miércoles, 5 de enero de 2022

Agustín Magaldi

    Durante años integró la tríada de cantores más populares de la Argentina junto a Ignacio Corsini y Carlos Gardel, nada menos. Su privilegiada voz, afinadísima, doliente, melodiosa, arrastra el acento de la canzonetta italiana, porque desde la cuna su oído se acostumbró a esas canciones peninsulares que traían sones lejanos, sentimentales o desgarrantes de nostalgia.

   El pueblo, acostumbrado a levantar banderas detrás de sus idolatrías, trazó fronteras admirativas que lo emparejaban a Gardel en muchos pasajes de los años veinte y treinta del siglo pasado. Aunque alguna vez navegó en cursilerías a través de los temas que interpretaba, lo cierto es que en aquella época de cambios, de inmigración masiva, de falta de oportunidades, miserias y demás lacras de la década infame, su hermosa voz, buceando en los temas sociales y desventuras de personajes, le atrajeron la adhesión del pueblo que coreaba sus canciones en las que confluían técnica y emoción.

                                        


   Sus inicios lo patentan como  cantor nacional, que era la denominación de los cantantes solistas hasta mediados del '30. En esta tesitura formaban Gardel, Corsini, Alberto Gómez, Charlo, Irusta o Héctor Palacios, por citar a los destacados. Buceaban en un repertorio folklórico: canciones, zambas, rancheras, valses, cuecas, temas criollos que hacían furor entre el público, mezclado con el posterior tango que termina siendo bandera de todos ellos. 

   El estilo de Magaldi, distinto, con un fondo emotivo realzado en la hermosura doliente de su voz , mereció frases como "El cantor del humano dolor", retratado así por por la revista Cantaclaro. "Tiene una lágrima en la garganta", fue la definición de Canaro. Gardel le dedicó una foto  -que conservan los integrantes de la Peña Agustín Magaldi-, con la frase: "Al más grande cantor sentimental argentino". Alfredo Gobbi me diría en una charla: "Con su voz y su estilo hoy maduraría en una orquesta grande de tango y sería sensación".

   Hijo de inmigrantes italianos, Carlos Magaldi y Carmela Coviello, Agustín nació en Rosario, el 1 de diciembre de 1898. Su padre fallecería tempranamente pero les había inyectado a él y a sus hermanos Blas, Pascual, Emilio y Cristina la afición por la música lírica y la bocina del gramófono invadía con las voces de Titta Ruffo y Enrico Caruso, el cálido recinto familiar. Su madre se volvería a casar y enviudaría nuevamente dejándole otro hermano -Antonio Tello- que con el tiempo colaboraría en su carrera y la creación de canciones.

   Las necesidades familiares lo instalaron en talleres de diversa índole "para arrimarle unos mangos a la viejita", como solía recordar. Pero también se metió en conservatorios rosarinos para desarrollar su privilegiada voz, por consejo de un amigo. Hizo de tenorino en operetas, cantó en fiestas familiares y con un pianista apellidado Gutiérrez formaron un dúo -Volpi-Galdi. que vagabundeó por pueblos aledaños a Rosario, actuando en boliches desvelados.

   Luego se le agregarían los Eguía, padre e hijo -éste triunfaría con el seudónimo de Héctor Palacios- en calidad de guitarristas. El bueno de Agustín, cuando volvía a esos pueblos en loor de multitudes, miraba desde la ventanilla del tren  con nostalgia y confesaba: "Pensar que en estos almacenes de campaña cantaba y pasaba el platito para sobrevivir y ahora me pagan estas cantidades...".

   

Magaldi, Noda, Gardel, Famá, Canaro y la locutora Jenny  Ford Richard. Año1933

  Agustín escuchó cantar al gran Caruso, en El Círculo de Rosario, en 1918, y aprovechó para tomar clases con el maestro Nicola Mignona, que acompañaba al tenor. Mientras, seguía con sus raids por boliches suburbanos y pueblos, acompañado por un tal Yubone o por el galán-cantor Nicolás Rossi, que venía de Buenos Aires. Cuando éste lo escucha a Magaldi,  le propone formar un dúo. Fue un guiño crucial del destino: el citado era hermano del actor y director Enrique De Rosas y lo invitaría a viajar a Buenos Aires.

