jueves, 17 de noviembre de 2022

La pista de baile

 

                             

                             


                                Esta es una de las facetas fundamentales, muy importantes, que deben ser respetadas de manera muy especial por los bailarines de tango. Una circulación errática por parte de dos o tres parejas puede provocar muchos disturbios en en funcionamiento general  dentro de la pista. De la misma manera que aquellos automovilistas que no respetan las leyes que rigen en el tráfico de vehículos, introducen el caos en la circulación rodada.

    Hay bailarines poco respetuosos del entorno y el ecosistema tangero, que realizan una tertulia permanente en el movimiento y que debieran ser erradicados de las pistas por las molestias que ocasionan con su cháchara irrespetuosa. Ello denota una mala educación milonguera junto a sus nulas dotes para bailar tango. Porque, si va hablando, gesticulando, riéndose, no se concentra en la música, la postura, la conducción, ¿cómo puede pensar que está bailando tango? Lo que está haciendo es verbalizar su insensibilidad milonguera.

   En la exogamia del circuito sobran las palabras, las sombras reptantes de viajeros puntuales que alientan y alimentan las noches de las ciudades, como habitantes leales de milongas dispersas que van sembrando muestras de una antigua hidalguía milonguera. Los pies despiden lenguas de fuego, entremezclados orígenes y perfumes, en la ecuación redonda del tango.

   Acrece lo sonoro sobre el paisaje oscuro y recatado, en la vital rutina nocturnera y los imprevistos dibujos fertilizan los umbríos rincones del tinglado. Los pasos rotos, milagrosamente se rehacen y desbordan mágicos en la muchedumbre como si se tratase de un huracán de gelatina que nos envuelve a todos los integrantes de la fiesta.

   Por lo general reina un ambiente cordial en la milonga y los concurrentes intentan disimular los inconvenientes y roces, aunque no le guste a nadie encontrarse con los que dificultan la circulación e impiden bailar correctamente disfrutando de esa cosa íntima y revitalizante que es el baile del tango,  cuando se dan las circunstancias para ello.

   En este rubro se apuntan aquellos que sólo saben hacer figuras y abusan de ganchos y boleos ampulosos,  que consiguen ensilvecer el campo común, exigiendo espacios que en una pista superpoblada es imposible encontrar. El urbanismo milonguero contempla esas irreverencias como una falta de respeto hacia el resto y un pecado de grueso calibre en el altar del parqué.

   El baqueano, con su savoir faire artesano, va a colocarse siempre a rebufo de un buen bailarín con su pareja, porque sabe que éste procurará siempre circular en el sentido correcto y le irá facilitando espacios para moverse. Los buenos bailartines de ayer y de hoy, asemejan un gran angular, veían y ven el espacio con teleobjetivo para no perderse en el agujero negro de la colisión.

   Todos somos fugaces inquilinos de la pista y debemos respetarnos como en cualquier comunidad de vecinos, o en aquellos conventillos porteños donde  convivían personas y familias de tantas nacionalidades. Entre todos contribuían a la armonía colectiva aunque a veces no se entendieran en sus distintas lenguas. 

   No debemos invadir el sitio de otras parejas. Lo normal es fluir con la corriente, naturalmente, en ese espacio ritual que es la pista de baile.

(Extracto de una página de mi libro La llamada del tango - Una danza mágica.)

               


                                   

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