sábado, 6 de agosto de 2022

La milonga y yo

   Los milongueros nos sentimos muy identificados con Leopoldo Díaz Vélez, ese poeta que fue cantor, recitador y hombre del tango desde muy jovencito, influenciado por su padre, hincha de Gardel. Con él fue a verlo al gran cantor a un teatro de su barrio Norte, y el pequeño Leopoldo contaba con apenas 8 años de edad.

   Como cantor, militó en orquestas importantes, animando milongas y recibiendo ese espaldarazo que dan las parejas bailando y transmitiendo la emoción que les producen, e iluminan, la música y el canto. Esta experiencia le sirvió -y cómo- para reproducir en tangos y milongas todo ese ambiente que hemos vivido en carne propia durante años y seguimos frecuentándolo como un antídoto para circunstancias adversas o poco atractivas.

                                 

Leopoldo Díaz Vélez

   La milonga y yo fue concebida a pedido de Tita Merello, que la cantaría en la película Esto es alegría. dirigida por Enrique Carreras y estrenada en 1968. Tito Ribero le puso música. El propio Leopoldo Díaz la cantaba con la orquesta de Armando Pontier en los bailes de Carnaval del Centro Lucense, en 1980. 

   Y es un tema más de Díaz Vélez dedicado al sitio donde se milonguea a tope. Algunas de sus creaciones que versan sobre el tema y que muestran su sensación al respecto, creo que quedan perfectamente claras: Muchachos, comienza la ronda, En el salón, A bailar el tango, Salimos a bailar, Mil novecientos diez, Muchachos se armó la milonga.

                                


    El poeta-cantor realza a los fantasmas de una época milonguera iniciática y es el nexo alquímico entre la mitología del pasado con sus paradas canyengues, y la temperatura emocional del presente que está viviendo. En toda esa chatarrería sentimental muestra a los eternos aspirantes a una gloria incierta. Alegorías de la vida humana con una atávica y diluvial simbología. Y la estirpe milonguera reviviendo en imágenes.

Con la milonga la voy de igual a igual
porque también soy milonga...
Nací en un barrio sencillo y querendón
y me fajaron al son de un bandoneón.
Cuando hubo bronca entre guapos
no siempre el más taura
quedaba de capo.
Se caminaba con aire sobrador,
Se chamuyaba al revés por diversión,
y era el piropo una industria nacional
florida y sentimental.
Con la milonga la voy de igual a igual
Somos del mismo arrabal.

   Luego vienen los confetis sintácticos, saturados de noche como si estuviera en un purgatorio existencial infestado de jergas, ruidos, músicos, bailarines. Paisajes del alma escorados que se asientan en los mitos esenciales de nuestra tradición tanguera. Para eso también se vale de la evocación de esas imágenes que nos transmite y que atan un recuerdo fáustico. La realidad siempre tiene una razón que la impulsa en el pasado acribillado de recuerdos.

Vamos, subiendo la cuesta
que arriba la noche
se viste de fiesta;
vamos, que arrullan los fueyes
y al ritmo de un tango
recuerdos nos llueven..
Veo pasar a Don Juan y El Cachafaz
Y a El Entrerriano montando El Pangaré,
Con la La Morocha agentina
Y la casquivana Ivette...
Con la milonga la voy de igual a igual
Yo soy porteño de ley.

                                         


   El epítome deja atrás los retazos del antes y el después, y se sumerge en el relato de sus noches venturosas, la burbuja de la fantasía, esas pasiones inalterables. Perdura la nostalgia, porque aferrado al cordón umbilical, hace crisol de su ejecución incrementando la fascinación  y poniendo el énfasis en la ceremonia y la  pasión milonguera. Así la convierte en una pintura cromático-romántica. 

En un convoy de San Telmo florecí
entre perfume de rosas y jazmín,
y no hubo noche de plata
que no me prendiera 
a la serenata.
Por amistades no me pude quejar
-desde el más taura al shusheta más bacán-,
Y pa´ bailar fue lo mismo en el salón
que el patio del corralón...
Con la milonga la voy de igual a igual...
Somos del mismo arrabal.
 

    La interpretación de Tita Merello, merece ser recordada porque realza el valor de esta milonga.

                      



  

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