sábado, 13 de febrero de 2021

Alberto Vacarezza

    Creo que sería muy injusto no destacar la importancia que tuvo el sainete en el desarrollo del teatro argentino y los actores de ambos sexos que le dieron vida a los personajes de aquellos cuadros escénicos. A la vez, este tipo de espectáculo sirvió para la aparición de infinidad de tangos que reverberaron en la continuidad de epígonos, nutriéndose con esa materia de sainete que reflejaba la vida en los conventillos y barrios porteños. Aquellas costumbres, los inmigrantes que se apiñaban en ellos, amores, nostalgias, las familias que se iban formando...

                                   

Alberto Vacarezza
 

   Alberto Vacarezza fue todo un maestro en ese sentido. Tanto en uno como en otro rubro. El sainete supo albergar a la música de Buenos Aires  y se estrenaron infinidad de tangos en ellos. Muchos trascendieron a ese escenario e ingresaron en partituras de orquestas y en el repertorio de intérpretes de sus versos. Y si como sainetero, dejó a lo largo de cuarenta años nada menos que ciento diez obras de ese estilo, también brilló como hombre de radio y poeta del tango.

   De esos tangos que entraban para iluminar alguna escena de la obra y rápidamente se infiltraban  en la órbita popular al ingresar en el repertorio de cantantes y de orquestas. Gardel por ejemplo grabó once tangos de Vaccarezza, con quien mantuvo gran amistad. De su sociedad autoral con Enrique Delfino, nacieron ¡Padre nuestro!, ¡Araca, corazón!, La copa del olvido, No le digas que la quiero y Otario que andás penando que ingresaron en el repertorio del gran cantor. También Gardel registró Adiós para siempre, El carrerito, El poncho del amor, Francesita, No me tires con la tapa de la olla, Talán talán, la zamba Adiós que te vaya bien y el estilo Eche otra caña pulpero, temas de Vacarezza con otros compositores.

                                       

Troilo, Vacarezza, Roberto Miró y Martín Zabalúa en radio El Mundo

                               
    Algunos de estos tangos tuvieron largo recorrido, así como esos sainetes que pasaban al cine con su propia adaptación multiplicándose el éxito de algunas obras como El conventillo de la paloma, todo un clásico que durante años se mantuvo en el candelero, tanto en uno como en otro desarrollo escénico. Libertad Lamarque, por ejemplo, estrenó el tango Atorrante, de Vacarezza y Raúl de los Hoyos, en ese histórico sainete, en el teatro Nacional, el 5 de abril de 1929.

   Y así podríamos seguir con No le digas que la quiero, esa gran interpretación de Troilo-Fiorentino que seguimos escuchando y bailando a todo trapo. Lo cantó por primera vez Manolita Poli en el el teatro Buenos Aires. Fue en el sainete Chacarita, de Vacarezza, por la compañía Muiño-Alippi  en agosto de 1924. Otro golazo fue el Tango ¡Padre nuestro!, estrenado enla obra  A mí no me hablen de penas el 27 de julio de 1923. Lo cantó Azucena Maizani y le sirvió como consagración ante el público que la aplaudió a rabiar y le pedía bisar el tema todas las noches...

                              



   O ¡Araca corazón!, esa gran versión de Jorge Casal con la orquesta de Pichuco. Gardel le dio el pase definitivo, pero fue Libertad Lamarque, con su interpretación inicial en el sainete Cortafierro, que se presentó en el teatro Nacional el 11 de marzo de 1927, quien lo introdujo en el corazón de los tangueros. El carrerito también lleva música de Raúl de los Hoyos. Lo consagró Gardel y con el tiempo lo registrarían orquestas como las de Fresedo, Biagi, D'Arienzo, con sus cantores. Fue estrenado el 19 de abril de 1928  por Olinda Bozán en el sainete El corralón de mis penas.

   Estas son apenas algunas perlas de este gran personaje de aquella Buenos Aires que supo retratar con tanto cariño en sus páginas teatrales y musicales, Alberto Vacarezza. Un poeta que dejó tres libros de poesía, también grabó en discos Odeón varios de sus versos populares. Fue Presidente de la Casa del Teatro y de Argentores (Sociedad General de Autores). Escribió más de cien versos de tango que fueron editados. Muy respetado por sus pares y por la gente del tango, merece que se lo recuerde por toda su obra. Aníbal Troilo, que lo trató y lo escuchaba, decía que "Reunía la experiencia de los libros y de la calle".

Vale la pena recordarlo en ese tango que compuso con Enrique Delfino y que Pichuco con Fiorentino llevaron al disco en 1941.

                                    




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