lunes, 4 de abril de 2022

Vencido

    En aquellos años de la adolescencia, recuerdo cómo disfrutaba la poesía porteñaza y llegadora de Héctor Gagliardi, "El triste", como le llamaban. Sus versos, publicados en reducidos libritos : Por las calles del recuerdo, Puñado de emociones, Esquina de barrio, Versos de mi ciudad, El sentir de mi ciudad, los compraba mi hermano y los compartíamos con otros chiquilines, recitándolos entre nosotros. 

   Actuaba por radio, en teatros y clubes, a veces acompañando a orquestas y se fue entreverando en el tango, que era una parte grande del fervor ciudadano, Esa creatividad que se nutre de la técnica y la espontaneidad brotaba a chorros y le propiciaba el baño de masas por la realidad diaria de las cosas que uno ha acariciado, ha vivido, y las ve reflejadas en esos versos sencillos, tan nuestros, que captan lo sustancial.

                                           

   En el tango iría dejando sus señales con Medianoche, Claro de luna (ambos compuestos con Aníbal Troilo), Igual que antes, con Joaquín Mora, Humillación, con Pedro Vergez, Primer beso (vals con Dante-Noda), Alergia (milonga con Enrique Francini), Matrimonio, con Roberto Carlés, Perdoname hermano (con Edgardo y Osvaldo Donato), Yo te recuerdo tranvía (con Leopoldo Federico), Uruguay, yo te saludo (con Donato Racciatti) o Vencido (con Orestes Cúfaro).

  Este último tema, con una música muy apropiada, que lo empina aún más, me trae muchos recuerdos de aquella época en que mi hermano estaba en casa escuchando esas grabaciones que amontonaba, sobre todo cuando cobraba su sueldo quincenal. Y pasaba Vencido por D'Arienzo-Echagüe una y otra vez. Cuando comencé a bailar, tempranamente,  era también uno de los temas que no faltaban en las milongas aquellas de mi temprana juventud.

                                         


   Escuchándolo ahora, tantos años después, vuelven a acudir a mi mente esos versos tristones que van delineando la letanía final del hombre-muchacho que revive trazos de sueños olvidados, de noches de milonga fantasmales que deambulan por su alma, y el declinar de todo un ambiente soleado que lo envolvía. Cuando creía que el mundo suyo era un jardín. Y ahora, vencido, la realidad lo azota con el final que borra todas sus hazañas y sólo deja destellos desteñidos de ellas.

La negra melena enluta la almohada
de un pobre muchacho, que está en el final,
pasea en la pieza su triste mirada,
clavando el olvido su fiero puñal.
La colcha acaricia su mano alargada,
que tantas cinturas bailando apretó
un pucho se duerme en la zurda cansada
y sólo se oye el tic-tac del reloj.

   Con el tango va hilvanando la utopía de lo cotidiano, intentando delimitar un espacio y un tiempo del que sólo quedan rastros en su castigado cuerpo. Los rituales, la vida, la gente, los gestos, costumbres y su peculiar dandismo nostálgico en una pista milonguera. Contornos que siluetean formas móviles, inalcanzables, que desmembran de golpe todo el conjunto y sólo hay un retrato que lo acompaña en sus momentos finales y el periódico tirado en el suelo, como sombras de su soledad definitiva.

Desfilan en la penumbra
recuerdos de lo que ha sido
pasado, que se derrumba,
presente que lo ha vencido.
Vencido de mala suerte
porque el vivir es un tango,
la compañera es la Muerte,
que sola, viene a buscarlo.

Espera que venga a llevarlo a su lado,
total a ninguno le importa más de él,
y alivia su pena mirando al costado,
el viejo cuadrito de Carlos Gardel.
La vista se entrega, quedándose quieta,
dejándole un velo de llanto amargao
y el suelo que alfombra una Crítica ""sexta""
recibe un suspiro y un pucho apagao.


   Lo grabó Juan D'Arienzo, cantando Alberto Echagüe, el 6 de abril de 1949. Reitero que me trae reminiscencias este registro discográfico que tantas veces he escuchado y bailado. Incluso en aquellas primeras prácticas milongueras con los muchachos de la barra.

                                    


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