viernes, 18 de septiembre de 2020

El aguacero

   En mi última página hablaba de Cátulo Castillo y de ese patriarca del barrio de Boedo que fue su progenitor: Don José González Castillo. Periodista, hombre de teatro, poeta, dramaturgo, que cumplió una función vital del tango, por la evolución de la poesía, elevándola a un rango superior. El hecho de vivir en un barrio popular también le sirvió para pintar esas imágenes entrañables que habitan sus versos. Nacido en Rosario, criado en Salta, llegó a la Capital y se dedicó al periodismo. 

                                                    

   Posteriormente, su carrera se engrosaría con otras actividades y destacaría como autor de sainetes criollos, actividad que lo instalaría en el teatro como figura consular juntos a otros colegas de su época. Y ya con un prestigio justicieramente ganado, también descollaría como adaptador y guionista de las primeras películas producidas en suelo argentino. El deseo de destilar certeza con su fecunda elocuencia lo llevó a ser modelo de los renovadores, en la poesía del tango

   Es sabido que su hijo Cátulo se dedicó al boxeo y al estudio musical, especializándose en la ejecución del violín y también del piano. Con su padre colaboró musicalizando los primeros tangos realizados juntos: Organito de la tarde, Caminito del taller, Aquella cantina de la ribera, Invocación al tango, Papel picado, El circo se va, Silbando (con Piana) y entre otros, esta canción-tango que hoy traigo aquí.  Que me parece realmente digno de recrear permanentemente porque, ante la estúpida velocidad que a veces desarrolla el mundo, el autor, con su impronta recrea situaciones nostálgicas, iluminará a los poetas  que irán llegando, como Homero Manzi y el mismo Cátulo.  Y El aguacero es una especie de meditación sobre el tiempo y sus contenidos.

                                    


   Esa palabra: aguacero, es una lluvia repentina, abundante, impetuosa y de poca duración. González Castillo nació en 1886 y con la imaginación en estado de gracia refleja en sus versos esos pequeños aconteceres cargados de paisaje campero, con una maestría que elude veladuras de fantasía o de engaño. Atento a aquella realidad que vivió de niño, en los campos prósperos, planos e interminables. La intensidad de la escritura nos lleva a las imágenes imborrables que perduran encapsuladas en la memoria.

Como si fuera renegando del destino
de trenzar leguas y leguas sobre la triste extensión
va la carreta, rechinando en el camino
que parece abrirse al paso de su blanco cascarón

"Cuando chilla la osamenta
señal que viene tormenta".
Un soplo fresco va rizando los potreros
y hacen bulla los horneros anunciando el chaparrón.

   Estamos situados en la escena concisa y memorable. Una postal que viene a ser como una meditación sobre el tiempo y sus contenidos. El impulso de fijarlo en su mirada límpida para que el lenguaje se encuentre con lo visual, conectando con las tribulaciones del personaje, la atmósfera, los animales, pájaros que pueblan el campo... Como una vaga conexión estética y estuviera pintando un cuadro. Entonces el aguacero repentino, inesperado, se convierte en dueño de la escenografía. El paisaje agiganta sus colores con el viento y le dan vida al entorno, al boyero y sus bueyes en deleitoso despliegue de la imaginación.

Y la pampa es un verde pañuelo
colgado del cielo
tendido en el sol,
como a veces se muestra la vida
sin sombras ni heridas
sin pena ni amor...
El viento de la cañada
trae gusto a tierra mojada
y en el canto del viejo boyero
parece el pampero
soplar su dolor

Se ha desatado de repente la tormenta
y es la lluvia una cortina tendida en la inmensidad
mientras los bueyes en la senda polvorienta
dan soplidos de contentos, como con ganas de andar.
¡Bien haiga el canto del tero
que saluda al aguacero..!
Ya no es tan triste la tristeza del camino
y en el pértigo el boyero, siente ganas de cantar...

                         


   Estos versos nacieron como canción de la cultura vernácula. Los escribió Don José González Castillo durante la travesía del barco que los conducía, a él y a Cátulo de nuevo a Buenos Aires desde Europa, en 1930 . Ahí dejó vagar a su lúcida imaginación, los recuerdos tempranos, el andamiaje formal y con ese derroche de sabiduría estilística que lo caracterizaba desgrana el paisaje material, ese aroma distintivo en que se imbrica poéticamente. Cátulo con su inventiva temprana, mostró sus atributos de compositor y le fue dando también forma de forma de tango porque lo sentía así a la canción pampeana de su padre.

Langalay, viejo buey, lomo overo,
callado aparcero
de un mismo penar,
igual yugo nos ata al camino...
¡Pesado destino
de andar y de andar!
¿Adónde irás buey overo
que no te siga el boyero?
Y la Pampa es un verde pañuelo,
colgado del cielo
que quiere llorar...

   Ya en Buenos Aires, retornados a sus tareas, al poco tiempo lo estrenó el actor-cantor Abelardo Farías (hermano de  Dringue Farías) en la revista teatral "De la tapera al rascacielos", que se daba en el Teatro Cómico. Después lo grabarían numerosas orquestas y cantores: Mercedes Simone, Canaro-Charlo,  Lomuto-Fernando Díaz, Nelly Omar, Libertad Lamarque con su hija Mirtha,  Rubén Juárez, Susana Rinaldi, Demare-Quintana, Alberto Vila, D'Arienzo-Laborde-Ramos y varios más.

   Lo escuchamos en tiempo de tango por Rubén Juárez acompañado por la orquesta de Armando Pontier. Grabado el 4 de diciembre de 1972.

                                  
                                                                              

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