   Allí juega su parte la providencia, porque cantando el dúo con la guitarra de Orlando y el fueye de Loduca en cines y salones, al hermano de Rossi le sale una gira por Europa y se lleva a éste. Antes de irse, y para no dejar varado a Agustín, Nicolás le presenta a Rosita Quiroga que se enamora de su voz y de su estilo, como me contaría en un reportaje radial que le hice en mi programa. Corría el año 1923, Magaldi tenía 25 años, pinta galana, voz de terciopelo, aunque vivía en una pensión pobretona.

   En dicha pensión conocería a un hombre recién llegado de La Plata, Diego Centeno, guitarrista, que accedió a acompañar a ese paria de traje raído y sombrero gastado. Y tan fuerte sería aquella unión que Centeno estuvo hasta la muerte del cantor, remando con la escoba a su lado, como músico y ladero fiel del gauchazo Magaldi que fue un cultor cabal de la amistad y la fraternidad sin cálculo.

                                       

Agustín con su paisana y amiga Libertad Lamarque

   Rosita Quiroga sería algo más que su mentora. Lo introdujo en la radio y convenció a  los capos de la RCA Victor (del cual era estrella exclusiva) para que grabara en el disco haciendo dúo con ella (El amor de los amores y La Jachalera). Además empujó sus pasos porteños, inyectándole la carnadura tanguera que aún no estaba en el repertorio de Agustín. La RCA, dirigida por el futuro esposo de Rosita, le anuncia que tiene nuevos planes para él y le adelantan que grabará como solista en 1925, y también en dúo si consigue compañero.

   Entonces El Negro Enrique Maciel, guitarrero que lo secundaba, le sugiere que escuche a un muchacho de Mataderos llamado Pedro Noda, que podría hacer dupla con él. Tanto acertó Maciel que ese dúo se mantuvo diez años en el candelero, luego de debutar en el teatro Ateneo y desfilar por distintos escenarios de la calle Corrientes y en países vecinos. En las placas registradas para la RCA (116) se alternan los temas solistas de Magaldi con los temas criollos y valsecitos del dúo, del cual Magaldi era la primera voz.

   Acá es cuando reluce la química tanguera de Magaldi, pues hace de estribillista con orquestas como las de Fresedo, Donato-Zerrillo, La Brunswick o la de Ricardo Brignolo, logrando creaciones como  Tango mío, que Fresedo compuso en Estados Unidos. Con Donato-Zerrillo hace una originalísima versión de La cumparsita, pues se aprecia del fondo de las guitarras entre la primera y la segunda parte como si estuvieran montadas luego de grabarse. 

   En una cena del ambiente le comentan a Luis Rubistein que Inspiración no tiene letra y que sería muy difícil injertársela. El poeta se juega una apuesta, crea los versos de dicho tango y Magaldi logra un éxito mayúsculo con este tango de Peregrino Paulos. Igual que con Berretín, un tema de Laurenz que, a pedido, Cadícamo le pone letra y Magaldi registra con la orquesta del sello Víctor. O Mala junta, de De Caro y Laurenz al que su comprovinciano Juan Velich le inserta unos versos a su medida.

   O 9 de Julio, el tango del tucumano Padula que tiene tres letras distintas. Agustín grabó la de su paisano Lito Bayardo y fue un suceso. Instalado en lo más alto de la popularidad, Allá en el bajo (Letra de Ismael Aguilar-Martinelli Massa, música de Magaldi-Noda) grabado por Magaldi en 1926 con las guitarras de Veiga y Pesoa, bate récords de ventas en discos, lo que da una pauta de su idolatría.

