jueves, 7 de octubre de 2021

Vamos, todavía

    Juanca Tavera nos dejó unas cuantas páginas que tienen ese sabor de la melancolía, de lo porteño, de lo vivido y del alma tanguera que llevamos encima. La metafísica en la que estamos envueltos con el paso de los años. El asombro, la ternura, el futuro incierto, los declives del amor y la distopía imaginaria sobre lo que vendrá, flotan en los versos de este porteño  de Béccar, que se mandó temas de gran calado, en un momento en que el tango estaba de capa caída.

   Ya le he dedicado unas páginas en este espacio y considero que vale la pena fondear en algunos de sus versos para merodear los albures de la existencia y recordarlo así. Decía que "Generalmente escribo de noche porque los duendes son distintos. Pero cuando leo lo escrito a la luz del día, es otra cosa y comienzo con los retoques".

                                          


   Curiosamente comenzó en el folklore escribiendo chacareras y zambas para los Huanca Huá en el 72. Temas exitosos, por cierto. Pero luego aclararía que tenía vena tanguera desde pibe y que un compañero suyo del colegio le recordaría que en los recreos se la pasaba cantando tangos. Y no dudaba en recordar que era admirador de Aníbal Troilo, Carlos Di Sarli, Alfredo Gobbi y Horacio Salgán, en ese orden.

   Fue Néstor Fabián, que estaba atravesando un momento artístico importante, quien le grabó uno de sus primeros temas: Dos ilusos, con la orquesta de Osvaldo Tarantino. Y enseguida repetiría con el tema que hoy me ocupa y que lleva música de ese pianista excelente que fue Tarantino. Acá la pluma de Tavera está marcando tiempos y en ese año 1977, el género necesitaba una urgente renovación por la paulatina desaparición de grandes figuras.

   En esos crepúsculos en que la llama del amor se apaga, el alma solitaria busca aliento para superar el instante irreversible. Como el boxeador lastimado por los golpes del rival y que se la juega, peleando, para no terminar nocaut, trata de darse manija ante esos días comunes en que el recuerdo de ella lo persigue. La agonía del amor se convierte en una sombra y repercuten otros pasos en falso que derivan en una trama perturbadora, obra de la desdicha. 

Vamos, corazón, no te me quedes.
Si las piñas de la vida
te abollaron las paredes,
estás gastando tu turno de latir
empecinado en sufrir.
Deja de vagar viejas veredas
al encuentro de las horas
del amor... febril,
No ves que tengo los ojos tranquilos,
la tarde cansada
y el sol sin salir.

Por vos se me olvidó
la forma de querer,
las ganas de reír,
el tiempo de crecer; 
por vos no abrí la puerta de olvidar
ni chance que me das de andar mirando atrás.
Tal vez hay tiempo si vos lo querés,
tal vez hay un mañana y un porqué.
El vale que nos queda de ilusión
jugalo... corazón
salí de perdedor.

    En la reflexión consigo mismo, va marcando la topografía de su existencia y calibrando los lindes de la misma. La vigilia lo encuentra comprobando los años que se han ido, los deseos marchitos, los errores, las quejumbres  y esos vaivenes que lo encuentran perdido en la batalla, lejos del paraíso soñado. Y comprende que debe luchar contra todo ello. Así reflexiona en la manera de hacerlo.

Vamos, corazón, hacé la cuenta
uno a uno los eneros
van pisando los cuarenta,
y estás marcando mi tiempo de vivir
sin voluntad por seguir.
Dale con tu cuenta regresiva
hasta que uno de estos días
me dejés... tirao.
Qué par de giles, perder la alegría
del cacho de vida
que Dios nos ha dao.
 

Vamos, todavía, que en la vida
quiero un poco de alegría
para ser feliz...

   Este tango que estrenó y grabó Néstor Fabián con la orquesta de Tarantino, también lo llevaron al disco Roberto Mancini con guitarras, Guillermo Galvé, Rubén Juárez con la orquesta de Raúl Garello y otros. Hoy recuerdo la versión de Rubén Juárez. Grabado en 1979.

                      

                         

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