sábado, 21 de mayo de 2022

Atilio Talín

    Mi entrañable amigo Atilio, o Tanuca, como le llamaba Piazzolla, dado que ambos tenían raíces itálicas en su genealogía, acaba de ver editado su libro "Mi vida junto a  los grandes del tango", y es realmente un documento imperdible. En la portada se puede ver al autor junto a grosas figuras del tango que lo trataron y lo acogieron en su maraña de amigos. Porque Atilio Talín, no sólo frecuentó  y se ganó a pulso esas amistades, sino que supo hacerse un hueco importante en el mundo del tango.

                            

Atilio Talín con su flamante libro (Foto de  Juan Manuel Foglia)

   De parola sabia, veterano de noches y madrugadas junto a los grandes, lunga pinta que no desluce el paso de los años y sobre todo el tono mesurado, que siempre respeta las reglas de la intimidad. La amistad como ejercicio máximo de entendimiento, tan valorizada por los hombres de la noche, y por ese rito tácito de los porteños, fue fundamental en su andadura y por eso fue apreciado y admitido en la plana mayor  del tango. Respeto, oídos abiertos y conducta, fueron su santo y seña.

   Su padre vivía junto a la casa de Aníbal Troilo y ambos nacieron en 1914, por lo cual fueron amigos desde pibes. Y cuando Atilio tenía trece años, su padre lo llevó a la casa de Pichuco y se lo presentó.

-Acá tenés al pibe - le dijo.

   Pichuco lo abrazó, le dio un beso , le dijo "¡Qué lindo pibe" y como el papá y el Gordo eran hinchas y socios de River, iba con ellos a ver los partidos en la platea del Monumental, desde que contaba diez años de edad. Y luego conversaban con los futbolistas del equipo millonario, cosa que al chico le parecía algo maravilloso. Así fue cómo estar cerca de Aníbal Troilo le fue abriendo puertas importantes.

   Tenía ya los dieciséis, pantalones largos y Pichuco, lo ensarta en la rueda de amigos que se juntaban en el boliche de Corrientes y Paraná por las noches. Entre ellos estaban Alfredo Gobbi, locutores-animadores como Augusto Bonardo y Armando Rolón y amigos que se iban sumando.                                                                                                                             

    -Lo cierto es que Troilo fue como un padre para mí, me orientó, me cuidó y me presentó a infinidad de gente. Una de aquellas noches  salimos de allí y me llevó a la casa de Mariano Mores.

                                         




   -Pichuco le había grabado varios temas a Mores que tuvieron mucho éxito como Cristal, Copas, amigas y besos, Sin Palabras, Una lágrima tuya, Uno, El patio de la morocha... Y lo increíble y muy importante para mí fue que Mariano me tomó mucho cariño, me hizo pasar muchos momentos hermosos en el seno de su familia y de paso me dio un pequeño trabajo junto a él, como asistente. 

   Y de repente, en la conversa, Atilio me detiene y me dice: "Vos viviste esas cosas tan lindas que tenía Buenos Aires. Y yo tuve el privilegio de conocer lugares como el Chantecler, el Ta Ba Ris, que era algo impresionante. Una belleza, un lujo total: los caballeros de smoking, las mujeres vestidas de primera... ¡Qué maravilla! Ahora que repaso todo aquello, siento que Buenos Aires nunca volverá a ser lo que fue.. Algo irrepetible.".

   Pensó que debía estudiar música y fue durante un breve tiempo a la academia de los De Caro. Pero le duró poco porque los días se le ocurrían muy breves debido a las ocupaciones. Conocería y trataría a grandes del tango como Discépolo, Cadícamo, y todos lo recibían como un personaje del tango, aunque  era apenas un jovencito que crecería a toda máquina dentro de aquel ambiente inolvidable.

                                  


   -A mí me gustaba Piazzolla. Desde que escuché su tango Lo que vendrá, tocado por Troilo y su orquesta, quedé impactado. Ya le había grabado cinco temas a Astor, que era bandoneonista de su orquesta, pero Lo que vendrá me transportó. (A mí me pasó lo mismo). Y comencé a seguirlo.  Él supo instalar en los atriles de sus conjuntos un énfasis nuevo, distinto, que para muchos tangueros era un disparate.

   Yo tenía una agencia de autos importados (ahora la lleva mi hijo), y solía ir a escucharlo a la boite Jamaica, en la calle San Martín al 900. Tenía entonces el Primer Quinteto y era un lugar de culto. Actuaba también Horacio Salgán (con quien yo desarrollaría gran amistad), concurrían músicos de jazz de la talla de Lalo Schifrin,  Baby López Fürst, Jorge y Oscar López Ruiz, o el Gato Barbieri. Incluso pasaban por allí extranjeros de gran nivel como Count Basie, Ella Fitzgerald, Harry James o Burt Bacharach.

   Me hice fan de Piazzolla en una época en que tenía más contras que hinchas. Y pese a que con todos los grandes que conocí, intimé rápidamente, con Piazzolla no me animaba. Quizás por sus reacciones explosivas, que, con el tiempo descubrí que era su manera de vivir en guardia permanente, ante los ataques. Una noche escogí un auto Giuletta, de mi Agencia de coches importados y me fuí al Jamaica. Siempre hacía estas cosas para vender mis autos porque llamaban la atención.

   Cuando terminan su actuación, los músicos salen a la calle para dirigirse a otros sitios. Yo hago lo mismo y me dirijo al coche, cambiándole la mirada a Piazzolla. Éste de repente me mira junto al auto y me larga:                                                                                                          

-¡Lindo el Alfa Romeo... verdad!

                             


   Yo no lo podía creer, me temblaron las piernas. Y me dijo que desués de la música, lo que más le gustaban eran los coches. Ahí empezó nuestra relación. Lo invité a dar una vuelta por varios lugares de la ciudad, incluso por el autódromo y le caí fenómeno. Al mudarse cerca del Congreso y de mi agencia, venía seguido a charlar y me acompañaba. No sé qué le atrajo de mí, tal vez la relación con Pichuco, la organización que yo tenía de espectáculos, o la pasión que ponía en mi negocio. Lo cierto es que una tarde me dice:                                                          -Quiero que seas mi apoderado.

   Yo le cité varios nombres apropiados y él negando con la cabeza, insiste:                                   -No te pedí que me dieras ningún nombre, sino que fueras mi apoderado. Vos te encargás de los negocios y yo de la música.

   Ahí nomás me pidió la cédula y me firmó el contrato. Incluso luego pasé a ser su mánager. Mantuvimos treinta años de gran amistad y trato profesional. Fue realmente maravilloso. Hablar de todo lo que vivimos juntos en tantos lugares del mundo sería interminable. La última charla que tuve  con él fue el día antes que le diera el ataque cerebral. Estaba de buen humor. Todo lo que hubo que hacer con él y los papeles hasta su muerte fueron agotadores. Yo lo extraño cada día que pasa. 

   Vivo en el piso que que fuera suyo, con mi familia, en Libertador y Olleros. En la sala donde él tenía el piano monté un Museo Personal del Tango, con miles de recuerdos. Las vistas son al Hipódromo, al estadio de River, al Aeroparque. Y quería despedirme en esta charla contigo recordándote que me dedicó el tango Verano porteño. Y también Tango para una ciudad. Además fué padrino de mi hijo Christian y le dedicó un tango: Chris- Talín.

   

   

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