                                     


   En 1935, después de cantar Sanjuanina de mi amor en la película Monte criollo, Magaldi y Noda se  separan amistosamente y comienza la etapa definitiva de Agustín como solista. Y nos fue dejando para la historia Nieve -balada rusa, un hit-, La muchacha del circo, Consejo de oro, Triste destino, Libertad, Dios te salve m'hijo, acompañado por las guitarras de Centeno, Ortiz, Francini, Carré y el arpa de Félix Pérez Cardoso. Que conmueven como un murmullo agitador los patios barriales con su toldo de bruma, hondos zaguanes y postigos de fabriqueras y modistas que se identifican con los versos narrativos de dramas que sienten cercanos, dichas por un "tenorino de voz hermosa", como sentenció Cadícamo que incluso pretendió llevarlo al cine yanqui donde triunfaba Gardel.

   Cuentan que por la puerta de su casa en la calle Yerbal -alquilada- desfilaba todas las mañanas una procesión de gente. Le pedían trabajo, autógrafos, una canción, dinero y hasta tocaban su guitarra porque decían que traía suerte. Magaldi salía a la vereda en robe de chambre, les cantaba un par de temas, a alguno lo invitaba a comer algo, y conversaba con los canarios que tenía enjaulados. Comía asados con los amigos, también con Gardel al que le unía una gran amistad y de quien decía : "El viejo es el mejor de todos". Llegaron a tener juntos una yegua -Simpatía- que les costó amarguras en el hipódromo.

   Su apoderado Pucho Catalano lo bautizó artísticamente como "La voz sentimental de Buenos Aires". No llegó a tener casa propia porque entre el póker, los burros, el monte criollo, el pase inglés, se llevaban las grandes sumas que ganó cuando era el artista mejor pago de las discográficas, radio Belgrano, y sus discos se vendían a paladas. Su antiguo asistente y luego casi su hermano, Osvaldo Amura afirmaba que atendía generosamente todos los mangazos y siempre metía la mano en el bolsillo si golpeaban el llamador de su puerta.

   Adoraba la institución familiar y cuando su joven esposa Facunda Miserendín lo abandonó llevándose al bebé Agustín, fruto del matrimonio, y prohibiéndole verlo, entró en una profunda depresión. Ella incluso destruiría las matrices de numerosos  discos de Magaldi que heredó a la muerte de éste. El cantor, hundido se refugió una temporada en las sierras cordobesas, en casa de un amigo. Los medios dispararon rumores disparatados. 

                                   
    Al volver, aquellos que lo conocieron como Libertad Lamarque, De Caro, Corsini, Nelly Omar, Rosita Quiroga, dijeron que ya no volvió a ser el mismo. Entre su caída anímica y los desarreglos, comenzó a sufrir malestares, dolores hepáticos y a comienzos de 1938, su médico, el doctor Goyena debió internarlo en el Sanatorio Otamendi, por el cuadro agudo que presentaba. Lo operaron, pero 48 horas más tarde, se complicó el postoperatorio y el 8 de septiembre a las 7.10 fallecía un gran cantor, un tipo noble, ídolo por mérito propio, con 39 años. Como un fatalismo, apenas tres años después de la muerte de Gardel, pasando a engrosar el guiñol porteño de los mitos.

   La conmoción popular fue enorme, un Luna Park abarrotado lo despidió llorando en multitud y Discépolo sintetizó el pensamiento general: "Era el único que podía imponer un tema por su voz y su garra". Su hijo Agustín tenía 6 años cuando Magaldi murió sin poder abrazarlo y a los 15 debutaría en radio Belgrano como cantor y sucesor suyo. Y hoy, escuchándolo a Magaldi mientras tomamos mate, vuelve en su voz algo así como una grave, recóndita ternura, que fluye rozando el drama de la ciudad, la hostilidad que brilla en la existencia y las costumbres y fervores de los humildes a los que dedicó su canto. 

   Lo recordamos en dos tangos: Inspiración, grabado con sus guitarristas en 1931.

 
                        
y Tango mío, con la orquesta de Osvaldo Fresedo, llevado al disco también en 1931.
 
 

 
                             

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