado yo de la práctica del boxeo -que me dio tanto- ejerciendo el periodismo, juntos hicimos una campaña para humanizar la empresa explotadora de los pugilistas, que no dio resultado y que además sólo sirvió para que él perdiera trabajo, perseguido por los intereses afectados.

                                               

Alfredo Gobbi

   Con Alfredo Gobbi compartí cafés, bodegones, restaurantes, partidos de fútbol y encuentros amorosos con muchachas. Solíamos salir con Juan Carlos La Madrid, Julián Centeya, Cátulo Castillo, Julio Camilloni, el inolvidable autor de La última, entre otros. La Madrid hoy sería el suegro de Juancito Gelman, nuestro último Premio Nacional de Poesía. Siempre había una larga charla cultural de por medio o entablábamos largas discusiones sobre el tango, la política, el fútbol o el box. Cátulo, La Madrid y yo habíamos conocido las tempestades del ring y lo seguíamos amando, por su sanidad, sus posibilidades estratégicas y el sentido de resolución y ofensiva: mucho nos ayudó en el crecimiento, porque el box no era la tontería de hoy, donde el que pega más, gana; había estilo, arte y técnica.

   Con el maestro Alfredo Gobbi, ya en su malaria económica, dábamos recitales, con Toto Rodríguez -aquel bandoneón notable de Troilo-, y otros grandes músicos, en galerías de arte, que las había en cantidad en la calle Florida; con La Madrid decíamos nuestros poemas, incluía mis ilustraciones poéticas para el tango -las llamadas glosas-, y prologábamos cada actuación del conjunto. Esto lo fuimos realizando con distintas orquestas, lo que me fue dando notoriedad entre los tangueros de finales de la década del '50 y principio de la del '60. Fue otra Buenos Aires, con distintas escenografías y diversas maneras de relacionarse: era a través del arte y la cultura.

   Como en el viejo tango, "no se conocía cocó ni morfina", al menos para los más, que éramos nosotros. Tiempo de los encuentros con Carpani, Carlos Alonso, Roberto Duarte, Alfredo Planck, Norman Brisky, Carlos Carella, Moncho Echelbaum, Edgardo Da Momio, Cacho Spíndola, Ignacio Colombres, los pintores y escritores de la República Española, los llamados de la España peregrina, y tantos otros más que nos quisieron y nos enseñaron mucho en nuestra adolescencia y juventud. Por eso me resulta muy emocionante reencontrarme en este libro con mi tierno y talentosísimo director orquestal que en lo suyo fue lo más grande, don Alfredo Gobbi, hermano del rengo Virgilio, músico como él e hijo de Alfredo y Flora, los que llevaron el tango a París y lo enseñaron a bailar junto a otros; por eso Alfredo, eminentemente porteño, nació en París, cuando sus padres dictaban cátedra de tango en esos lares.

ALFREDO CARLINO

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